Uno de los grandes clásicos de la ciencia política es Una teoría económica de la democracia, de Anthony Downs, publicado en 1957.
En dicho libro, Downs advierte que, ante la gran cantidad y complejidad de la información requerida por un ciudadano para tomar una decisión de voto completamente ponderada —teniendo en cuenta los difíciles asuntos de política pública, sus minucias particulares, las propuestas de gobierno de cada candidato y sus trayectorias— el ciudadano promedio preferirá mantenerse racionalmente desinformado y votará, más bien, por el candidato que vea, o que sienta, como más cercano a su propia posición ideológica. Este fenómeno se conoce como ignorancia racional.
Tan solo hay que pensar en todo el esfuerzo que hay que hacer para estar medianamente enterado de las propuestas de los candidatos. Estas no suelen ser elaboradas y puestas a consideración para la deliberación ciudadana por las campañas, sino hasta poco antes de las elecciones. Y los medios de comunicación — más preocupados por el rating que por proveer información de calidad— viven pegados al acontecer del escándalo cotidiano.
Por eso es tan importante la ideología: funciona como un atajo para tomar decisiones políticas. En vez de tener que dedicarle horas a la búsqueda, la lectura, la comparación y el análisis de las propuestas de gobierno de cada candidato, el elector cuenta con que, si el candidato es de derecha, centro o izquierda, este adoptará una orientación y un estilo de gobierno, y hará unos planteamientos de política pública, más o menos predefinidos.
Desafortunadamente, en Colombia, los vehículos más importantes de la ideología política, los partidos políticos, han desdibujado casi por completo su orientación programática general. Votamos por unas campañas que se configuran y reconfiguran estratégicamente para cada jornada electoral, más que por partidos, que se adaptan ideológicamente a los vaivenes de la conveniencia política.
Por supuesto, este comportamiento de los políticos y de los “partidos” también es racional. Si la ideología importara, quizás los partidos políticos serían plataformas para la confluencia de grandes concepciones generales del Estado, así como de líneas programáticas y orientaciones filosóficas de gobierno. Pero no, poco importa la ideología cuando la ineficiencia del Estado es tal que el beneficio que obtiene un ciudadano de su voto no se deriva de las políticas públicas adoptadas por un gobierno en particular, sino de una prebenda o de una amenaza.
Así, la ineficiencia del Estado nutre a la politiquería tanto como la politiquería nutre a la ineficiencia del Estado. Otra Trampa 22 electoral.