La obesidad en el mundo se triplicó desde 1975 de acuerdo con la OMS. La población urbana se desconectó de los alimentos, del campo, de los campesinos que los producen y le delegó esta tarea a la industria, al mercado. Los gobiernos empezaron a preocuparse y regular la producción de comida ultra procesada, con excesos de azúcar, sodio y grasas trans, cuando las enfermedades cardiovasculares y la diabetes -entre otras- crecieron de manera desproporcionada obligando a mayores gastos en salud.
Al fin, cuando se hizo la conexión entre mala alimentación y mala salud a partir de estudios científicos, empezó la reglamentación para que la industria cambiara sus fórmulas y ofreciera alimentos saludables. Es una tarea difícil, porque cambiar su forma de producir tiene costos, amenaza sus utilidades y obliga a nuevas inversiones. Implica deshacer la cultura de consumo que ellos mismos construyeron a través de largas y permanentes campañas comerciales a través de los medios masivos que siguen sin regulación en países como Colombia.
La sociedad civil impulsó campañas para transformar la cultura de consumir comida chatarra y estimular la de alimentos saludables. Surgieron ideas como la de subsidiar las frutas y los vegetales para estimular su consumo y lanzar campañas para comparar los beneficios por ejemplo de un jugo natural frente a los de “jugos” con sabores químicos, sin contenido vitamínico y con exceso de azúcar que es un factor de adicción.
En muchos países se invitó a la industria a autorregularse y transformarse poco a poco para adaptar su oferta a las calidades alimenticias que la comunidad necesita. Se hicieron pactos y se sellaron alianzas. Pero la resistencia de la industria llevó al fracaso del cambio voluntario y la comida industrial sigue engordando y enfermando en especial a los sectores populares que son los grandes consumidores de comida chatarra porque es mucho más barata.
La defensa de la sociedad civil y de los gobiernos responsables con sus población y no con la industria, fue impulsar la regulación de las cantidades de los ingredientes que estimulan la obesidad y problemas de salud. Bajar las proporciones de sodio, azúcar y grasas dañinas por norma. La resistencia fue enorme y entonces surgió la idea de establecer advertencias al consumidor. Siguiendo la exitosa campaña global para reducir el consumo de tabaco y la incidencia de Epoc, la industria de comida fue obligada en muchos países a fijar advertencias en los empaques de manera visible y clara.
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La industria desató una guerra contra los promotores de la comida saludable y calificó a los gobiernos de intentar convertirse en niñeros de la población quitándole la libertad de decidir qué consumir
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Pero entonces la industria desató una guerra contra los promotores de la comida saludable y sus fórmulas. Calificó a los gobiernos de intentar convertirse en niñeros de la población quitándole la libertad de decidir qué consumir y tratándola como incapaces mentales. El tema de la libertad siempre es conmovedor. Fueron corresponsables de la gran campaña de ejercicio y deporte que llevó a la apertura de miles de gimnasios y a un cambio en la cultura física demostrando que cuando se lo proponen pueden lograr cambios culturales. Sin embargo, la cultura del ejercicio a pesar de sus bondades no incide en reducir la obesidad ni neutraliza los daños del exceso de ingredientes que generan enfermedades.
La industria se encargó, con sus lobistas, de lograr que las etiquetas de advertencia se centraran las cantidades de algunos ingredientes en vez de señalar sencillamente que este producto es comida que enferma. Como si en la campaña contra el tabaco se hubieran concentrado en advertir que el cigarrillo tenía 2.5 mg de Frenol y 280 mg de Catecol, en vez de afirmar que fumar produce cáncer.
La resistencia de la industria llevó entonces a que la sociedad civil impulsara los impuestos a la comida chatarra para desestimular su consumo al elevar los costos. Es el actual esfuerzo de Petro y Ocampo por establecer los impuestos a algunas de las comidas chatarra en la nueva reforma tributaria. Pero el lobby ya exhibió su artillería y tiene tambaleando la medida y asustados a los congresistas que se eligen con los dineros de la industria. Los medios de comunicación que se nutren de las campañas publicitarias de la comida chatarra los defienden argumentando que el impuesto afecta los bolsillos de los pobres, por lo tanto es regresivo y por lo tanto debe eliminase de la reforma.
El impuesto busca desestimular el consumo de comida chatarra, reducirlo, decrecerlo. El propósito no es sacar más plata de los bolsillo de los pobres sino llevarlo a comprar alimentos saludables más baratos y que no enferman. La respuesta de la sociedad civil y del gobierno niñero debe ser aprobar el impuesto y lanzar campañas de alimentación saludable para restablecer la cultura de alimentarse saludablemente. Cuando el campo produce frutas y vegetables que la gente de las ciudades consume todos vivirán mejor y la industria de alimentos chatarra podrá transformarse para ofrecer alimentos de calidad, saludables, no tiene que extinguirse sino transformarse como la ética indica.