Así como están las cosas respecto a las contiendas electorales para Presidencia de la República, el panorama no es halagador. Al contrario, se percibe un marcado desasosiego de la mayoría de colombianos, siendo la corrupción el principal problema que ha causado aparente impacto en los electores. Cada partido o movimiento político empieza a ventilar nombres de posibles precandidatos. Otros, no se complican y ya son candidatos. En fin, los días pasan y la arremetida de candidatos se profundiza.
Más de dos siglos que los procesos electorales se vienen mimetizando acorde al color de turno, más no han trascendido en beneficio de las clases populares. Es tanto el arraigo cultural del régimen presidencialista, que se ha convertido en ley heredar el poder, moldeando en la mente macondiana del pueblo la absurda idea de que los renacientes de políticos deben continuar el legado de sus progenitores. Los tiempos han cambiado, este resabio no; al contrario, más se fortalece.
La gran impopularidad del presidente Santos no depende solo de su gobierno, tiene que ver mucho con el cansancio del elector, producto de una serie de incumplimientos de muchos gobernantes dedicados a reproducir los mismos errores que agobian a la nación hace tiempo. El proceso de paz establecido con la agrupación armada más vieja del continente es uno de los primeros avances en materia de democracia y desarrollo sostenible, entendiendo que hay más problemas en temas puntuales como salud, educación y saneamiento básico.
Colombia está catalogada como uno de los estados donde más se viola los principios de la salud y educación. A diario se observa la cantidad de muertes por negligencia de este anacrónico sistema; ni que decir de la profunda crisis en la educación y agua potable, que también hacen parte de las responsabilidades estatales que cualquier gobierno debe asimilar. Estos temas en algunas ocasiones se intentan priorizar, pero finalmente son esquivados y seguirán así sino se plantea una verdadera reforma estructural del Estado.
Si el posconflicto se enfoca de manera estructural y objetiva desde ya sería la puerta de entrada a una democracia popular y no como la que actualmente existe, una democracia partidista, que por más de 200 años ha venido sometiendo a las comunidades, encajándolas en un formato simplista y lucrativo en favor de las élites colombianas. Es entendible la resistencia de los añejos sectores de la política nacional, de alguna manera haber estudiado en universidades europeas, permite abrir la mente hacia el beneficio personal y también a prevenirse de las exigencias comunales.
A punto de cerrarse el primer semestre del 2017, el acelerador electoral incrementa la velocidad, y los afanes se tornan desmedidos, reactivando un folclórico fanatismo peligrosamente contagioso que indudablemente abarca hasta los escépticos. La incertidumbre electoral en medio de la irresponsabilidad del constituyente primario sutilmente se transforma en el camino perfecto, para que los granujas de siempre rompan el seudo-blindaje y se aposenten en el corazón de los estropeados sufragantes.
El enquistamiento de estos gobiernos neoliberales es producto de las malas decisiones de la ciudadanía, quien tiene la inmensa responsabilidad de elegir. Es verdad que nuestros políticos son expertos en seducción, pero también es cierto que el pueblo es innato en su malicia, esa que no se expone en estos escenarios y se mal emplea en circunstancias donde sobra. Como buenos hijos del ‘Corazón de Jesús’, e imitando a excelentes loros impecablemente adiestrados, se interpreta la palabra corrupción como abanico diario para apartar los calores populistas, solo eso.
Lo preocupante del tema es que las primeras encuestas aunque siempre pifiadas no dejan de mostrar un panorama desobligante. Al diablo se van las quejas y compromisos ciudadanos de no volver a votar por los mismos. El acostumbrado látigo masoquista hace lo suyo, fortaleciendo las ambiciones viciosas de los mismos con las mismas. Los sondeos empiezan a dar forma a los polémicos monstruos de siempre, esos que la gente odia pero gracias a la hipnotización se miran como los únicos salvadores.
La memoria frágil de los dueños de las decisiones traiciona la razón y se refugia en el corazón, cuyo romanticismo alienta al hechicero y adormece a los oprimidos, permitiendo que el flujo putrefacto que carcome a la patria absorba ese espíritu luchador, que hasta hace días se tornaba fuerte e invencible. Los carroñeros con sus afiladas garras perpendicularmente enfilan su viaje sobre la masa amodorrada.