Medio mundo o quizá menos respira maldad a todo momento. El resto, somos las víctimas históricas y generacionales de los primeros “sapiens avispadus” que poblaron el planeta. ¿Por qué si somos mayoría no nos rebelamos contra la minoría de malos que nos han gobernado desde las primeras tribus que se organizaron?
Algo en nuestros genes y por supuesto en la configuración evolutiva del ADN de los “homo sapiens”, nos predispuso para ser bobos. De tal manera que cualquier intento que hagamos de subvertir el orden de la naturaleza y de la sociedad que la copia casi que de forma perfecta; también sería una perfecta ilusión.
¿Cuándo surge la chispa genética del “sapiens avispadus” que hace aparecer de la nada al individuo que termina imponiendo su criterio, pensamiento y capricho sobre el resto de una manada?
Los machos alfa dominantes que describen los naturalistas con precisión, también son frecuentes entre la sociedad humana, pero para imponer su ley salvaje y civilizada al mismo tiempo: en imperios teocráticos, en democracias antiguas, en imperios transcontinentales, en monarquías absolutas, en revoluciones comunistas y proletarias y en democracias liberales.
En cualquier momento de la historia de la sociedad humana se registra la presencia de un selecto grupo de “sapiens avispadus” que nos gobiernan a su antojo y conspiran entre ellos para someter sutil o abiertamente a la gente.
Si bien antes de estos mundos interconectados y de promiscuidad visual de ahora; los grados de sumisión y vasallaje eran vergonzantes -para algunos, etapas necesarias en la evolución social-, y las fronteras eran cortas y solo lograban trascender lo que Roma cubría con el vuelo de su águila imperial.
Hoy. Basta un nanosegundo para sortear distancias insalvables y un agujero de gusano digital te pone al otro lado del mundo. Es decir, el látigo del amo de las viejas sociedades humanas sobre la espalda lacerante del esclavo; ahora es trastocado por la suave y aguda caricia de unos bits que interrumpe la quietud en la manigua de tu humanidad de ínsula orgullosa. Nunca estarás a salvo de los “sapiens avispadus”.
Ellos saben dónde duermes y con quién. Qué compras y desperdicias. Cuáles son tus caprichos y virtudes (mínimas). Cómo votas o te dejan votar. Cuáles son tus bajezas y pasiones. Saben que eres un 70 % de corporeidad líquida y que, por lo tanto, eres moldeable, maleable y de fácil conducción por cualquier continente.
Como diría un caribe honesto: “te tienen bisté”.
Cada vez nos volvemos más predecibles. Cada vez somos más rutinarios. La repetición no se está convirtiendo en un hábito para perfeccionar las habilidades y destrezas, sino para idiotizarnos como “sapiens pendejorums”.
El “sapiens pendejorums” no cree en verdades y evidencias.
Es un fanático convertido en la fe de las nuevas verdades (o posverdades).
Adora la mentira.
El “sapiens pendejorums” no cree en verdades y evidencias. Es un fanático convertido en la fe de las nuevas verdades (o posverdades). Adora la mentira. Pero aquella que se datea, que se esgrime como una lanza en el costado y que vuela en círculos de pajaritos animados. La mentira que te ayuda a reforzar tu fe ciega y que espanta cualquier intromisión de verdad desde el otro. ¿El otro? La otredad no existe. Hay una sola mentira que es la verdad en la que yo creo. Más, si ella viene adicionada con una buena dosis de mesianismo y de “borralotodo” que no deja dudas ni espacio para que “lo otro” tenga una oportunidad.
Buena parte de esas mentiras en forma de verdades son el mejor argumento de los “sapiens avispadus”.
¿Habrá algún remedio para esos males? Difícil encontrarlo. El “sapiens avispadus” seguirá imponiendo su naturaleza. Es valedero tanto pesimismo en este mundo por una simple razón: estamos condenados. Por eso la religión desde cualquier cultura humana intenta y promete la salvación. Ilusos todos.
“La esperanza es la decepción aún no descubierta,” le escucho decir a un personaje en una de mis series favoritas.
Coda: la segunda temporada de “Sense 8” en Netflix trae cosas interesantes como aquello bien guardado de los “homo sensorius”, se la recomiendo.