En una de las estrofas del himno más hermoso del mundo quedó consignado: “comprende las palabras del que murió en la cruz”. En estos tiempos de caos se vuelve urgente entender esas palabras, y ante todo, llevarlas a la práctica. No obstante, encarnar el mensaje del Divino Maestro es el camino más difícil en este mundo. Pero hay que asumirlo para que precisamente el mundo con su locura mediática, con sus terrores y falsas promesas e ilusiones no nos destruya.
El que quiera vivir las palabras del crucificado ha de dejar de lado lo fácil, lo trillado, lo mediocre, lo hipócrita. En medio de un mundo que enaltece y premia la perversidad, la oscuridad, la mentira, la corrupción, la violencia, la ilegalidad, la deshonestidad, la infidelidad, la deslealtad, la cobardía… en un mundo así, digo, es un acto heroico volver la mirada al crucificado para escuchar, comprender y aplicar la luz de su mensaje de amor y perdón.
Desde esa óptica cristiana, los invito a emprender el reto de lo imposible. Yo no sé si a ustedes les sucede lo mismo, al menos a mí me apasiona la conquista de lo imposible. Me cansé de lo cómodo y fácil. Me harté de las falsas promesas y seguridades. En cambio, la aventura, el riesgo, lo desconocido, la incertidumbre representan oportunidades infinitas, y todas ellas las ofrece el que murió en la cruz.
En contravía al camino espiritual aparece lo fácil.
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Por ejemplo, resulta fácil odiar u odiarse, matar o matarse, vengarse, calumniar, destruir o destruirse, resentirse, maltratar o maltratarse, humillar, pisotear, golpear o golpearse, ofender, abusar, someter o someterse, mentir, engañar, corromper o corromperse, robar, confundir, aterrar o aterrorizarse, acomplejarse, acobardarse, disociar o disociarse… Inmensamente mediocre es elegir el mal, la oscuridad, la amargura, la frustración, el desprecio… Cualquier pobre diablo siembra terror y espanto. Cualquier resentido mata por matar. Lo maravilloso, lo grandioso y luminoso es sembrar el bien, la tolerancia, el perdón, la comprensión, la misericordia, el amor fraternal.
Ciertamente, el crucificado tuvo que padecer y asumir su destino con un heroísmo sin igual… tras asumir la cruz y la terrible crucifixión, vino para Él la gloriosa resurrección. Todo sacrificio amoroso tiene recompensa. Incluso hacer el bien desinteresadamente incluye ya una recompensa: la paz interior. Ojalá ustedes, hoy, en medio de tanto caos y confusión saquen unos minutos para recordar las palabras y el mensaje luminoso del que murió en la cruz. Así sea.