Con ocho nominaciones a los premios Óscar, Código enigma o The Imitation Game, como es su título original, terminó ganando únicamente el Óscar al mejor guion adaptado, aunque pienso que bien habría podido ganar, los premios de mejor actor, mejor película y mejor director, en ese orden.
Es una de las mejores defensas que he conocido sobre la homosexualidad, especialmente por la barbarie como era vista y tratada hace tan solo medio siglo. Se refiere el filme a cómo los aliados ganaron la Segunda Guerra Mundial, gracias a la contribución de la genialidad de Alan Turing, hoy considerado el padre de la computación, y solo hasta hace poco reconocido como una de las figuras más importantes para inclinar la balanza a favor de los aliados, no solo por haber descifrado el sistema de codificación encriptado de los nazis, sino además, porque demostró que su portentosa inteligencia era emocional y práctica, diseñando un sistema estadístico para que los alemanes no se percataran que sus comunicaciones eran interceptadas por los ingleses.
La humanidad quedó en deuda con Alan Turing pero en vez de agradecerle, distinguirlo y homenajearlo, como se hace con tantos incapaces e inútiles, su final fue muy distinto, triste, trágico y doloroso en extremo. Con la excusa de investigar una denuncia de robo, las autoridades entraron en su casa, y lo arrestaron por lo que entonces se conocía como “indecencia grave”, y fue así como unos funcionarios ignorantes apresaron nada menos que al padre de la computación, al genio a quien debemos en gran parte, haber detenido la expansión territorial del Tercer Reich. Poco después, juzgado y criminalizado por homosexual por otros funcionarios no menos ignorantes del Reino Unido, confinado y castrado químicamente, desesperado terminó por suicidarse, seguramente amargado por la incomprensión de los demócratas a quienes había salvado de la peor catástrofe política a que se ha enfrentado el mundo, pero terminó víctima de uno de los Estados más beneficiados con su trabajo.
Lo más irónico o ridículo de esta triste historia ha sido la sátira de su epílogo, como es que cincuenta y nueve años después de su suicidio ocurrido en 1954, cuando ya reinaba Isabel en Inglaterra y solo ahora que goza de reconocimiento mundial, la monarquía se ha dignado concederle un “gracioso perdón póstumo”, al hombre que contribuyó a evitar que el muy orgulloso Imperio Británico, el rey Jorge VI y hasta la propia y hoy octogenaria soberana, hayan eventualmente tenido que arrodillarse ante el führer. En ceremonia presidida por el ministro de Justicia, quien calificó al científico como un "hombre excepcional con un espíritu brillante", cuyo trabajo como decodificador acortó el conflicto bélico en Europa y salvó miles (corrijo millones) de vidas.
Aunque me encantó tanto Birdman que desde que la vi la primera vez supe que sería la ganadora, las películas que más me gustaron fueron Selma y Código Enigma, seguramente por su contenido político, así como para mi gusto Benedict Cumberbatch, el actor que personificó a Alan Turing, fue acreedor a la estatuilla como mejor actor, pero tanto la crítica como el jurado, se dejaron seducir por la también brillante actuación de Eddie Redmayne en su caracterización de Stephen Hawking.
Tarea difícil la del jurado, escoger la mejor película, el mejor director y el mejor actor, lo que comprueba una vez más por qué no debería premiarse uno solo en cada categoría, sino laurear a los mejores, como habría sido lo justo en esta versión de los Óscares 2015.
Coletilla: Sobre el escándalo en el orden del día, solo exaltaría el valor del magistrado Mauricio González Cuervo, no solo es plausible sino que demuestra la capacidad de la Corte Constitucional de autorrevisarse al extremo de intentar sacar eventuales manzanas podridas de su seno, solo falta que el magistrado Pretelt demuestre la gallardía que no le faltó a Villarraga y salga a defenderse como un simple ciudadano sin privilegios, para que la Justicia decida sin presiones… y “lo que es menester, que sea”.