“No importa el color del gato… lo importante es que cace ratones”, fue el sabio proverbio utilizado por el máximo líder chino Deng Xiao Ping cuando introdujo en el sistema comunista de su país las reformas que transformaron a la China en una de las potencias económicas más importantes del planeta.
Se trae a colación la anterior anécdota ya que en reciente viaje a Santiago de Chile el autor de esta columna tuvo oportunidad de observar los titulares de prensa que sistemáticamente se referían al dilema de prohibir, o por lo menos limitar de manera drástica, la educación con ‘ánimo de lucro’. Me temo que los chilenos, hábiles y competentes, en el tema de educación no tienen el norte definido. No lo tienen porque en educación la prioridad es la calidad; y la calidad —por excelencia— radica en la excelencia de los profesores. Vale mucho más un profesor superior que, debajo de un árbol, cobra por a los estudiantes por la sabiduría que imparte (como ocurría en la antigua Grecia) que una enseñanza gratuita impartida por un mal profesor, indistintamente que sea en una universidad pública.
El analista chileno, José Manuel Silva, en reciente artículo se pregunta: ¿Qué pasa con la educación? ¿Se tiene un sistema centralizado en donde las necesidades en educación las determinan unos anónimos cerebros que supuestamente conocen mejor que nadie las materias que satisfacen de mejor manera a los estudiantes y a la sociedad? Las respuestas a estos interrogantes están diseminadas en toda la sociedad. Un Ministerio de Educación nunca las podrá tener todas. Si pretende hacerlo así, corremos el riesgo de embarcarnos en un sistema educacional que luego de varias décadas descubriremos como equivocado. La solución correcta es un sistema descentralizado en donde cientos de alternativas pedagógicas compitan en un mercado de educación enriquecido por la experiencia de maestros, padres y, obviamente, un Estado que disemine la información a través de evaluaciones universalmente aceptadas. Chile no puede darse el lujo de un naufragio educacional. Bajo los escombros del muro de Berlín yacen varias de estas vanguardias que al borrar el sistema de precios (y el lucro) convirtieron los sueños de muchos en la mayor de las pesadillas.”
La propuesta alrededor de la libertad de elegir parece contundente. Los estudiantes o los padres de familia saben más sobre sus necesidades educativas o su futuro educativo que la burocracia o que el líder sindical de turno. Pero decir esto no es congruente con los estatutos del progresismo, con las normas de lo "políticamente correcto", o con lo que exige Fecode y la izquierda carnívora que pretende monopolizar la educación.
Como ha ocurrido en varios países, una forma de maximizar el gasto en educación sería la opción de otorgar un ‘bono educacional’ a cada familia de escasos recursos (para educación básica), o cada estudiante (para educación superior) con valor determinado, que sea redimible en la escuela de su elección, ya sea pública o privada. Se respetaría la libertad de elegir entre un universo de instituciones, sean básicas o universitarias. Así, se desarrollaría un robusto mercado secundario que permitiría a los padres de familia, y a los estudiantes, discriminar entre proveedores buenos y proveedores malos. En otras palabras, el consumidor, no el legislador, ni mucho menos el líder sindical, tendría la última palabra.
Pero es indispensable para que el ‘bono educacional’ funcione tener un mecanismo, serio e independiente, para llevar a cabo la evaluación rigurosa de todos los colegios, universidades, e institutos técnicos, no solo en cuánto el pénsum se refiere, sino que de manera muy principal de los maestros y profesores. Es necesario adicionalmente colocar un tamiz que permita descartar las mal llamadas universidades de garaje tipo ‘San Martín’, un negocio cuyo fin es el enriquecimiento de los fundadores. Habría que revaluar la conveniencia de instituciones tipo la ‘Distrital’ o la ‘Pedagógica’, cuyas metas son más ideológicas que pedagógicas. Solo con una educación excelente sujeta a permanente evaluación, indistintamente sea pública o privada, vamos a poder enriquecer el ‘capital humano’ de la nación.