Inmigración desbordada: caldo de cultivo para las ciudades inseguras que padecemos

Inmigración desbordada: caldo de cultivo para las ciudades inseguras que padecemos

Rasgarse las vestiduras por la violencia en que han caído nuestras ciudades, soslayando los reales motivos no va a solucionar un fenómeno que sigue creciendo

Por: Jorge Ramírez Aljure
julio 21, 2023
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Inmigración desbordada: caldo de cultivo para las ciudades inseguras que padecemos

Sin razón los malquerientes del gobierno de Gustavo Petro se han dedicado a despotricar de su manejo del orden público, en la mayoría de los casos acusándolo de una connivencia perversa con los grupos alzados en armas cuando no de amarrar al ejército y policía para permitir que aquellos delincan de manera descarada con abandono de su función de cuidado de la ciudadanía.

Pero cierto es que los niveles de violencia tanto en las ciudades como en el campo registran, por momentos, hechos sucesivos que harían pensar que nunca se habían registrado antes, más cuando los medios se encargan de imprimirle suficientes elementos agravantes que harían pensar en un verdadero colapso de los sistemas de seguridad nacional que obligan a los ciudadanos a no salir siquiera a la calle.

Los gobernadores y alcaldes afirman que están abandonados a su suerte, porque la violencia desborda la capacidad policial de que disponen, la alcaldesa de Bogotá, energúmena, repica que los policías que se necesitan no alcanzan porque, habiendo pagado por ellos la ciudad, se los llevaron para otro lado, un gobernador pide estar en la mesa de negociación de la paz total para decirle a las disidencias cuántos pares son 3 moscas, y algún negociante de armas escribe que lo mejor es armar a toda la gente buena para terminar con el delito.

Por fortuna muchos de los expertos en el tema se encargan de recordarnos que la violencia no es propia de este gobierno, y que su agravamiento en el presente tiene que ver con hechos comprobados del inmediato pasado, que les han dado impulso a actos de violencia que en el caso de las ciudades no tenían la agresividad y carácter mortal que hoy presentan muchos de ellos.

El objeto de este escrito es tocar el tema de la inmigración que sin duda es relevante en el deterioro de la situación de seguridad, pero que por motivos de un falso culto que hace agua en todo el mundo, se calló y se permitió, mientras se descargan las culpas en un gobierno que abrumado por sus nefastos efectos -sin protagonismo alguno en el entramado que lo coloca contra la pared- intenta la única salida posible bajo lo que ha llamado la paz total.

La inmigración, un fenómeno conocido muy bien en Europa, gracias a los problemas de miseria e inviabilidad perpetuas gestados por el colonialismo en países de África y Oriente Medio especialmente, que llevan a sus nacionales a cruzar mares y fronteras en busca de una solución, que cada vez es más riesgosa y menos aceptada políticamente. Igual a lo que sucede en nuestra América con las riadas de ciudadanos pobres y sin esperanza que deja el subdesarrollo en Centro y Suramérica, y que intentan entrar en Estados Unidos con los obstáculos de todo tipo ya conocidos.

Una fue la época en que dicho tránsito pudo ser aceptado porque las economías de los países desarrollados lo necesitaron para ciertas labores humildes que no cubrían sus nacionales, como limpieza en general, preparación de alimentos, cuidado de casas, atención de restaurantes, construcción o reparación de diversos bienes durables, mano de obra no calificada o dedicada a arreglos domésticos.

Pero el retroceso de la economía de bienestar para su clase media en dichos países y el avance tecnológico que acabó con fuentes de empleo en fábricas y muchos oficios de mantenimiento y refacción de bienes, consecuencia del libertarismo económico de más de 4 décadas, además de una buena cantidad de inmigrantes que desde hace un buen tiempo es parte integral de esos países, hace cada día más impopular su acceso sin que se vislumbre un campo que permita pronto variar esta tendencia.

Si lo que se vive dentro de las potencias es el disimulado o abierto rechazo a la llegada de personas ajenas a sus territorios por considerar que de alguna manera atentan contra el orden establecido, ¿cómo resultarían las consecuencias para Colombia de la llegada de millones de hermanos venezolanos pobres de solemnidad, más cuando nuestra situación ha sido, en los últimos decenios, de franco subdesarrollo próximo a la inviabilidad económica y social?

Que a 50 millones de bocas de compatriotas, la mayoría a medio comer, se sumen las de 3,5 millones de migrantes que decidieron quedarse en Colombia, la mayoría sin ingresos para demandar un bocado, muy pronto habrían de llevarnos a la crisis de inflación e inseguridad que hoy arrostramos. Y que alimentan el discurso no solo de los medios sino de funcionarios y políticos, que, sin embargo, callan, por diplomacia o hipocresía, la inmigración desmedida que propiciaron, uno muy importante de los muchos quebrantos que acongojan hoy a nuestro país.

Situación a la que llegamos impulsados por gobiernos que han vivido de las ayudas prometidas por los países desarrollados, que lavan sus pecados ofreciéndoselas como contraprestación por recibir perseguidos de Estados no democráticos, o presidentes que, sumado a lo anterior y en plan de alcanzar notoriedad internacional para aspirar a ciertas dignidades, optan por avenidas humanitarias a inmigrantes hambrientos de un país quebrado por los gobiernos de izquierda, sin calcular bien las consecuencias.

Como la solución es frenar estas descompensaciones entre países hermanos, ya que por su atraso económico no ganan ni los nacionales ni los extranjeros que llegan ante la necesidad de sobrevivir, lo indicado es que, como ha sucedido en el caso de Venezuela -que repite lo acontecido a muchos otros países latinoamericanos que pretendieron darse gobiernos al margen de los intereses de Estados Unidos- se evite su injerencia generalmente perniciosa.

Que ya no sea la OEA sino instituciones como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) la que se convierta en entidad capaz, como mecanismo de diálogo y concertación política, de resolver los inconvenientes que surjan por motivos políticos o ideológicos entre nuestros países, sin tener como objetivo bloquear o destruir la economía del disidente y menos propiciar la desbandada de sus ciudadanos más desprotegidos.

Rasgarse entonces las vestiduras por la violencia muchas veces homicida en que han caído nuestras ciudades, soslayando motivos cruciales que han hecho parte de su origen, no va a solucionar un fenómeno que tiende a incrementarse ante la renuencia de los países ricos a recibir inmigrantes. Y nuestra solución de fondo, que cada país pueda sostener a sus hijos, pasa por superar el subdesarrollo que en 200 años solo hemos logrado amamantar.

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