Doña Inés era una distinguida señora en mi pueblo de quien permanentemente sabíamos que sufría fuerte ataques de lo que se llamaba bronquitis. De niño me causaba gran impresión saber que ella había estado muy grave en el Hospital San Antonio, que le aplicaban oxígeno para que no se muriera pero que volvía a salir por las calles como si no le hubiese pasado nada. Y, lo que para los ojos de un infante como yo, hijo de una madre católica, era casi un sacrilegio ver lo ligera de ropas que andaba la señora al pasear su cuerpo despampanante, pero aliviado, por los andenes de la parroquia provocando las miradas libidinosas y los piropos de los choferes de los carros de plaza. A ella no parecía regirle la norma conque nos educaron de que había que proteger los pechos con ropajes cuando lloviera, que no se podía salir acalorado, que mucho menos se nos ocurriera salir al sereno de la noche desabrigados o nos pusiéramos en medio de un chiflón. Para doña Inés no regían esas normas y, como tal, todos terminamos acomodándole a su desfachatez al no taparse bien el seguir entrando continuamente al Hospital San Antonio. Cuando le preguntábamos a los mayores como podía lograr doña Inés esa permanente hazaña y no cambiar de modo de vida, terminábamos diciendo que era porque doña Inés tenía el culo al revés. Fue una forma de decir en una sola frase que ella le llevaba la contraria a la lógica y cuando surgía algún especimen de esos caprichosos que hacía su voluntad contra el orden establecido, repetíamos la frase: este es como doña Inés, tiene el culo al revés. Hasta que un día, en pleno invierno de octubre, a doña Inés le dio pulmonía y por fin se murió como todos lo habíamos pronosticado.
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Cuando surgía algún especimen de esos caprichosos que hacía su voluntad contra el orden establecido, repetíamos: este es como doña Inés, tiene el culo al revés
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Por supuesto no aguanté las ganas y aunque apenas era un niño cuya máxima pilatuna era asomarme por debajo de las puertas de bambolina del Happy Bar para ver a León María, El Cóndor de mi novela, presidiendo la mesa diaria donde se afirmaba que ordenaba muertes y operativos, no aguanté las ganas y me fui a asomar al velorio de doña Inés. Era en la casa de su mamá porque ella ni tiempo había tenido de conseguir marido. Y sin tener nada que ver con la muerta, rodeé su ataúd una y otra vez y fui y me senté a distancia para observarlo de perfil buscando alguna deformidad visible. Ella estaba colocada boca arriba, con un trapo amarrándole el mentón para que no se le descolgara la quijada cadavérica. La habían vestido con el hábito de las franciscanas pero no hubo forma de verle su trasero ni de que nadie me dijera si de verdad doña Inés tenía el culo al revés.
Por estos días aciagos la he recordado con nostalgia porque Colombia cada vez se me parece más a doña Inés, ya que definitivamente estoy convencido que este país tiene el culo al revés.