Íngrid Betancourt es una mujer de muy recia formación, que además pasó por una prueba terrible. Sin duda es poderosa competidora. Barrerá en las primeras instancias. Su bandera de campaña será la lucha contra la corrupción, algo que todos, sin excepción, acogen.
Es la ley de la relevancia inversa. Mientras menos se quiere hacer más hay que hablar del tema. Íngrid propone un zar anticorrupción, que es como proponer un borracho para que acabe con las destilerías. Se le olvida que esa majadería de los zares ya está más desgastada que los consejos de seguridad, y que el más ignoto e inoperante de todos siempre ha sido el supuesto zar anticorrupción.
Tuvimos hasta uno sideral, que dejó para la posteridad este pensamiento: "Mi visión de lo ético es que este planeta es un grano en el océano cósmico, el cual no es nuestro, sino de los que no han nacido. Entonces mi imperativo categórico es que mi ética no es negociable y va orientada a garantizar la dignidad humana": Lorenzo Octavio Calderón Jaramillo.
Son más inservibles que un tote; y resultan en más burocracia, más contratos, más despilfarro y mayor corrupción.
Lo único que tiene que prometer un candidato es impulsar las obras que el país necesita, y gobernar con gente que tenga experiencia y honestidad. Las obras, sabemos muy bien cuáles son: tren que una todos los rincones del país; carreteras y vías de comunicación, metro subterráneo para Bogotá y todas las grandes ciudades, tren metropolitano y tranvías. Túneles, puentes, puertos. Estructura nacional. Todas estas obras una por una, sin intermediarios, sin contratistas espontáneos, supervisadas desde el primer tramo hasta su terminación absoluta, sin inauguraciones ni placas.
Un buen candidato propondría de inmediato que las entidades pomposas, inútiles, burocráticas y desmañadas se refundan en un solo órgano de control, en manos de un servicio civil absolutamente profesional, sin burocracia; al mando de alguien de un magistrado de la más dilatada e impecable trayectoria. La Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría y la Defensoría del Pueblo son una verdadera carga para este país, una vergüenza, cuevas de Alí Baba, nidos de sabandijas y parásitos.
En vista de lo circense del espectáculo de los candidatos dedicados a monerías o a propuestas disolutas, pareciera que es el momento de que aparezca en escena Vargas Lleras. Como diría Churchill, es el peor candidato, después de todos los demás. Mejor dicho, es el propio.