Indignación masiva ha causado entre estudiantes de la Universidad Pontificia Bolivariana sede Medellín —y en un sector ampliado de la ciudadanía— una publicación titulada ¿Cómo vestirse para ir a la Universidad?, en la que se puede leer: “Trata de usar ropa discreta, no hay nada más incómodo que distraer la atención de tus compañeros de clase y profesores, para eso te sugerimos evitar utilizar escotes profundos, faldas cortas o ropa muy ajustada al cuerpo”.
El texto se encuentra en el portal institucional y, señalan algunos estudiantes en sus redes sociales, que fue enviado a sus correos académicos. Aunque aparece en la página web universitaria con fecha del 30 de enero de 2018, el revuelo se ha desencadenado en Facebook y Twitter la tarde de este miércoles 7 de febrero.
La causa de tal reacción se encuentra en que ha despertado algunos fantasmas asociados a la responsabilización —entendida como culpabilización— de la mujer por las respuestas inadecuadas de los hombres con motivo de la forma de vestir de ellas. Molestia que no ha sido temperada por un comunicado de la UPB donde “aclara que la motivación del texto se dio con el fin de dar algunas recomendaciones generales sobre la comodidad en el ambiente universitario. La UPB no pretende condicionar algún código de vestuario para sus estudiantes y eso es evidente en la dinámica misma de la Institución. Ofrecemos disculpas si en algún momento el texto afectó a alguien por la interpretación que se le diera".
Cierto es que la publicación podría ser tomada como una serie de observaciones casi desdeñable, si no fuera por los contextos en los que se presenta: la sensibilidad que han despertado las violencias sexuales ejercidas contra las mujeres, el movimiento “Me too”, el caso de Claudia Morales, el feminicidio (que apenas hace un mes y medio presentaban una ola en la ciudad, según los medios masivos de información). A lo que hay que sumarle la promoción que se ha hecho en las últimas décadas de una cultura de defensa de los derechos, que se ha transmitido en la formación de los jóvenes, y la naturaleza característicamente religiosa de la universidad en mención, que ciertamente puede proponer a los educandos una lectura que presenta un conflicto. Un conflicto que trasciende incluso la reivindicación de “el derecho al libre desarrollo de la personalidad”, tan demandado en otros momentos en las instituciones educativas.
De modo que la recomendación del artículo, que podría ser desestimada por los estudiantes, como una antigualla —como el reducto de una postura reaccionaria en el discurso universitario—, ha sido tomada como una actualización de una concepción sobre la mujer como un ser que induce al pecado, tentadora, en contraposición a una supuesta naturaleza vulnerable del hombre, como sujeto pasivo de un estímulo que lo induce a obrar mal; a la manera de una víctima; como un objeto de reacciones automáticas en las que no se interroga siquiera su posible responsabilidad.
Que es la mujer la especialmente provocadora, se entiende en el escrito antedicho por la nominación de las prendas de vestir que sugiere deben evitarse en los espacios académicos, identificando el contexto de las características de género de las que tradicionalmente se hace uso: las faldas, los escotes, la ropa ceñida, en el cuerpo del texto se refieren los tacones altos también.
Y es así que allí donde las “recomendaciones” pudieron ser tomadas como una anacrónica recreación de exhortaciones para asistir a una ceremonia religiosa, propia de algún manual edificante, en la aparente ingenuidad de las sugerencias formuladas bajo el acápite de la “comodidad”, se filtró el prejuicio.
Ahora bien, el texto ha propuesto una lógica expositiva en que lo incomodidad de las mujeres “indebidamente vestidas para el contexto educativo” tendría un efecto causal en un “déficit de atención” de los “compañeros y profesores” —no se ha hecho uso del llamado “lenguaje incluyente” por lo que no queda claro si el efecto distractor también lo suponen como susceptible de operar sobre otras mujeres—.
Este es el punto en el que las “recomendaciones sobre la forma de vestir” han resultado sospechosas y cuestionables para los estudiantes que se han expresado a través de las redes sociales virtuales; pues la lógica expositiva se quiebra, como puede entenderse.
Bajo la reiterada propuesta de que se tratará el tema de la comodidad, emerge incómodamente el contenido de la moralidad; bajo la inducción a la consideración de un asunto casi de factores que favorecen el rendimiento del cuerpo en la actividad física que supone una jornada académica, se deja aparecer un juicio que resulta chocante e inasimilable en el discurso de contexto.
Así, en el supuesto tratamiento de un tema de orden físico, se introduce una interpretación psicológica por parte del autor del texto: una interpretación —quizá un prejuicio descuidado— que abre las puertas de un cuestionamiento moral (el referido antes sobre la posición de la mujer).
Lo que está puesto en juego en esa recomendación, y lo que no se nombra directamente, es el cuerpo en su dramática dimensión sexual. Por eso el asunto se deja tácito, casi como una negación. Se refiere el tema de una “vestimenta inapropiada” como si de lo que se tratara es que ella constituyera unos estímulos indistintos que afectaran una función psicológica: la atención; lo que subyace es la referencia a la capacidad perturbadora del cuerpo con la manifestación de su expresión sexual. Y esto se deja a la vista, pero silenciado.
Vale agregar a lo anterior, que aparece asociado al temor de una respuesta primitiva; como si se tratara del cariz no domeñado de la sexualidad que podría tomar una cruda manifestación. Puede entenderse por eso que en este punto emergen los fantasmas de abuso sexual que se enuncian en la interpretación que hacen algunos estudiantes de las implicaciones del escrito; dice una comentarista: “¿entonces según el texto si una mujer es abusada sexualmente es por usar minifaldas o shorts y escotes muy profundos? Ustedes legitimando que el machismo que padecemos todos los días y sugiriendo que la culpa de que nos maten y nos violen es nuestra”; escribe otra: “Es el mismo argumento que culpa a las mujeres víctimas de violación o asalto sexual, por su forma de vestir”.
Eso fue lo que empezó a masificarse en la tarde y la noche del 7 de febrero, por parte de los estudiantes en las redes, bajo la metáfora del uso de la falda (#UPBenFalda), prenda que se recortó como una pieza de vestir del discurso de la UPB, promoviendo una reacción para reivindicar un debate y una protesta sobre la dinámica social de los sexos, en una cultura que se denuncia como machista, maltratadora, abusiva, violenta, misógina, asesina.
Por otro lado, y a modo de conclusión, dos observaciones sobre lo que descuida el redactor de las recomendaciones sobre cómo debe vestirse una mujer para ir a la universidad:
1) Suele evidenciarse que la mujer manifiesta satisfacción al vestirse con aquello que la hace sentir bien, bella, atractiva, feliz; la comodidad puede quedar en un segundo plano, e incluso lo saludable.
Lo que evidenciaba un reconocido poeta psicólogo con esta breve parábola: “Una mujer que va a un baile, con un escote, en una noche que hiela, no se resfría si se divierte”.
Así, puede entenderse lo que afirman algunas mujeres: que los tacones altos y la ropa apretada no les incomodan, si con ellos siente satisfecha una imagen de su fantasía.
2) La “distracción” no se extingue con prendas cuello de tortuga, ni con pantalones holgados y gruesos, pues bien puede “distraerse” alguna persona incluso a pesar de los diques que la cultura le oponga en forma de mujer cubierta; así, una persona puede distraerse con cualquier otro detalle sensible a su condición emocional. Es lo que evoca la penetración psicológica del poeta Barba Jacob cuando pone en evidencia:
“Hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer”.