Ahora, a raíz de descarados sucesos calificados de incidentes y que sirven como tema de debates y locuaces escritos de atrevidos columnistas, ortodoxos comentarios de acérrimos críticos sociales, confesiones justificantes de impolutos políticos, que rasgan las vestiduras y se santiguan ante los mediáticos noticieros, pregoneros del destape de otro caso de corrupción. Como si este hecho cotidiano, y de acostumbramiento de la función no solo pública, sino en general, no fuese el engendro que nos escolta y manosea en el diario vivir, para exteriorizar lo más bajo de la conducta humana; la codicia.
Y únicamente, no son estos señores ligados a la opinión pública, quienes se sienten dueños de la voz popular para increpar y enrostrar a otros conocidos personajes su desfachatez y ambición ante el pueblo, porque se han o están robando el patrimonio de todos, -para satisfacer su ambición personal- que seguramente la derivó del ejercicio de un cargo público, otorgado en confianza por voluntad popular.
También, es la clase política tradicional o emergente de este país, quienes por su propia esencia en esa búsqueda por apropiarse y ejercer el poder, ventilan a voces sus propios actos comprometidos con la corrupción, como la finalidad propuesta de su ejercicio, y desempeño, capaz de hacerlos diferentes de los demás, al punto que sus privilegios y carisma popular no son sobrepasados por la antipatía generalizada a su persona y calidad humana.
Pero da más grima, encontrar en la dinámica de las comunicaciones a atrevidas celebridades que protagonizan sin sobreactuar a cínicos personajes acusando y recriminando a otros, los mismos que ayer fueron sus socios y que en desempeño de lo que ellos hicieron, ahora lo hacen bajo un esquema de descaro y desvergüenza, sobrepasando la delicadeza, escrúpulos y el respeto que otrora era referente conductual y tradición social de la comunidad.
Si bien, el acuerdo logrado con las farc para la terminación del conflicto, sea malquisto y plagado de complejidades, muestra tímidamente resultados plausibles apegados al indiferente desempeño de la comunidad, también ha desatrancado y delatado, el nacimiento de otro conflicto interno en la clase política, apurada por publicar las cochinadas y jugarretas del antagonista, en ese afán por apropiarse del poder público y asegurar su permanencia y usufructo en un tiempo venidero colmado de incertidumbre y vacilación del régimen político imperante.
Ahora es que se sacan los trapos al sol, de quienes no hace mucho tiempo, institucionalizaron en su mandato a la corrupción, y la fueron acrecentando, convencidos que se mantendrían incólumes, pero al caer en la oposición, dieron la patica para que les restregaran su ignominia, y como contraprestación sacan y seguirán sacando las bajeza conocidas, que ahora pretenden sostener: la actuación y contaminación del ilusorio nuevo esquema social, al que estaríamos apuntando con la reinserción nacional de unos pocos guerrilleros.
Lo más grave de toda esta parafernalia de improperios, culpas y acusaciones mutuas, es que intentamos como sociedad, disimular el origen de la misma corrupción, y pontificar como los más egregios exponentes de la impoluta conducta de comportamiento comunitario, desconociendo que no solo es quien recibe - el corrupto- sino también el que da u ofrece, y que todos somos copropietarios de un pueblo corrompido, que en su letargo e indiferencia ha permitido a personajes de reconocida mala fe y actuación en el senado, puestos públicos, o actuar como gobernantes.
La corrupción nace desde que el pueblo no ejerce su deber de escoger y elegir bien a sus dirigentes.