Las religiones ilustran historias trágicas, prometiendo la llegada de cierto salvador. Ahora, tras haber declarado que no era comunista, el Papa Francisco condenó la injusticia social del neoliberalismo, y ruega “Dignitas Infinita”.
Dogma socioeconómico, eliminando justas y solidarias providencias, la competencia impuso la disputa y el sacrificio, e individualizó la superación prometida. Previamente, las diferencias de género y las luchas de clase se inoculaban mediante mitos heroicos o cuentos de princesas que enseñaban a admirar y emular arquetipos excedentes, aunque terminaran sometiéndose a heredar roles carentes.
Ellas terminaron igualándose a Ellos. Ese molde Unisex no masificó el progreso; de hecho, inflando presuntas virtudes y maquillando evidentes imperfecciones, los dioses mundanos nunca estuvieron a la altura de lo que necesitaba la humanidad.
Prueba de inconsistencia, presumen nacionalismo utilizando camisetas ajustadas o escotadas de la “selección”; voluntariamente perpetúan la cosificación, y la confusión de quienes creen que el escudo de la “federación”, una institución privada, centralista y mafiosa, representa a nuestra “república”.
Durante este siglo, a escala global, las mujeres empezaron a tomarse el poder, por encima de otros grupos subrepresentados, como los raciales. Verbigracia, Lagarde fue la primera ministro de asuntos económicos del G8, la primera gerente del FMI y la primera presidente del Banco Central Europeo, en tanto que Kirstalina fue la primera directora del Banco Mundial.
Y, a pesar de las “policrisis” sistémicas, socioeconómicas y pandémicas, nada ha cambiado; igual destino tuvieron los infructuosos gobiernos del primer presidente negro en Estados Unidos, y del primer mandatario exguerrillero en Colombia.
Sea por negligencia, incompetencia o pecaminosidad, en los medios o fines, la desigualdad sigue siendo funcional y estructural para quienes tienen la última palabra, a pesar de que la Curva del Gran Gatsby se degeneró, pues en cada género y generación hay alguna minoría que se salva de la pobreza, sometiendo a sus semejantes, y la que disfruta del paraíso no representa de manera sustantiva a la mayoría.
La clase media se degradó, y ni siquiera ser hombre y blanco garantiza un tiquete en la lotería del progreso. Pocos se salvan, y ese genocidio socioeconómico se perpetúa mientras el mercado carece de competencia real, pues lo dominan ciertos oligopolios; el sector público es decorativo y las oenegés están dedicadas a lavar reputaciones, activos, pasivos, patrimonios y beneficios.
Naciones Unidas, cuya burocracia es tan inútil como elitista, publica un Índice de Desarrollo Humano -IDH- que muestra poca sensibilidad. Usando una escala absurda, Colombia siempre sobresale en nivel Alto.
Aunque el país y la mayoría de sus regiones son neoliberales, la discriminación departamental del IDH paradójicamente es equiparable al de países con modelos antagonistas o historias conflictivas.
En orden descendente, verbigracia, Bogotá parece Albania; el Valle, Bosnia; el Caribe, China; Caldas, Meta y Santander, Cuba; Cundinamarca, Armenia; Antioquia cierra el top-10, similar a Brasil. Más abajo, Boyacá parece Argelia, y cerrando el Top-20, entre 32 departamentos, Tolima luce como Egipto.
Padecemos tantas debilidades como contradicciones.