Ímpetu. Del latín, esdrújula, sonora y fuerte. Presión o violencia con la que algo o alguien se mueve. Ímpetu, ese impulso que hincha el pecho, agita fuerzas internas y aviva convicciones.
Aflora descarado en la adolescencia con aires de rebeldía, el ímpetu se agita en las vísceras de los más jóvenes, se une al entusiasmo de otros y es grupo, movimiento social, revolución y lucha.
Ese calorcito se viste también de optimismo, y la energía al servicio de la esperanza se hace grande y vigorosa.
Los adultos lo sentimos a veces en el desconcierto de la injusticia, pero bastan unos segundos de incomodidad para aceptar la realidad, tomar el papel en blanco y arrugarlo. Los jóvenes, por el contrario, no asumen la pena, toman el papel y escriben una idea. Ese es el ímpetu.
Anclado al período de la vida que en castellano hemos llamado juventud, se agita y sale del cuerpo en forma de grito, pregón y canto. Ímpetu contagioso que se vale de la bondad de la naturaleza humana para lograr transformaciones y rupturas. Ímpetu necesario para la historia de nuestros días.
Lo vemos en sus rostros y no entendemos en qué momento se extinguió nuestra llama, lo reconocemos en las primeras conversaciones con los jóvenes líderes, agentes de cambio, soñadores que ondean con orgullo sus causas. Que no son sus causas, sino de todos, pero que se hacen propias en sus manos comprometidas.
Ojalá el ímpetu no tuviera fecha de vencimiento o edad de expiración. Pero que sirva la admiración o la nostalgia de verlos a ellos con su mirada alta y su condición activa, para recuperar ese sentimiento guardado. Un mundo que se mueva a la velocidad de estas intenciones no solo no pararía, sino que rodaría en una atmósfera de progreso y paz.
Queremos devolver el reloj, no para reproducir los episodios de romances y fiestas nocturnas, sino para recuperar esa palabra olvidada del diccionario que nos hacía creer que todo era posible, que se podía cambiar, que habían otros colores para pintar el panorama. Queremos que el ímpetu se vuelva eterno, al menos en la medida de nuestra mortalidad, pero sobretodo, queremos que no se apague, al menos no en la porción de vida que es la juventud, el ímpetu de ellos...que alguna vez fuimos nosotros.
“Porque cuando un joven experimenta su poder de cambio, será por siempre un constructor de paz” —Juanes
