Como el reloj del apocalipsis, la cuenta del gobierno es regresiva. Corre veloz el tiempo, 10 meses ya, y el anunciado cambio da tumbos desorientados. No es solo cuestión política, no es solo asunto de partidos y partijas, el punto es que es un país, una sociedad la que se desbarranca.
No es fácil situarse acá. Empieza a ser “mansa la esperanza”. Colombia necesitaba un cambio y eligió un cambio, otro gesto en cuanto a la paz, el respeto a las minorías étnicas, otra manera de afrontar con certeza los derechos humanos, la convivencia con el medio ambiente, la lucha por los derechos, la recuperación de una justicia que hace tiempo ha entrado en quiebra, la mística del trabajo público, una respuesta contra la corrupción administrativa con su insaciable gula, contra la violencia estructural.
Eligió por eso otro gobierno, otro en teoría distinto a 203 años precedentes de amañamiento partidista de derechas. Pero no se ve gobierno, no se siente, no se entiende; se ve sí un presidente solitario, un hombre atendiendo coyunturas con molestias, aislado, sin gobierno pese a que todos sus burócratas, en general tan inexpertos como arrogantes, se le junten en las fotos para cada anuncio cotidiano ya poco creíble, ya poco certero.
“Es responsabilidad del Estado defender el largo plazo contra el corto plazo, como lo es defender la memoria colectiva, proteger a las minorías o alentar la creación cultural, aun cuando ésta no corresponda a las demandas del gran público”, decía Alain Touraine, humanista recientemente fallecido.
Viene a la memoria el gran Touraine, entre otras cosas porque quien se de a la dura tarea de leer el Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026 “Colombia potencia mundial de la vida”, se hallará ante la tarea más desencajada de planeación pública desde que en 1991 se adoptó un nuevo sistema en este campo.
Y no es que no haya habido miles de horas de reuniones y asambleas “vinculantes” con actores sociales y económicos; es porque claramente se trata de un plan de cerca de 1.000 páginas en abundancia declarativo, retórico, en el que los compromisos populistas y políticos se leen fácil. Una carta de ruta laberíntica, técnicamente ilegible, con compromisos económicos irrealizables; una carta de la que seguramente el porcentaje más importante caerá por evidentes fallas constitucionales.
Un equipo que descalifica el pasado, pero copia el pasado, que grita a los cuatro vientos la construcción de una sociedad nueva, como si de la vieja pudiera prescindirse, un equipo evidentemente poco apto para la tarea propuesta
El gobierno se llenó de fans, gente que se autoproclama de un partido que no existe, porque lo que triunfó en Colombia fue una coalición de fuerzas coincidentes en el descontento; un equipo que descalifica el pasado, pero copia el pasado, un equipo escandaloso que grita a los cuatro vientos la construcción de una sociedad nueva, como si de la vieja pudiera prescindirse, un equipo evidentemente poco apto para la tarea propuesta, lo que es fácil comprobar en el caso de ciencia, minas y energía, cultura, transporte, tecnologías.
Recuerdo a un comentarista, el profe Alfaro a quien todos sus compañeros elogiaban en la transmisión, que ante una debacle futbolística de la selección decía “Colombia debe pensar primero en hacer el primer gol antes que pensar en el segundo”.
Bueno, pues ante semejante disparo mental, tal parecería que al gobierno le toca ya hacer el segundo gol, porque el primero lo ha desperdiciado. Urge un cambio de gabinete y de formas.
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