Es indudable que los vientos del independentismo están soplando muy fuerte en el conjunto de la Unión Europea, con tanta fuerza que amenazan no solo desestabilizar sino desintegrar países y terminar con el sueño de sus fundadores por ver un continente solidario, bien cohesionado, sostenible en sus anhelos de paz, el mayor bienestar posible para sus habitantes, con las ventajas de la libre circulación de personas, de capitales, de empresas y simplificación de fronteras. Algo así como una especie de Tierra Prometida, capaz de albergar etnias y lenguas diferentes dispuestas para una convivencia que surgió como un imperativo luego del escalofriante siglo XX que produjo demasiado dolor y destrucción.
Ese independentismo es una mancha viscosa que avanza, como Atila, de arriba abajo por el Viejo Continente. Un mal que se manifiesta de diversas maneras y con especificidades propias en cada uno de los países afectados. Veamos:
En Córcega, sueñan la independencia de París, las elecciones del domingo 10 del presente mes dieron el triunfo a los nacionalistas. La izquierda desapareció y la derecha quedó tocada. Quieren autonomía para “hoy y mañana” dice su líder nacionalista Gilles Simeoni y piden la “transferencia impositiva de los impuestos pagados por los corsos”, para mejorar las condiciones de pobreza de la Isla.
Los flamencos belgas, sueñan la independencia de Bruselas, trabajan en sus aspiraciones separatistas. Desde hace 40 años la política belga se ha reformado buscando más descentralización y autonomía para las regiones de Flandes y Valonia. Sin embargo, los flamencos, aunque hoy en el gobierno, quieren más competencias para su región. Una de sus ministras, Liesbeth Homans, dijo recién posesionada: “Espero que Bélgica deje de existir en 2025”. A los flamencos les molestan, muy mucho, los subsidios de las regiones francófonas, hasta el enervamiento.
Ni la Italia papal se libra. En Lombardía y Véneto, sueñan la independencia de Roma, hubo referéndum el 22 de octubre pasado. Ganó el sí que pide al gobierno central una mayor autonomía y recursos. “Queremos que dejen de robarnos lo que produce nuestro trabajo”, dicen en Milán y Venecia. En Lombardía dicen que pierden unos 54 mil millones de euros por año y Véneto 17 mil millones, según los cálculos nacionalistas.
Hace tres años en Escocia, sueña la independencia de Londres, no se logró el anhelo de ser Escocia, no Reino Unido, en el seno de la Unión Europea. Piensan que sus recursos petroleros no son bien manejados por el gobierno central, que la política de Thatcher les causó enorme desindustrialización, quieren mejores réditos para el whisky. Ellos mismos quieren gestionar sus intereses, no un monarca distante.
De otro orden, pero también nacionalismo que afecta a la Unión Europea, es la situación de Hungría y Polonia. Viktor Orbán está dispuesto a hacer su revolución, ¿en nombre de qué principios? “Nosotros, los húngaros, juramos en este mismo lugar que no volveríamos a ser esclavos jamás”, dijo en lo alto de las escaleras del Museo Nacional de Budapest. Desde Bruselas amenazan a Polonia con quitarle su derecho de voto por el tipo de gobierno que adelanta el nuevo hombre fuerte Yaroslav Kaczynski quien tiene mil reticencias hacia Europa. Por ejemplo, recela cuando oye hablar de “solidaridad en la UE, en realidad lo que se busca es camuflar la hegemonía alemana y el estado de derecho es una simple comedia de los opresores” (Frantfurter Allgemeine, 13.12.2017).
Claro que lo de Cataluña y su sueño de independizarse de Madrid corresponde a otros órdenes.
Se debe decir que lo histórico es básico. Aquella unión forzada de los Reyes Católicos, juntar Castilla y Aragón en una sola corona, siempre dejó las lanzas dispuestas a cualquier posibilidad. Era 1469, ¡hace seis siglos!, quien lo dijera. En 1640 se sublevó y no le fue bien porque cayó en manos del rey francés, prefirió volver al redil. Al iniciarse la II República, de inmediato proclamó un tipo de independencia, que don Manuel Azaña no dudó en calificar en su diario de “insolidaridad, de hostilidad, de chantajismo que la política catalana de estos meses ha dado frente a la República”; corría 1937.
