Colombia, como todos sabemos, es uno de los países con mayor desplazamiento forzado en las últimas décadas en el mundo. La sangrienta guerra dejó aproximadamente a 8 millones de desplazados (registrados). Por eso, las fronteras de nuestros departamentos más que separarnos, nos unen. Todos hemos escuchado o conocido a una persona que, por culpa de la violencia, tuvo que migrar de su lugar de origen a otro. ¡El que diga lo contrario es un mentiroso!
Pero esta introducción nos acerca al sensible y, para muchos, tormentoso tema de la inmigración. Primero, aclaremos tres conceptos que tienen íntima relación y que desde los mass media —a mi parecer— poco se explican.
Migrar: trasladarse desde el lugar en que se habita a otro.
Inmigrar: llegar a un país extranjero para radicarse en él.
Emigrar: abandonar su propio país para establecerse en otro.
Dicho sea de paso, todos hemos sido migrantes, inmigrantes o emigrantes en mayor o menor medida.
Evidencias
Por eso, cuando en el mundo se utilizan discursos xenófobos, racistas y clasistas hacia los inmigrantes es claro que a los políticos y gobernantes no les interesa esta crisis social sino reproducir imaginarios anacrónicos de cómo deberían estar organizadas las naciones de nuestra época. Es decir, les interesa reafirmar al mundo la posición socioeconómica de sus naciones y la superioridad que sienten sobre el llamado, así establecido por ellos, “tercer mundo”. Se desmiente, entonces, la posibilidad de vivir en un mundo hiperconectado, que es la promesa de nuestros tiempos.
Como ejemplo de ello, en América tenemos a Trump, el hombre que despierta más visceralidades en la mayoría de los latinos pero que representa a la ultraderecha no de EE. UU. sino del globo. El presidente norteamericano tilda de “criminales” a los inmigrantes y amenaza con deportarlos masivamente a sus países de origen.
Matteo Salvini, ministro del Interior de Italia, no se queda atrás. Recientemente, cerró el mayor centro de refugiados de Europa. Y, en recientes noticias, anunció que Italia expandirá a sus tropas armadas a través de sus fronteras para evitar que los inmigrantes ingresen a la milenaria nación.
Emmanuel Macron, presidente de Francia, aunque en un tono menos beligerante, apoya la deportación de los inmigrantes, indocumentados, de su país. Este se queda corto comparado con su contrincante política (aunque influyente en la sociedad francesa) Marine Le Pen, quien tiene un discurso abiertamente xenófobo y fascista.
Como ellos son muchos los movimientos y partidos políticos en el mundo con posiciones ideológicas que apoyan la construcción de muros, el cierre de fronteras y la deportación masiva.
En este mismo sentido, recordemos que los inmigrantes no solo son latinos. Marruecos, el África Subsahariana, Afganistán, Indonesia y el sur de Asia, entre muchos otros, atraviesan una fuerte crisis migratoria producto de la disputa entre gobiernos y paramilitares (o colectivos armados) por el legítimo monopolio de la violencia. Lo que sí es cierto es que el llamado del papa Francisco a no discriminar a los inmigrantes y los objetivos de la ACNUR (la agencia de la ONU para los refugiados) son pañitos de agua tibia para una problemática social que convierte en pandemia a nivel mundial.
Este artículo repasa someramente una de las cuestiones sociales, políticas y culturales más coyunturales del momento, pero nos quedan muchas preguntas pendientes: ¿quién tiene la respuesta al juego de Trump y sus amigos?, ¿quién puede aclarar públicamente qué desean los gobernantes (magnates) del mundo en relación con los miles y miles de apátridas que se movilizan ilegalmente por tierra y agua?, ¿se convertirán estos en unos náufragos?, ¿habrá alguna solución...?