El alcalde de Medellín está muy contento porque ayer su administración estrenó un helicóptero que costó 18 000 millones de pesos. Con ese helicóptero va a agarrar a todos los delincuentes que estén azotando su Medellín. Para él seguridad es poner más policías en el centro, en Laureles, en todos los parques y cerquita a los museos para que los turistas que van a la ciudad detrás de la huella de Pablo Escobar no encuentren delincuentes acechando sus carteras.
El alcalde quiere dar una imagen de frescura con su pelo largo, hablando como paisita de comuna cada vez que va a Manrique. El alcalde quiere ser la imagen de una Medellín que se venda bien en el mundo. Por eso fue indignante verlo robarse todo el protagonismo cuando se le hacía el homenaje al Chapecoense en el Atanasio Girardot, hablando de todos esos lugares comunes, que la amabilidad del paisa, que la verraquera del paisa, que la pujanza del paisa. No contento con eso fue en marzo a Chapecó con el Atlético Nacional para jugar la Recopa y otra vez hizo populismo posando con la camiseta verde y entrenando con el equipo. Si no le bastara con eso al alcalde, que yo, la verdad, no me lo imagino leyendo una novela, le dio por meter la cucharada en la Fiesta del Libro de Medellín que tan bien estaba manejada por el escritor Juan Diego Mejía y, no solo rebajó los gastos de marketing del evento sino que habría sugerido -algo que fue negado por la Secretaria de Cultura Amalia Londoño- nombrar a la ciudad de Chapecó como el invitado de honor del evento de este año. Como Mejía es un tipo sensato, prudente, sensible, decidió dar un paso al costado sin quejarse, diciendo que quería dedicarse a escribir.
Le dio por meter la cucharada en la Fiesta del Libro
que tan bien estaba manejada por el escritor Juan Diego Mejía
y, no solo rebajó en 30 % el presupuesto sino que nombró a Chapecó invitado de honor
Detrás de su bacanidad, se agazapa el típico uribista que cree en que la ciudad se debe mandar a punta de terror, vendiendo la sensación de inseguridad para desviar otros temas que en realidad importan como son los de la cultura.
En 25 años Medellín dejó de ser la ciudad más violenta del mundo a ser la Ciudad de la Esperanza. Esto se pudo hacer gracias a los festivales de cine, de música, de poesía. Ahora están más preocupados por tapar los huecos en las calles y no por tapar los huecos del alma, ahora hay presupuesto para un helicóptero pero no para la cultura. Sergio Fajardo, mientras fue alcalde, destinaba el 5 % del presupuesto anual del municipio en cultura. Ahora Gutiérrez designa menos del 2 % porque la prioridad es la seguridad y por eso se las da de duro con los delincuentes de moticos, de atraquitos en Junín, pero afloja cada vez que lo presionan los empresarios, los transportadores que han convertido a Medellín en el reino del taco perpetuo, del hollín, en esa ciudad posapocalíptica a la que no quiero volver.
A este paso Medellín se va a quedar sin Alta Voz, su rock al parque, sin Fiesta del Libro, a tres meses no han designado nuevo director, sin Festival de Tango, sin nada, solo con ese helicóptero de 18 000 millones de pesos, el nuevo juguete con la que este Batman del tercer mundo piensa espantar a los delincuenticos de poca monta.