La Colombia Humana ganó en las principales ciudades del país, como Bogotá, lo que no le pone fácil la tarea al nuevo presidente que se negó a debatir y confrontar, que no ha ocupado cargos y que no fue su talante, ni su discurso, ni su programa, ni su capacidad, sino sus apoyos y la fuerza de su creador Uribe lo que lo hizo presidente.
Sus fieles seguidores en campaña mostraron epítetos, adjetivaron, estigmatizaron y ofrecieron no hacer trizas la paz sino al país entero y cobrar venganza. Ojalá el presidente que ganó sin convencer no caiga en la tentación de convertir al palacio de gobierno en un campo de espionaje, persecución o control de maquinarias y sistemas de corrupción. Le queda el desafío de separarse de la maldad que pueda entrañar su cercanía y deuda con el presidente eterno, como llamó a Uribe, y hacer un gobierno sin olvidar que gracias a la paz en curso ha crecido la esperanza y se han permitido las elecciones más pacíficas de la historia reciente. Además, le queda revertir a la salud en un derecho, darle gratuidad a la educación y lograr que el que la hace la pague, empezando por tocar el oscuro listado de sus apoyo. Así mismo, le queda desprenderse del afán de las élites por reconcentrar sus esfuerzos para alentar la polarización y machacar sobre el odio; en cambio, tendrá que ordenar de inmediato el cese del fracking y la entrega de la riqueza nacional a las trasnacionales.
Llega un presidente con poca independencia y capacidad de maniobra, hecho a la medida del régimen de la seguridad democrática y del todo vale, apoyado por todos los poderes, órganos de control, partidos políticos tradicionales (liberales, conservadores y sus variantes), que hicieron un mismo equipo sin escrúpulos para ganar la presidencia gracias a la puesta en ejecución del mismo pacto de élites de siempre.
A la par, los medios de comunicación mostraron que son la herramienta principal del mismo poder que representa el elegido y le comunicaron al resto del país que la imparcialidad y la objetividad habían llegado a su final y algunos periodistas superaron la vulgaridad. La falta de compromiso de los medios con la verdad fue vergonzoso, retransmitió falsedades, repicó sobre los mitos y engaños que salían paulatinamente de la campaña del ganador y que nunca fueron controvertidos, explicados o tratados con la mínima reflexión.
El presidente llega arropado de malas compañías, polarizadores de oficio, camaleones de la política, medios de comunicación vergonzantes, voces angustiosas de la política tradicional derrotada y pusilánime, veteranos del clientelismo ya vencidos en otras batallas, parapolíticos y convictos, responsables de escándalos y lo peor del depósito de corrupción nacional. Por eso, el nuevo presidente tendrá que sacudirse y cobrar estatura moral y responsabilidad ética para alcanzar la posición inteligente del estadista que ya ganó pero difícilmente podrá legitimarse.
Duque tendrá que prepararse para gobernar gobernando, y saber enfrentar en democracia y sin autoritarismos los retos que le plantea la inteligencia del mundo, a la que no podrán matar ni intimidar otra vez, y responder con efectividad a los retos que le plantea defensa de la soberanía y la riqueza del país de la voracidad de sus financiadores de campaña, que resulta contrario a sus propósitos.
La deficitaria democracia fue apropiada por la otra Colombia, la que desconfía del nuevo gobernante, no le guarda obediencia y estará dispuesta a confrontarla todo el tiempo, porque las dos agendas no coinciden. La Colombia Humana, voto a voto, sumó por primera vez ocho millones; mientras que el voto en blanco cerca de un millón, de los que sin grandeza se negaron a contribuir en la lucha para salir del vacío.
Ocho millones de electores son bastante. Además, representan una inmensa mayoría, diversa, plural, libre, decidida, honesta, conformada por inconformes, empobrecidos, ocupantes de distintos territorios del olvido, sectores medios y populares, atraídos por la dinámica de trabajo inspirada en las abejas que trabajan para sumar, sin interés propio, sin cálculo de ganancia, con amor y afecto, que se sobrepusieron los temores infundados sembrados con cizaña del equipo ganador, que hizo crecer entre la ignorancia y el resentimiento las siniestras farsas del castrochavismo, el ateísmo y la ideología de género —los fantasmas de terror que ellos mismos inspiran—.
Ocho millones de personas, comprometidas con la búsqueda del cambio y la transformación del país, y otro millón de votantes en blanco, son una cifra ganadora, inmensa, con más potencia creadora y con mayor legitimidad que los diez millones que obtuvo el ganador, que no representan la identidad, las demandas, ni las necesidades de los excluidos y los resistentes, que hacen la nueva realidad política electoral del país. Ganaron los más de 7000 intelectuales del mundo, cineastas, académicos, artistas, movimientos sociales, víctimas, estudiantes, trabajadores, campesinos, mujeres, indígenas, afro, lgbt, ambientalistas, animalistas, militantes políticos, que dieron cada uno y en colectivo lo mejor de sí, sin ahorrarse nada, ni pedir nada a cambio, para alcanzar una victoria que enorgullece con la inmensa cifra de ocho millones de personas, de votantes.
Los ocho millones de la Colombia Humana son una fuerza imparable que asume el compromiso inmediato de defender su visión de país. Del mismo modo, lograron lo que nunca había ocurrido en los doscientos años de vida republicana y los 27 de la Constitución de 1991: juntar a tanta gente en el común denominador de que la vida, la paz y la dignidad son más que las clientelas políticas unidas.
Para los ganadores la victoría solo será un motivo insípido de celebración y la hora para hacer las cuentas del poder. Para la Colombia Humana ganar lo ganado es motivo de alegría, y las asimetrías e inequidades de campaña en lugar de rabia producen aprendizajes y despiertan la imparable necesidad de avanzar, organizar y prepararse para confrontar con altura, con imaginación, con orgullo y en movilización permanente en la calle y en las redes al próximo gobierno de la mano y dirigencia de Petro, Ángela María, Claudia, Antanas y muchos hombres y mujeres más para los que la vida es sagrada, la ética su brújula y su lucha incansable su mejor ejemplo.