La necesidad de informar se hace cada vez más necesaria en tiempos en los que las noticias van y vienen sin que exista la posibilidad de establecer su validez, origen y objetivo. Por ello, la desaparición de los medios escritos, a la que muchos le temen, está lejos de suceder, solo hay que detenerse y analizar las nuevas formas en que se observa y se lee en la actualidad, para adaptarnos así a las dinámicas que el mundo contemporáneo nos plantea.
De igual forma, la época en la que tenemos la oportunidad de coexistir nos obliga a ser capaces de hacer otro alto en el camino, para de una vez tomarnos de la mano y caminar juntos en la diferencia, reconociendo en el otro a un sujeto político con ideas tan válidas como las propias, con el cual podemos construir aquello que llamamos futuro.
Ahora es cuando los argumentos prevalecen por encima de los egos, de los insultos, de las ofensas. Las palabras vacías deben desaparecer del plano de nuestras apreciaciones, cuestión fundamental en el marco del desarrollo cotidiano de los procesos de reconciliación que se adelantan en Colombia. Atrás deben quedar los juicios insustanciales que promueven la distorsión de las múltiples realidades que se reúnen en el horizonte de nuestro actuar.
Es momento entonces de dar el primer paso y de ser ejemplo en nuestras comunidades. Como se ha dicho popularmente durante años, “poner un granito de arena”, para que sea este una semilla de reconciliación, palabra ambigua hasta ahora, pero de vital importancia para la refundación de esta agraviada nación.
Es por ello que proponemos, en todas las instancias y a todos los niveles, dejar las desgastantes discusiones sin sentido, las palabras salidas de tono, las miradas encausadas por el rencor o la indiferencia, olvidar totalmente aquello que nos divide y potenciar las cosas que pueden llegar a unirnos, tarea difícil, pero no imposible de alcanzar.
No obstante, no basta con darnos la mano y envolvernos en velos delgados de simpatía intrascendente. Es también importante manifestar correspondencia lógica entre el pensar, el decir y el actuar en cada una de las esferas de nuestra vida. Pues de nada sirve vociferar a la luz pública que se defienden los derechos básicos en nuestra sociedad, como simple reacción en medio de las coyunturas sociales pasajeras, si, por otro lado, concebimos aquellas dinámicas que rondan el cinismo y la incongruencia, e incluso atropellamos las causas por las que tanto nos enorgullecemos convenientemente.
No es tolerable, bajo ningún precepto, que se justifique la tergiversación de los conceptos o que se avale la mutación conveniente de actitudes y comportamientos. Nuestra comunidad está ávida de discursos precisos, directos y concretos, que apunten a darle solución a lo complejo, a lo cotidiano, pero que se acompañen simultáneamente de acciones también precisas, directas y concretas, pues no hay nada más revolucionario, en el sentido profundo del concepto, que el proceder, el buen proceder.