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La semana pasada se realizó en Cali el Festival Petronio Álvarez que cada vez evidencia más el aporte de los pueblos negros del Pacífico a la construcción de la sociedad colombiana; sin duda, el festival es un buen indicador de que las comunidades afrocolombianas van buscando y encontrando caminos de dignidad y buen vivir. También el Petronio con millares de visitantes que desbordan la urbe es una oportunidad para tomarle el pulso a la vida de ciudad, y para reconocer los principales signos de este tiempo en el andén caleño. ¿Qué se pudo observar?
Resalta sin mayor discusión la alegría, la sabrosura de la cultura popular caleña que se transfigura en hospitalidad y en baile cadencioso al son de los currulaos que atraviesan esquinas y avenidas, trascendiendo a un encuentro de país; en ese sentido, ya el Petronio es una gran noticia para el habitar urbano. Pero esta vez también se vio una fuerte presión en los entornos de parte de la población habitante de calle que crece, se notó suciedad en los barrios y avenidas aledañas, se percibieron graves problemas en recolección de residuos. En el contexto del evento resaltan situaciones críticas que perseveran: tenemos grandes dificultades para que se respete la autoridad por parte de la ciudadanía que se ve desbordada en situaciones de aglomeración y circulación, poco observantes de las normas básicas de convivencia, abundan las malas prácticas de los domiciliarios, motociclistas y vehículos informales de servicio público, subiéndose a los andenes, volándose los semáforos y las señales de tránsito, tomando contravía y poniendo en riesgo a ciclistas y peatones. Este ambiente urbano termina de suyo generando una trama de irritabilidad, malestar e inseguridad que hace por momentos una Cali intratable.
Es evidente la necesidad de conectar de mejor manera las acciones gubernamentales con la sensibilidad ciudadana
Claramente son precarias las políticas de control del tráfico, de limpieza y de cultura ciudadana de paz; es decir, la promesa de reconciliación de la ciudad no va bien, digamos que ahí hay responsabilidades institucionales y es evidente la necesidad de conectar de mejor manera las acciones gubernamentales con la sensibilidad ciudadana; pero si ponemos esta situación en una perspectiva más amplia es indiscutible la creciente indisciplina social; nuestros comportamientos colectivos se observan desenfrenados y expresan una crisis de paradigmas ciudadanos de convivencia que nos toca a todos y todas. Este asunto no es menor cuando no solo se trata de que la ciudad sea buena anfitriona y buena locación para eventos de relevancia nacional e internacional, como también especialmente de cualificar el buen vivir y el buen trato de la población caleña.
El caso de Cali no es el único, en las grandes ciudades colombianas se sigue manifestando una gran desazón asociada con la precariedad institucional frente a las históricas situaciones de exclusión y a la falta de oportunidades que se acumulan y radicalizan, en medio de un ambiente de criminalidad y desgobierno. Reconozcamos que en los últimos años hemos vivido tiempos difíciles, de agitaciones que convulsionan nuestros entornos colectivos; pandemia y estallido recientes, han significado para las generaciones vivas de colombianos y colombianas experiencias de alta presión emocional que demandan respuestas tanto en el plano de renovar las prácticas de salud integral y de protección de la vida, como de una necesaria expansión del sentido de lo común, lo ciudadano, lo público, repensando rutas democráticas que vayan más allá del desorden y el malestar que nos circunda.
Frente a esa sensación, necesitamos, sin distingo de ningún tipo, superar toda clase de estereotipos, de estigmas y falsas oposiciones, para trabajar en mejorar los vínculos, las relaciones y los entornos; tenemos la tarea de reconocernos como seres humanos con atributos, con derechos, con capacidad de actuar en común, para valorar los contextos, las condiciones, los caminos, en los cuales instituciones, comunidades y ciudadanías, podamos vivir un período de rectificaciones y reaperturas prácticas que impliquen amor por las libertades y por las virtudes cívicas.
En estas circunstancias, quizás la mayor exigencia es saber discernir cómo vivir este tiempo urbano con un sentido de apertura a la convivencia social solidaria, que se centre en unir en la diferencia, para que podamos sobrevivir con dignidad a partir de respetuosos reconocimientos ciudadanos e institucionales.