Imperfecta, nuestra democracia crece y se reinventa.
Opinión

Imperfecta, nuestra democracia crece y se reinventa

La democracia colombiana ha resistido amenazas de retadores armados y sus propias falencias, pero está transitando de forma positiva, ante el riego de desaparecer

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abril 05, 2025
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Según la encuesta del Latinobarómetro (2024) sólo el 17 % de los colombianos está satisfecho con la forma en que funciona la democracia en Colombia. El 80 % está insatisfecho. Aún así, el 48% apoyamos la democracia frente a cualquiera otra forma de gobierno. Yo me cuento como uno más dentro de ese 48 %, sí señor, porque creo que estamos transitando hacia una democracia más plena, directa e incluyente. Pero puedo estar equivocado. Juzguen ustedes.

Ya sabemos que no se trata solo de democracia electoral, es decir, de la competencia electoral libre y con resultados inciertos pero legítimos, reconocidos al final. Ese ejercicio es muy insuficiente en Colombia, por la injerencia de capitales de empresas privadas, capitales del narcotráfico y de la corrupción. Aún así, se lograron elegir en Colombia personas como Lucho Garzón y Gustavo Petro, entre muchos otros, después de la Constitución de 1991 y eso me reconcilia con la democracia colombiana.

En tiempos del Frente Nacional, cuando solo se podían elegir militantes de los partidos Liberal y Conservador, y los cargos públicos eran ocupados exclusivamente por ellos, práctica que se prolongó hasta más allá de la vigencia legal de ese régimen (en 1982 fui nombrado Secretario de Educación del Caquetá y el Gobernador, Miller Ortiz, tuvo que pedirle permiso a Belisario Betancourt para posesionarme porque yo era del Movimiento Nacional Firmes, asociado al M-19), de esos tiempos no se puede hablar que existiera democracia electoral en Colombia. Por eso Pastrana en 1970 se posesionó a pesar del evidente fraude electoral contra Rojas Pinilla. Esa era una Dictadura Civil, que transitó a una democracia más cierta solo con la Constitución de 1991.

¿Hacia dónde transita ahora el régimen político colombiano?

En su momento, las Farc alcanzaron a soñar que podían derrotar militarmente al Gobierno Nacional e imponer una transición hacia un gobierno que reclamaban más popular e incluyente, que establecería una reforma agraria radical y punto. Pero ese proyecto incierto fue derrotado políticamente y contenido militarmente. La lucha armada no genera legitimidad política en Colombia, menos desde 1991. Eso me parece democracia.

Del otro lado, el uribismo intentó establecer, por la vía de la violencia institucional con apoyo paramilitar, un régimen presidencialista vitalicio para derrotar a la insurgencia, consolidar la gran propiedad terrateniente, el extractivismo minero energético y favorecer finalmente al gran capital financiero internacional para que sustituyera a la industria nacional resiliente, mediante el Tratado de Libre Comercio con EE. UU. El uribismo fue contenido jurídicamente y debilitado a nivel político. Eso también es democracia.

Mientras tanto, la izquierda llegó por primera vez al poder ejecutivo nacional y con el presidente Petro intenta consolidar la reforma agraria pactada en 2016, establecer reformas estructurales en salud, educación, justicia, pensiones, régimen laboral, entre otras, iniciar la superación del extractivismo y pactar una paz total. Los poderes legislativo, mediático y económico han contenido hasta el momento las reformas, pero el país avanza y los indicadores sociales son prometedores, a pesar de los pesares. Esta es también una democracia.

La literatura académica estadounidense se solaza hablando de transiciones democráticas en América latina. En el fondo asume que el vilipendiado “populismo” latinoamericano fue confrontado con éxito por dictaduras militares anticomunistas, las que ahora deben “transitar” hacia regímenes democráticos, es decir, más parecidos a las instituciones estadounidenses y tal vez europeas. Esa academia y sus traductores y propagandistas criollos, no pueden aceptar que la democracia en este hemisferio tiene otros contenidos y métodos innovadores.

