A un costado de la vía que de Bucaramanga conduce al municipio de Girón se ven luces de ambulancias y gente que se agolpa en el lugar, tal vez un accidente pienso, y sigo mi rumbo, el tráfico es lento en sentido Girón-Bucaramanga. Horas después, regreso por la misma vía y las ambulancias continúan en el lugar, también hay motos y carros, pero no policías.
Al detener la marcha, logro divisar a mujeres con niños de brazos, y pequeños que no superan los seis años de edad; tienen rasgos indígenas. En un español apurado, hablan con curiosos que observan su condición, mientras tejen hilazas de palma con las que hacen canastos y sombreros para comercializar.
El lugar es oscuro, lo alumbran las luces de los carros que transitan, y los colores intermitentes rojo y azul de las ambulancias que se reflejan en los rostros de quienes allí se encuentran. En medio de la algarabía, los paramédicos atienden a niños y mujeres lactantes, mientras ciudadanos voluntarios les entregan pan, gaseosa y alimentos no perecederos. Parece una plaza de mercado nocturna.
Indígenas Yukpa
Un muchacho de piel trigueña que recibe el dinero de la venta de los canastos, me relata que son Yukpas, una etnia indígena proveniente de Venezuela, que trae consigo a 16 menores de edad, entre todos son cerca de 30 personas. Los indígenas llegaron al área metropolitana de Bucaramanga provenientes del noroccidente de Venezuela, motivados por la crisis que se ha presentado en el vecino país, cuya híper inflación tiene por las nubes los precios de los alimentos.
Hace cerca de 20 días hicieron un asentamiento humano al costado de la vía entre Girón y Bucaramanga con plásticos, bolsas y cabuyas, sujetadas a las ramas de los arbustos del lugar, armaron improvisados techos en los que se refugian en horas de la noche.
Las condiciones son precarias, varios niños y niñas, sin camisa y descalzos, (entre ellos neonatos) están acostados sobre una sábana que irónicamente tienen la figura de ‘las chicas súper poderosas’. Es una comunidad que pareciera inmune al frío y al calor, son sumamente pacíficos y no se quejan, da la impresión de que lo que viven, fuera pan de cada día para ellos.
Desde luego no tienen agua, y sin embargo la comunidad les ha hecho llegar, hasta tinas para bañar a los infantes, recipientes que seguramente usarán para otros menesteres, menos para la higiene de los más pequeños.
En varias ocasiones, algunas voluntarias les han puesto pantaloneta, camiseta y pañal a bebés de escasos meses de nacidos para hacerles amena la noche, solo si no llueve. La ciudadanía, motivada por algunos motociclistas de Bucaramanga y fundaciones de ayuda humanitaria, logró llevar dos ambulancias con ocho profesionales de la salud que les han prestado atención médica en dos ocasiones. Dermatitis, cuadros febriles e infecciones, han encontrado en esta comunidad, y pese a que ya van a cumplir un mes en el lugar, ni el gobierno local, ni el departamental, han asistido a estos indígenas.
La travesía
Los Yukpas salieron hace varios meses de sus tierras, (en algún punto de la Sierra del Perijá) caminaron durante dos semanas hasta llegar a la población de Machiques (Venezuela), un lugar relativamente cercano al lago de Maracaibo, cuenta Rafael, un indígena de 20 años que llegó junto a su esposa y otras personas de su familia; de ahí se desplazaron por varias poblaciones venezolanas y colombianas hasta llegar a Cúcuta, pero al ver la compleja situación que se vive en la capital norte santandereana, con miles de venezolanos durmiendo hasta en los parques, decidieron seguir su camino hasta Bucaramanga para buscar refugio y poder vender sus productos.
Rafael aduce que estarán únicamente durante la temporada decembrina, en la que esperan recoger dinero para comprar zapatos, ropa y alimentos, sostiene además, que venden sus artesanías al borde de la carretera, pues no conocen la ciudad y temen perderse.
Ellos no se preocupan por la travesía que tendrán que emprender de vuelta, cuando decidan regresar a la Serranía del lado venezolano; piden a los habitantes del área metropolitana de Bucaramanga que cuando pasen por el sector compren sus manualidades; tampoco le piden nada al gobierno, llevan cientos de años lidiando con la indiferencia que les otorga el Estado a los indígenas venezolanos y colombianos.
Solo agradecen la mano solidaria de quienes se han acercado a llevarles abrigo, comida y cuidados de salud, especialmente para los niños y niñas que han empezado a enfermarse por las condiciones infrahumanas en las que viven.