El 26 de febrero de 1986, horas después de que abandonaron el palacio presidencial de Manila, los policías y la prensa no podían creer lo que encontraron en el inmenso closet de Imelda Marcos, primera dama de la isla. Perfectamente ordenados estaban 1060 pares de zapatos, 880 bolsas, y 86 gafas de sol. Esta era apenas la punta del iceberg de una vida de extravagancias.
Imelda y su esposo Ferdinando se conocieron en 1954 y tres días después se casaron. Él era senador y estaba casado y tenía cuatro hijos y si le pidió matrimonio a la joven, perteneciente a una de las familias más influyentes de Filipinas, los Romuandez, y que tenía 25 años, lo hizo para que no supiera de su estado civil. La fiesta tuvo mil invitados y la torta, de tres metros de alto, era una réplica a escala del Palacio Presidencial, el lugar a donde llegaron el 30 de diciembre de 1965 y se fueron, de la peor manera, en 1986. Ferdinando, ambicioso, táctico, le generaba tanto estrés a su esposa que, según cuentan sus biógrafos, le daba dolor de cabeza cada vez que lo tenía cerca. Lo odiaba. El control que intentaba ejercer sobre ella era absoluto, hasta el punto que, antes que le sirvieran la cena, Ferdinando pesaba la comida para que no se fuera a engordar. Él la llamaba “Mi arma secreta” y cuando presidentes norteamericanos visitaban la isla ella era la anfitriona. Los presidentes de occidente no tardaron en llamarla “El ángel del Pacífico” o “La joya del Asia”, así al menos la llamaba Richard Nixon, quien estuvo en secreto enamorado de ella.
Imelda era una mujer frívola que se moría por la ropa importada, los zapatos y los animales. En 1976 por orden de ella y de su esposo fueron desalojadas de la isla de Calauit las 256 familias que vivían allí. Lo hicieron para meter los 600 animales que compraron de manera ilegal en Kenia para tener su propio zoológico. En 1978 el cineasta Francis Ford Coppola fue a Filipinas a filmar su ambiciosa Apocalipsis Now. Para recibir al equipo de producción la pareja dispuso de tres salones en donde Coppola quedó asombrado por la cantidad jamás vista de Milky Way, M & M y demás golosinas gringas que Imelda y sus amigas comían con desafuero. Proyectaban lo que llevaban de la película y, con impaciencia, Imelda preguntaba al director si ese que se movía en la pantalla era Marlon Brando. Ninguno lo era.
Los desafueros, las extravagancias no terminaban allí. En 1981, durante la gira mundial de Juan Pablo Segundo, la Marcos dispuso de fondos públicos para construirle al Papa un palacio de 37 millones de dólares que el Sumo Pontífice rechazó de tajo teniendo en cuenta la paupérrima situación económica que atravesaba la isla. Ese año la Iglesia le retiró cualquier tipo de apoyo a los Marcos luego de comprobarse que el régimen, además de corrupto, aplastaba con fiereza a sus enemigos, las cifras hablan por si sola: nada más en la década del setenta la dictadura dejó 3.000 muertos, 30.000 torturados, 75 mil detenidos.
Su refugio, después de ser echada de Filipinas, en los noventa fue Nueva York. Allí grabó un disco y disfrutó a placer de la fortuna que ella sólo llegó amasar en un banco suizo y que se puede resumir de esta manera: 4.000 millones de dólares en metálico, 21 millones en diamantes, esmeraldas y rubíes, además de una colección de arte que incluye a Picasso, Van Gogh, Monet, Goya y Miró. En el 2018 fue condenada a 42 años de cárcel por delitos financieros pero, desafiante, regresó a la isla, amparada en Rodrigo Dueterte, uno de sus pupilos, quien le dio el apoyo suficiente a su hijo, Bongbong, para ser uno de los senadores más fuertes de la isla y aspirar de paso a ser presidente, cargo al que fue elegido en la primera semana de mayo del 2022.
Imperial a sus 92 años, sale por las calles de Manila con su limusina Mercedes Benz a regalar fajos de plata a los niños indigentes que cada vez pululan más en Filipinas. Se ha postulado tres veces, desde 1991, para ser presidente y no ha podido, sin embargo espera gobernar en el cuerpo de su hijo y no perder de vista sus otros intereses, como la marca de ropa que lleva su nombre y los accesorios de belleza que ha sabido impulsar. Imelda, como los grandes dictadores, no tiene pensado dejar de mandar y tampoco morirse.
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