Sé que a muchos de ustedes les suena a lenguaje apocalíptico la expresión “gran apagón”. Sin embargo, el presente capítulo no tiene ninguna pretensión escatológica. Por el contrario, hago referencia a un escenario probable del que han escrito expertos en informática. De hecho, ya han ocurrido apagones de relativa envergadura y focalizados en determinados puntos del planeta. Así que este tema no es ninguna novedad. En este sentido, dada la actual coyuntura mundial, no es descabellado pensar en un escenario en el que las redes sociales, y, en general, la Internet, por múltiples causas (y razones que la mayoría de nosotros desconocemos) colapsen por un tiempo más o menos prolongado.
Por otra parte, la misma ciencia funciona desde lo falible. Así las cosas, que algo sea poco probable no significa que no pueda suceder. Por ejemplo, la simple saturación de un sistema de gran cobertura puede provocar su caída. Además, en tal caída podrían intervenir otros factores ajenos al mismo sistema. En fin, desde esta elemental especulación, y a partir de experiencias previas, se puede inferir que la mayoría de los habitantes del mundo no está preparada y tampoco sabría manejar la emergencia. Por ejemplo, hace unos días, tras una leve caída de algunas redes sociales, millones de personas se sintieron ansiosas y frustradas. En tanto que miles, al parecer, cayeron en las garras del pánico y la desesperación. Es la típica reacción provocada por el síndrome de abstinencia. En efecto, gran parte de la población mundial ya no puede vivir sin sus dispositivos electrónicos y sin la conexión a Internet. Vivimos en un mundo que prácticamente depende de la tecnología. En este sentido, la presente instrucción básicamente es un ejercicio de visualización ante una eventual caída de las redes de comunicación y de todas las plataformas virtuales.
El principio de la prudencia dice: espera lo mejor, sin embargo prepárate para lo peor. Yo creo que todos deberíamos tener a mano un plan A, B y hasta un plan C que nos dé herramientas para asumir una emergencia de tales magnitudes. En todo caso, las eventualidades no deberían hacernos perder la cabeza hasta el punto de entrar en pánico. Desafortunadamente nuestra sociedad no es muy amiga de la profilaxis ni de la prevención. De hecho, nos acostumbramos a vivir sofocados por incendios o anegados de inundaciones: las tragedias y desastres aunque anunciados nos toman siempre por sorpresa. Preferimos lamentar a prevenir.
El punto esencial es éste: dada una coyuntura de tales dimensiones lo que el individuo debería analizar es la diferencia entre lo esencial y lo irrelevante, entre lo necesario y contingente, entre lo temporal y lo imperecedero. Es también importante tener alternativas para controlar la ansiedad. Verbigracia: técnicas de respiración y meditación, ejercicios de relajación o el apoyo de la familia y allegados. Además, no pongas todos los huevos en una sola canasta ni entregues tu poder y toda tu energía a lo que no es esencial para la vida. Llegará un momento en que sobrevivir será el punto crucial. Entonces no hay que perder el autocontrol ni la sensatez ni la cordura por eventualidades que no dependen de nosotros. En últimas, no hay que sufrir por situaciones y accidentes que están fuera de nuestro control.