Hoy la situación entre Madrid y Barcelona está al borde del síncope. Ni Barcelona ni Madrid son culpables, pero ninguno de los dos puede lanzar la primera piedra. Como se dice, el diablo está en los detalles.
Se ha olvidado la propuesta que Jordi Pujol puso encima de la mesa, cuando las aguas no estaban tan revueltas. Pujol habló de, ‘el Hecho Diferencial’, en una conferencia en Madrid en 1996, siendo presidente de la Generalitat. Pedía aceptar la singularidad de Cataluña sin necesidad de reformar la Constitución de 1978. Era una propuesta sensata, acorde a los preceptos políticos. Sí, Cataluña tiene su lengua, como el País Vasco, como Galicia, lo cual, como dice la Iglesia católica, imprime carácter. Una lengua da otros aires, es una riqueza cultural que se debe mantener. Es un aire diferencial, que por ello mismo lo identifica con el Ser Español que está en el ADN catalán. La oferta pujolista se malogró porque el Congreso de la calle San Jerónimo la desestimó.
El Estatuto de Autonomía Catalán de 2006 colmó el vaso de los despropósitos. Hablaba de Cataluña como “NACIÓN”. El término produjo los mismos efectos de cuando el rapto de Helena en Grecia: la hecatombe. En realidad fue una tormenta en un vaso de agua. Esto se puede decir hoy, no en el momento, cuando se tiene la perspectiva histórica. A Quebec, que tanto ha luchado por su independencia, el parlamento de Canadá, le dio el status de “nación dentro de un Canadá unido”, la vida siguió y siguen caminando bien, liderados por un Justin Trudeau arriesgado, enérgico, con ideas claras, dispuesto a soltar y a recoger del dedal cuando el pez lo exige. Esto no ocurre con Mariano Rajoy que se quedó anclado en su indecisión, él es el hombre equivocado para el lugar convulso que exige cabeza fría y nervios bien templados.
Ya a punto de las decisivas elecciones del próximo 21 de diciembre, la prensa europea se pregunta:
¿Las elecciones de Cataluña van a apaciguar la situación? A mon avis, en mi sentir, digo que gane quien gane todo va a continuar siendo irresoluto. Cada uno de los grupos actuantes va a seguir aferrado a sus propuestas. La pugna se va a acentuar. Pero por encima de los mensajes apocalípticos que soltarán los codiciosos políticos, debería primar el carácter de los catalanes para no dejarse llevar por nacionalistas o constitucionalistas que solo desean el poder y no resolver los urgentes problemas del día a día. La sangre caliente trastorna cualquier razonamiento.
¿Se va por fin a pasar la página de la crisis actual? No. Habrá que acostumbrarse a esa tensión permanente para que las vidas no se vean perturbadas. El empate entre partidarios del Catalexit y los que quieren la permanencia persistirá por largo tiempo. Unos y otros no saben por qué defienden sus posiciones, ya que han sido azuzados —como en Gran Bretaña—, por la codicia de unos políticos con sed de notoriedad, a una batalla donde nada se les ha perdido.
¿Esto es una victoria para Mariano Rajoy? No de Rajoy sino de Madrid, que logra cierta preponderancia sobre Cataluña, que ha sido la eterna pelea desde hace siglos. Luego hay una ligera ventaja para Madrid, que a la larga, se puede convertir en una herida purulenta, que produzca aún más encono de lo que hay hoy en el seno de la sociedad catalana, escindida en sus convicciones, porque se debe decir, la sociedad madrileña va a lo suyo, no tiene nada que perder… En este litigio todos pierden. Lo más urgente sería buscar las cabezas capaces de gestionar los egos regionales y aparcar los prejuicios históricos y políticos que solo obnubilan el horizonte.