Cuando murió su abuela Aurora Valencia, Ingrid no tuvo otra opción que irse a la casa de su mamá Rubiela y sus dos hermanos menores en Cali. Tenía 13 años y el cambio le dio duro. Se asentaron en el barrio Jarillón a orillas del río Cauca y allí aprendió a boxear defendiéndose de los hombres que siempre la querían robar, que siempre la querían tocar.
Ingrit Lorena lo soportó todo: un embarazo a los 17 años, un bachillerato inconcluso, la pobreza y los golpes de sus rivales. Su entrenador Raúl Ortiz terminó de forjar un carácter de acero. Afuera de su rancho en el Jarillón “La Zarca” como le decían, ponía el saco de arena y allí perfeccionaba sus ganchos, sus rectos, su terrible mano izquierda. En un palo de acero endurecía sus brazos, su pecho.
En el barrio de 12 mil habitantes vivió en la estrechez absoluta pero alcanzó a ser feliz. Hasta que en a finales del 2011 llegaron los hombres del Escuadrón Móvil Antidisturbios de la Policía, Esmad, y los sacaron a empujones del lugar. La ola invernal arreciaba y el alcalde de Cali Jorge Iván Ospina quería construir en la ribera del río. Aseguraba que tenía 10 millones de dólares para adelantar un barrio con casas de interés social.
Había familias que llevaban en el lugar 40 años y ante la arremetida de la policía resistieron los gases lacrimógenos, las palizas a bolillo, los ranchos resquebrajados. Ingrit y su esposo Raúl, con la esperanza envuelta en una media, tuvieron que salir para la tierra de él, el Tolima, departamento al que luego representó como pugilista en los campeonatos nacionales. Todo lo que tenían había quedado en ese rancho. Empezaron de cero, otra vez con todo en contra. “Ingrit, salió adelante con todo en contra, salió adelante a empujones”, dice su madre Rubiela quien recuerda también que la boxeadora cumplía su rol de madre en el día y las noches las dedicaba a entrenar al máximo.
Fue así, a punta de empeño y puños que lo logró: cinco años después Ingrit Lorena Valencia –ya con una medalla de bronce en el bolsillo–, está a punto de ser Campeona Olímpica en Río.
Fotografías cortesía de: Germán Nieto de Ávila.