Christian Byfield trabaja desde los 18, a los 21 terminó Ingeniería Industrial en la Universidad de los Andes y a los 25, cuando ya tenía 4 años trabajando en consultoría financiera, se fue a darle la vuelta al mundo. Fueron 754 días por Asia, África, Europa, Oceanía y América. Desde entonces más nunca volvió a usar una corbata. Hoy, a los 29, es un Influencer con más de 100.000 seguidores en Instagram. Ha hecho campañas con marcas como Totto, GoPro y Motorola, por nombrar algunas. Junto a un socio, acaba de montar Vaová, su propia agencia para vender viajes a los 64 países donde él ha estado. Ya han mandado a varios viajeros a conocer el mundo. Dentro de poco lo veremos cómo imagen de los vuelos low cost que ofrecerá Latam en Colombia. Como la mayoría de sus seguidores son extranjeros, entidades como Parques Nacionales y Procolombia vieron en su Instagram una gran ventana para vender al país como destino turístico. También gana cuando lo contratan para dar conferencias. En otras palabras, Christian ya no paga para viajar sino que le pagan para que lo siga haciendo.
La cita con Christian era a las 3pm. Está despierto desde las 3 de la mañana porque ayer llegó de un viaje de dos semanas por España, Portugal y Francia. Dentro de cuatro días vuelve a salir de Bogotá y ya tiene su agenda de viajes definida por lo que resta del año. Es difícil que pase 20 días quieto en la capital pero aun estando en su propia ciudad sigue en modo mochilero. Anda en bicicleta, con ropa deportiva, tenis, morral y una sonrisa que parece tatuada en su cara. Parece que nada pudiera sacarle la piedra, ni siquiera la periodista que empezó una entrevista preguntándole si había salido del país. Al mirarle de frente su piel es la primera que habla. Fueron 754 días dándole la vuelta al mundo y el sol hizo de las suyas "Fue por no usar sombrero". Sin embargo él no se arrepiente. Sabía que tenía que pagar algún precio por dejarlo todo e irse a viajar.
Si bien es cierto que hoy Christian vive el sueño frustrado de los miles de oficinistas que cada día a las 6 de la tarde viajan embutidos en un Transmilenio, hasta hace cuatro años él también vivía sueños ajenos. Era un joven ejecutivo cuyo futuro estaba definido por los parámetros más capitalistas del éxito: dinero, prestigio, lujo y poder. De haber seguido como consultor su camino hacia la presidencia de una empresa del tamaño de Coca Cola era fijo. Sus padres, tíos y primos estaban orgullosos de la joven promesa que tenían en la familia. Él era todo lo que ellos siempre habían querido que fuera.
El único problema de aquella vida ejecutiva era que quien la estaba viviendo no se sentía cómodo. Debía llegar a un edificio de oficinas por el Parque de la 93 puntualmente a las 8 de la mañana todos los días. "Una secretaria marcaba la hora de entrada". La de salida no podía ser antes de 6. Si terminaba el trabajo antes debía calentar silla "ni modo de revisar Facebook o Youtube porque todo eso estaba bloqueado".
Lo bueno de aquel trabajo era que le permitía viajar bastante. Fue en uno de esos viajes a San Agustín, en el Huila que se encontró con dos prostitutas en un bus. Aunque las mujeres tenían una vida que ante los ojos de cualquiera es dura, no perdían oportunidad para reír y disfrutar del más mínimo detalle. Ahí fue cuando se decidió a dejarlo todo e irse a darle la vuelta al mundo. Desde el momento en que tomó la decisión hasta cuando despegó hacia Etiopía pasó un año. En ese tiempo trabajó el doble de lo normal para ahorrar el equivalente a 38.000 dólares -en una época cuando éste costaba 1.800- y asegurar su aventura. De ahí en adelante todo quedó en Instagram, y en su blog.
Cuando salió de Bogotá en diciembre de 2013 tenía 300 seguidores. Durante la primera parte de su viaje los posts en el blog y en la cuenta de Instagram eran para sus amigos. Enviaba mails en cadena a los más cercanos para contarles cómo iba todo. Fue en Australia cuando decidió que podía hacer de Instagram su trabajo. Si había gente que vivía de tener miles de seguidores viajando y contando su aventura, él también podía hacerlo. Le comentó la idea a su hermana, a quien estaba visitando, y ella pensó que era otra locura. Su viaje apenas le había dado para ganar 2000 seguidores, que para cuando volvió a Colombia eran 5000. Fue ahí cuando se disparó. Al llegar al país, la historia del joven bogotano que abandonó su trabajo por irse a dar la vuelta al mundo se volvió viral. Vinieron entrevistas en televisión, periódicos, revistas, internet, además de campañas publicitarias. Todo se vio reflejado en seguidores. Hasta hace seis meses tenía la mitad de los 107.000 que tiene en julio de 2017.
Pero el crecimiento no ha sido casual. Christian no se da el lujo de improvisar y cada post en su cuenta de Instagram es pensado. Tiene en cuenta detalles como la hora, el idioma, los hashtags y la estética de la imagen. Esta última es fundamental. Sabe que su trabajo no es solo viajar sino producir contenido sobre viajes. Cuando está viajando cuida cada toma que hace con cualquiera de sus dos celulares o con su GoPro. Después, por la noche, antes de dormir y muerto del cansancio, se dedica a organizar el material que subirá y a interactuar con sus seguidores. Nunca deja un comentario sin responder porque entiende que a la gente le gusta saber que detrás de la cuenta de Instagram hay un ser humano.
Hoy no se arrepiente de nada. Ni siquiera de haber estudiado Ingeniería o de haber pasado cuatro años de la vida entre la consultoría y la banca financiera. Si no lo hubiera hecho, no habría ahorrado la plata con la que se fue a recorrer el mundo. A lo mejor no estaría como está ahora. "Todo pasa por algo. A la ingeniería le debo mucho. Ahora en el montaje de mi agencia ha sido clave". Además, la ingeniería lo dejó con una forma de pensamiento que le facilita hacer que todo funcione. Hasta la locura de dejar botada su carrera por irse a viajar fue un proyecto que tuvo fases de diseño, preparación y ejecución. Los viajes por el mundo que venía haciendo desde 2006, cuando salió del colegio, le sirvieron para saber lo que le esperaba.
Al despedirse recoge la bicicleta que dejó amarrada a un poste. Ya lo reconocen por la calle. Tiene llamadas perdidas, reuniones, compromisos y las mismas tareas de pagar EPS, ARL, pensión que tiene cualquier otro prestador de servicios. La diferencia es que a él le pagan por vivir de vacaciones.
Por @enriquecart