En los últimos días la valentía de los trabajadores de la UPN obligó a que el rector, Leonardo Fabio Martínez, gestara un escenario de aclaración sobre los mitos y realidades que giran en torno al concurso de méritos que promulgó desde el 04 de febrero de este año.
El dialogo, como se denominó el espacio, no fue más que un discurso que versaba en lo ya dicho y se contrariaba entre los ocupantes de la mesa, lo cierto es que la universidad Pedagógica Nacional es por estos días un escenario de susurros, temores, y ciertamente, un cumulo de indignación.
Durante el dialogo que sostuvo el rector con los trabajadores, se mencionó que había un imaginario en el que “existe una separación entre la administración y sus empleados como si fuera una especie de enemistad permanente que no existía”, y en algo tenía razón, y es que no hay una enemistad.
Es una relación de superioridad mezquina de un gobierno universitario de profesores que ven a los administrativos como un engranaje que funciona en una relación de producción-obediencia operado por personas que no están a su nivel.
Cuando uno como funcionario empieza a hacer memoria, logra entender que esto no se trata de un estatuto, es una cuestión de años en que la universidad olvidó la triada compuesta por profesores, estudiantes y funcionarios.
Esta rectoría de Leonardo Martínez se encargó de abrir las brechas y reunir a esos profesores poco interesados en el bienestar del personal administrativo y nombrarlos subdirectores, jefes y directores, algunos brillantes en su trabajo académico, muy críticos, pero poco humanos.
Basta con informarse sobre todas las quejas de acoso laboral que en estos cuatro años se radicaron, y sin contar, todos los casos que por temor siguen sin ser reportados y se pierden entre los pasillos.
El temor NO es un mito, los funcionarios no quieren perder su trabajo, pero tampoco quieren seguir sometidos a cargas laborales imposibles de cumplir en 40 horas semanales que parecen de 80, malos tratos, presión excesiva que lleve al colapso, pero, sobre todo, el desdén de un rector que le cuesta decir buenos días cuando llega a las oficinas administrativas, y como si fuera poco, en las “aclaraciones” insinúa que más de la mirad de los funcionarios que firmaron una carta pidiendo conservar sus trabajos, no saben leer. Cuando por años, estos docentes a cargo no han pensado en un plan formativo y continúo para su personal administrativo.
Pero esta superioridad administrativa no solo funciona como el olimpo, ha creado un club de profesores basado en el amiguismo que no necesariamente hacen parte de la administración, a quienes les aprueban recursos sin cuestionamiento y participaciones particulares para descargar sus planes de trabajo. Esos mismos, a los que encubren sus denuncias por agresiones sexuales y los ponen detrás de un escritorio para evitarles que enfrenten en las aulas sus descargos.
Por supuesto, no podía faltar en el club, un pequeño grupo de funcionarios, nombrados “asesores” quienes se dedican a servir de chivos expiatorios, y en recompensa, además del salario mensual, los dejan como coordinadores de proyectos de extensión para que devenguen un poco más y sigan sirviendo a sus fines. Y así funciona la alta dirección que ha in - dignificado a los funcionarios de la Universidad Pedagógica.
Está reflexión va más allá del escenario de la elección rectoral. Es necesario hacer esta afirmación, pues ahora todo lo que se dice es tachado de campaña hacia algún candidato o usado para fines políticos, y, en consecuencia, inician una persecución al trabajador que abiertamente critica. Se trata, más bien, de un despertar de aquellos que al igual que muchos docentes, nos hemos esforzado por seguirnos formando para seguir aportando a nuestra institución desde nuestros lugares, para conformar con orgullo una verdadera comunidad universitaria.
Los funcionarios no trabajamos por una gestión o demostración de cifras en rendición de cuentas, lo hacemos por el amor a la educación, para desde nuestros escritorios luchar para que la universidad privada no nos absorba.
Una profunda admiración a esos profesores que cultivan su saber y no pierden la humanidad, en un delirio de superioridad directivo.
Al próximo rector y futuros vicerrectores, subdirectores, jefes y directivas, sean personas a quienes sus colaboradores los recuerden con cariño y al verlos quieran saludar.
Antes de ser un gran académico, es más importante ser persona. En palabras del maestro Héctor Lavoe: “Es chévere ser grande, pero es más grande ser chévere”