El problema conceptual resultante es que el modelo de “democracia americana” también está en transición. La resistencia del presidente Trump a aceptar el resultado electoral que en 2020 dio el triunfo al presidente Biden, no parece el paradigma democrático a adoptar por Colombia y América latina. Lo intentó Bolsonaro en Brasil y fracasó. La ruptura que adelanta en la actualidad el presidente Trump con las instituciones internacionales (Acuerdo de París, OMC, OMS, entre otras) o su propuesta unilateral de capturar Groenlandia, el Canal de Panamá y hacer de Canadá un Estado más de la Unión, tampoco parecen paradigmas a seguir. Aún así, es cierto que la división de poderes resiste en la gran nación norteamericana y que la prensa, puesta a prueba, también resiste.

Veremos a futuro si los distintos poderes económicos estadounidenses se pliegan plenamente a las decisiones del presidente Trump. Esto está a prueba con el tema de la guerra de aranceles declarada el 2 de abril, donde no todos ganan. Un tercer mandato del presidente Trump mostraría una transición en la democracia estadounidense.

A mí me gusta la democracia colombiana, a pesar de los pesares. Veamos por qué.

No obstante las 6.402 víctimas de los falsos positivos, Uribe no dio golpe de Estado cuando la Corte Constitucional le negó la segunda reelección en 2010 y hoy está sentado en el banquillo, esperando sentencia, acusado de presunto fraude procesal y soborno, sin capacidad de romper el orden institucional. Eso me gusta de esta democracia.

Los comandantes de las Farc, que pactaron la paz con el Estado colombiano, a pesar del asesinato de 432 exguerrilleros y a pesar de los entrampamientos del exfiscal Martínez Neira, están en el Congreso pero esperan sentencias de la JEP por sus crímenes. Eso me gusta.

El presidente Petro ha logrado insertar a Colombia en la comunidad internacional con un discurso soberanista en torno a una nueva política contra las drogas, la transición energética, el cambio climático y la paz mundial; mantiene las tensiones con el poder Legislativo por las reformas, pero respeta la institucionalidad vigente, aunque tiene que recurrir a convocar a la consulta popular y a la movilización directa en las calles, todo en el marco de la ley, para intentar pasar las reformas sociales. Eso también es democracia.

Los grandes medios de comunicación no han sido expropiados ni los periodistas encarcelados, y los empresarios hacen pingues ganancias en medio de las promesas de cambio del Ejecutivo. La oposición convoca a la calle a sus seguidores y nadie es asesinado ni le sacan los ojos. El Gobierno responde con presencia en la calle y convocatorias a más participación directa del pueblo en decisiones electorales. Eso me gusta de esta democracia.

En suma, en Colombia hay libertad de prensa y los tres poderes autónomos se respetan, aunque se confronten en la dialéctica pública.

Lo que está en cuestión es si en las elecciones del 2026 definitivamente se frustran las reformas estructurales adelantadas por el presidente Petro o estas se reeligen, en cabeza de Petro y de la izquierda democrática. Eso me gusta de nuestra democracia.

Me gustaría que en 2026 se presentaran en el debate electoral Petro, con vicepresidente de centro, y Uribe, como vicepresidente de Vicky Dávila. Reformas versus contrareformas y que el pueblo elija. Eso también sería democracia.

Lo que nos frustra y nos duele, a todos los colombianos, es la persistencia de la violencia, ya sea la de los grupos narcotraficantes y extorsionistas, como la de los grupos que se reclaman insurgentes pero son fósiles herederos de la guerra fría, paramilitares y falsamente guerrilleros. Lo mejor de nuestra democracia es que las Fuerzas Militares están cambiando. Ya no son instrumento vil de los guerreristas. Soportan la democracia, a pesar de los pesares. Ese es el legado de la transición a la colombiana. Aunque puedo estar equivocado.

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