Las luces se encendían en el teatro Bataclán de París. Más de 1.500 aficionados sonreían, se agitaban, levantaban sus vasos y hacían el gesto del diablo minutos antes del concierto de The Eagles of Death Metal. Esperaban ansiosos una noche de rock: querían saltar mientas escuchaban Miss Alissa y Speaking in Tongues; querían imitar en el aire los sonidos de las guitarras estridentes; querían agitar sus cabezas al ritmo de los riffs de la banda californiana. Y lo hicieron antes que llegaran tres hombres vestidos con ropa oscura, armados con una Kalashnikov y chalecos bomba.
De repente, se escucharon disparos por más de una hora: