Claro que me emocioné con la visita de Francisco al país, cómo no hacerlo cuando se es testigo de un liderazgo transformador capaz de traspasar fronteras sociales, raciales, étnicas y, cómo no, religiosas. Siempre he creído que el verdadero liderazgo es aquel que trasciende sectores y moviliza a las personas desde la humanidad básica y compartida.
Francisco es, según la tradición católica, obispo de Roma, sumo pontífice, vicario de Cristo, sucesor de Pedro, siervo de los siervos de Dios, cabeza del Colegio Episcopal y jefe de Estado y soberano del Vaticano. Tiene, al igual que sus 265 antecesores , el atributo superlativo y avasallante de la infalibilidad. Así como lo leen. En cuestiones ex cátedra (aquellas que desarrolla en su condición de pastor y maestro de todos los cristianos) y por estar iluminado por el Espíritu Santo el papa no se equivoca. Bueeeeeeno…
Pero lo que me entusiasmo de la visita de Francisco no fue ninguno de sus títulos ni mucho menos las atribuciones que por ser el líder de más de 1200 millones de católicos en todo el mundo dicen que tiene, sino cada una de las acciones que realizó en su visita. En su auténtica sencillez, con verdadera empatía y simpatía compartió sus reflexiones, hizo advertencias respetuosas y alentó a todo un país (nunca le habló exclusivamente a los católicos apostólicos y romanos), que vive actualmente una crisis ética e institucional, pero que también está en proceso de superar un conflicto armado demasiado largo, costoso y doloroso. Nos recordó que la esperanza y la urgencia por construir una nueva sociedad son reales y nadie, nadie tiene el derecho a quitárnoslas. El timing (momento), el tono, los términos y la visión que compartió el papa no pudieron ser más acertados.
Bergoglio es un tipo buena energía pero no es solo eso.
Mira a los ojos, abraza, besa en ambas mejillas, “ventanea”,
volea brazo y se ríe sin esfuerzo
Bergoglio es un tipo buena energía pero no es solo eso. Mira a los ojos, abraza, besa en ambas mejillas, “ventanea”, volea brazo y se ríe sin esfuerzo. Despliega una humanidad que genera cariño y a la vez respeto. Su discurso es pausado, pero contundente. La paz, la reconciliación, el perdón, la solidaridad no son en él conceptos etéreos o académicos sino acciones, posiciones y proyectos humanos, cercanos y urgentes. La dignidad y la vida, como dijo el también jesuita Pacho de Roux, están en el centro del discurso y del accionar del papa Francisco como bien claro lo dejó en cada una de sus intervenciones en el país.
Por las redes sociales, activas como nunca en este ambiente preelectoral y de polarización, se generaron debates y discusiones alrededor de la visita y las palabras del papa. ¿Qué si es político y que sus palabras tienen alcance en dicho ámbito? ¿Qué si vino a apoyar el proceso de paz? ¿Qué por qué los no creyentes, los ateos, los no practicantes y los miembros de otras religiones opinan sobre lo que dice?
El papa, ya lo sabemos, ha puesto el fin del conflicto armado colombiano como uno de sus temas centrales desde que llegó al solio de San Pedro. Reiterados discursos sobre el tema (en Roma, La Habana y en nuestro país), el nombramiento del obispo Giorgio Lingua en La Habana (quien desde el año 2000 está atento a los intentos de paz) y la promesa de visitar el país una vez se lograra el acuerdo, así lo demuestran. Esta visita, en este momento, tiene todo que ver con la construcción de paz. Los discursos en cada ciudad y el evento con víctimas y victimarios del conflicto armado en Villavicencio son muestras claras de su posición, la cual se sustenta en planteamientos humanos y espirituales, pero con innegables e ineludibles consecuencias políticas. En su interpretación de la religión católica, la terminación del conflicto, la protección de la vida, la dignidad, el esclarecimiento de los hechos y la justicia de transición son superiores (desde la ética y la moral) a la necesidad de castigo carcelario y a la posibilidad de aniquilamiento del otro. A algunos quizás les hubiera gustado que fuera Juan Pablo II y su línea conservadora, quien se pronunciará acerca del proceso de terminación del conflicto . Wojtyla, quien de manera activa y estratégica tuvo mucho que ver con la caída final del comunismo, quizás hubiera sido más cauto y lejano al enfrentar el fin de conflicto colombiano. Vino el buen porteño y tomó partido. ¿Papas políticos? Sin duda. ¡Todos!
Termino con su definición del Acuerdo de paz que compartió en Cartagena: "Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural. A la cultura de la muerte, de la violencia, respondamos con la cultura de la vida, del encuentro.” ¿Infalible ex cátedra? Obvio que no. ¿Acertado, a tiempo y necesario? Claro que si.