Sin pretensiones de Julio Verne ni de profetas de ninguna clase, con base en las ciencias sociales, en datos estadísticos aparecidos en importantes medios mundiales y en la simple observación de los hechos actuales podemos visualizar tendencias y problemas del futuro que les tocará enfrentar a nuestros descendientes.
Hace poco una publicación económica informaba que 380 personas en el mundo poseían tanta riqueza como la necesaria para que la mitad de la población más pobre del planeta viviera dignamente; días después redujeron a 80 la cantidad de multibillonarios. Sea exacta o no esa cifra, la realidad es que los dueños del 90% de las riquezas terráqueas no llegan a 80 millones (1% de la población mundial) y siguen engulléndosela hasta que se la trague una sola empresa.
Como la ciencia y la tecnología avanzan aceleradamente, dentro de poco no habrá trabajo sino para una mínima porción de la población económicamente activa, pues solo se necesitarán científicos y trabajadores altamente calificados para que inventen máquinas automáticas para todo y manejen robots para los comunes y pequeños oficios. Con la inteligencia artificial les será más fácil el proceso de concentración de las riquezas.
Ante esta tendencia es comprensible que la corrupción se haya disparado; los ambiciosos se niegan a quedarse colgados y entonces apelan a todas las patrañas posibles para robarse los dineros estatales, de las empresas y de las personas naturales o para percibir coimas por contratos, licencias, fallos judiciales, licitaciones, aprobación de decretos, acuerdos, ordenanzas y leyes. Ante la codicia desmesurada se tiraron al cesto todos los parámetros de la decencia. Los corruptos aplicaron la misma filosofía de los banqueros (la usura), de los terratenientes (el chantaje y robo de tierras, de los contrabandistas (no pago de aranceles), de los casinos (la máquina tramposa), de los narcotraficantes: todo se vale, inclusive las masacres, con tal de conseguir harto dinero. Si alguien reclama ejemplos es porque no ve los noticieros.
Parece que el mundo va hacia una nueva esclavitud, refinada y bien paga, pero siguiendo a Malthus mediante guerras que eliminen la población sobrante, por lo menos el 90% de la actual; ya no va a ser indispensable la fuerza de trabajo física o manual sino la intelectual. Por eso las potencias imperiales de América y Europa inventan conflictos internos entre naciones, invaden, bloquean, bombardean países, derrocan gobiernos populares legítimos, etc. Y si no creen, miren ejemplos: Libia, Iraq, Siria, Nicaragua, Venezuela, Argentina, Brasil: millones de muertos inocentes en nombre de una falsa democracia.
Los derechos humanos proclamados por la ONU son meras ilusiones para quienes carecen de recursos. A los multibillonarios solo les interesan dos derechos: el de propiedad privada, sin limitaciones, y el de la libertad, sin restricciones, para crear empresas, explotar y comerciar; tienen dinero de sobra para garantizarse los demás derechos.
Los de abajo reclamamos del Estado nuestros derechos humanos: a una vida digna, al trabajo, a una buena educación, a la salud completa, a un ambiente sano, a la libre expresión, a la igualdad social, a la democracia. El gobierno, elegido por los mismos multibillonarios, nos responde que el Estado no puede ser paternalista y no puede garantizar los derechos a toda la población porque la economía se derrumbaría y los capitalistas desmejorarían sus ingresos y su situación social, que la justicia social se obtiene mediante la libre competencia, donde solo los campeones tendrán derechos; hay que acabar con el asistencialismo y los subsidios de toda índole.
Los plutócratas no van a redistribuir sus riquezas por simple solidaridad humana, permanecerán aferrados a ellas; las insurrecciones armadas son imposibles porque las armas están en poder de ellos. ¿Qué pasó con las Farc? Entregaron sus armas, negociaron por escrito y ahora el gobierno se burla de ellas, les desconoce lo pactado, les incumple y nada pasa. Para la minoría que se quedó en las montañas no parece fácil un triunfo militar. Y el debate de ideas también está perdido porque los medios del Estado y de los grandes empresarios son los que imponen su “verdad” a la población.
En síntesis, dentro de unos decenios quedarán en la tierra unos 500 millones de personas, un 10% de propietarios y el 90% de asistentes, siervos y esclavos. Como en ese tiempo ya todo el planeta estará contaminado, entonces sacarán las semillas que tienen arrumadas en el Ártico y seguramente acudirán a prácticas agrícolas primitivas, ecológicas, sanas, y habrá permanentes intercambios interplanetarios. Por mi parte, sigo compartiendo la letra del tango “Cambalache”, escrito por Santos Discépolo: “El mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también…”.