Infancia: lo que una MasterCard no puede comprar

Infancia: lo que una MasterCard no puede comprar

"Algunos padres en su afán de querer dar o lo que ellos no tuvieron, caen en el facilismo del dinero y el amor materializado, en vez de cariño, valores, tiempo y compañía"

Por: María Alejandra Villamizar Sarmiento
marzo 09, 2020
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Infancia: lo que una MasterCard no puede comprar
Foto: La Crónica del Quindío

Mejor conocida en redes sociales por sus exóticos y despampanantes bailes, polémicas relaciones sentimentales y uno que otro escándalo de su vida privada. Es así como la barranquillera se hace notar y recordar entre sus más de 3,7 millones de seguidores, a quienes esta vez soprendió con los costosos y excéntricos regalos que dio de cumpleaños a su hija de 9 años, en los que calculo un valor aproximado de 3.000 USD.

Si bien, es de libre albedrio que cada quien disponga de lo que tiene a su antojo, no es para nada razonable que un niño de esa edad tenga a su disposición lo que un profesional o empresario posee de acuerdo a su edad, experiencia, negocios y trabajo.

Y no es que esa niña no merezca regalo alguno, es afortunada de tener una mamá que trabaja por ella y se da el lujo de complacerla, pero no de esa forma, robándole la niñez con cosas materiales, (lejos de ser lo que de verdad necesita alguien de su edad) que crean una distorsión de la realidad con respecto al modo de ver la vida, entendiendo que, lo que llega fácil de la misma forma se va, mientras que aquello que con responsabilidad, esfuerzo y sacrificio se obtiene, lleva consigo el fruto del éxito y el valor de saberse que lo que se posee tiene mérito propio. Sin embargo, algunos padres en su afán de querer darles lo mejor o lo que ellos no tuvieron, caen en el facilismo del dinero y el amor materializado, llenando un espacio destinado para ser abastecido de cariño, valores, tiempo y compañía, ahora remplazado por tarjetas de crédito y tecnología. De ahí que lo que preocupe a la juventud de hoy sea la necesidad del derroche patrocinado: viajes y lujos, que lejos están de lo real, valioso e importante, como lo es el valor de lo humano. Producto de esto los roles se han invertido, bien lo diría un amigo: “estamos viviendo la generación de los hijos que mandan a los padres”, convertidos en un objeto de ‘dame, quiero y necesito’ del que sin darse cuenta se hicieron protagonistas.

Al respecto el ex sacerdote Alberto Linero, quien ya retirado de la iglesia sigue dándonos mensajes esperanzadores, se pronunció en otro medio al respecto y enfatizó que “Los niños, más que regalos caros, necesitan afecto, disciplina, buena comunicación y mucha cercanía”.

Leí por casualidad hace unos días la entrevista que le hicieron a Gabriel Gilinski, empresario Colombiano, (heredero de una gran fortuna y quien hace poco sumó a su patrimonio la compra de la mitad de Publicaciones Semana) donde dijo que aunque el dinero es un instrumento de libertad, no trae felicidad, y que su mayor herencia ha sido aprender la ética y el valor del trabajo, la cual le enseñó su padre desde los 7 años mostrándole lo que él hacía.

Mi suerte fue distinta, al cumplir 5 años el regalo de cumpleaños que me dio la vida fue enfrentarme al reto de vivir con la ausencia definitiva de una figura paterna. Sin embargo, crecer y vivir como hija única me enseñó a ser agradecida, a amarme, amar y a no caer en estereotipos de una sociedad absorta de consumo y materialismo, que califica y da importancia de acuerdo a las posesiones.

Hoy sé que no hay mejor regalo para un ser humano que el dar y nutrirse del cariño de los demás; dar una sonrisa y abrazo sincero, visitar al amigo que está lejos; tomarse un café o una cerveza en una tarde fresca y ver lo linda que es la vida. Son cosas que el dinero no puede comprar.

“Es como la elegancia, mi María, que está en el buen gusto, y no en el costo. La elegancia del vestido, la grande y verdadera, está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas”.

Le dijo en un tiempo lejano de este presente harto de consumo y banalidad, el escritor cubano José Martí a su hija María.

Un consejo de vida, que considero conveniente resaltar y reflexionar en él.

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