Ignacio Izquierdo, el perseguidor de sí mismo
Opinión

Ignacio Izquierdo, el perseguidor de sí mismo

Homenaje a la memoria de escritor, director del taller Raúl Gómez Jattín, en Cereté, Córdoba, hasta el día de su trágica y temprana muerte

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mayo 02, 2018
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El pasado viernes, en  la Feria Internacional del Libro de Bogotá, los miembros de los talleres de escritura creativa del país, adscritos a la Red Relata, del Ministerio de Cultura, rindieron homenaje a la memoria de Ignacio Izquierdo, quien fue director del taller Raúl Gómez Jattin, en Cereté, Córdoba, hasta el día de su trágica y temprana muerte.

En el homenaje, la poeta Irina Henríquez leyó unas palabras en las que revela la grandeza del hombre, el amigo, el padre y el escritor. Su voz temblorosa, cargada de dudas, intenta buscar respuestas a esos misterios de la vida que la muerte termina magnificando sin saber aún los porqués.

Cedo hoy este espacio a esas palabras, que aún resuenan como eco que no se apaga.

 

Por Irina Henríquez

 

“Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida/
Un empujón brutal te ha derribado”
Miguel Hernández

 

Uno sabe que el tiempo está comenzando a pasar sin piedad porque se mueren los amigos. Víctimas del azar, de la imprudencia de los otros o tal vez de una fecha y hora marcadas por un tiempo y una voluntad desconocida para nosotros. No lo sé. No podré saberlo. No sé si quiera saberlo. 2017 fue un año de pérdidas dolorosas y ganancias extrañas, difíciles de descifrar. Perdí a varios amigos y conocidos, gané fortaleza o algo así (o un poco más de soledad, más bien). Perdí a mi gran amiga, hermana, y cómplice Orianna de la Luz en un extraño accidente de tránsito, y un mes después a mi compañero de aventuras literarias Ignacio Efraín, también en otro absurdo accidente en su moto cuando regresaba a casa después de trabajar. No fueron los únicos, pero sus nombres viven en mi boca, los busco en el teléfono, espero sus llamadas, son irremplazables. No podría hablar del uno sin pensar en el otro.

A Ignacio lo conocí en el año 2005 en el entonces pujante Centro Cultural “Raúl Gómez Jattin” de Cereté, un espacio que me cambió la vida. Había llegado a Cereté el año anterior, procedente de Barranquilla donde viví cinco años. De entrada odié mi vida en el Sinú. Pero cuando descubrí la poesía de Raúl, el Centro Cultural y el Encuentro de Mujeres Poetas, descubrí la otra cara de ese Valle, cuya belleza sus habitantes suelen ignorar.

Ignacio había nacido el 13 de agosto de 1979 en Cereté, hijo de una familia humilde y muy unida, destacó desde pequeño por su seriedad y compromiso en todo lo que hacía. Cuando lo conocí acababa de graduarse de licenciado en Español y Literatura de la Universidad de Córdoba, donde encontró cómplices como sus amigos Donaldo Guerra, Alex Silgado, Kenia Martínez, Ela Cuavas y Leonardo Berdella Guzmán, narrador cereteano. Así lo recuerda Berdella:

“Intercambiábamos libros y solíamos citarnos para hablar de un cuento en particular. En una ocasión realizamos un largo taller bipersonal acerca del cuento de Cortázar “Las babas del diablo…”, mucho de la literatura que yo profesé también tiene que ver con él, de hecho, el primero de mis cuentos, que tuvo éxito, se llama “Aprendiz”, narra la historia de un personaje que hace precisamente un taller bipersonal con otro joven, y que se encuentran todas las semanas, en una noche en particular, para hablar de literatura, está inspirado en Ignacio…”.

En Córdoba siempre ha sido particularmente difícil dedicarse a la literatura y al arte en general. El estamento se encarga de marear con venga mañana, hoy no podemos a quienes intentamos incluso hacer el trabajo que a la oficialidad le corresponde con los recursos de la cultura. Desde esa época, y aun con el bajo perfil que lo caracterizaba, Ignacio llevó a cabo iniciativas artísticas en la Universidad como obras de teatro (con un grupo de a tres), recitales poéticos al aire libre y estos talleres de los que habla Berdella. Claro está que él y sus amigos hacían parte de una extraña minoría.

Cuando en 2006 se iniciaron las actividades del Taller Literario Raúl Gómez Jattin, apoyado por Relata (Red de Escritura Creativa) y dirigido por Naudín Gracián, Nacho (como le llamábamos de cariño) era el  asistente del taller que mejor escribía y quien con mayor autocrítica hacía los ejercicios. Por ese entonces yo hacía parte del Taller Manuel Zapata Olivella, que hoy dirijo en la Universidad de Córdoba, y los sábados asistía al de Cereté. Recuerdo que él en cada sesión llevaba un adelanto del texto que estaba trabajando y hacía aportes muy acertados, a pesar de que como todos sabemos, se mostraba tímido y silencioso la mayor parte del tiempo.

Creo que su enorme modestia y su afición verdadera a escritores a los que siempre volvía como Cortázar, Borges, Saramago, Kafka, le hicieron un hombre que desdeñaba mucho lo que él mismo escribía y que encontraba en la literatura una forma de escapatoria, una manera de no ser él mismo. “Yo no soy yo, yo soy otro” me decía muy, muy serio. Por ello usaba seudónimos en sus cuentos y solía identificarse con esas distintas personalidades como la de Jhonny Carter o Walter Springfield, edificando en estos heterónimos las otras vidas que le habría gustado tener.

Entre 2008 y 2010 el taller de “Raúl Gómez Jattin” pasó a ser dirigido por el antropólogo y escritor Antonio Cardona y en 2011 comenzó a dirigirlo Ignacio, quien estuvo al frente del mismo hasta su último día. En ese periodo intentó mantener el taller a pesar de la falta de apoyo económico institucional y de vivenciar el inicio de la mayor decadencia cultural del municipio de Cereté, que en la actualidad mantiene cerrado su centro cultural y donde la inversión de los recursos culturales depende de la voluntad y el humor con que se despierte la familia política gobernante.

Quienes tenemos el vicio de hacer talleres, prestar nuestros libros, introducir a jóvenes en los laberintos literarios, sabemos que nos enfrentamos a muchas vicisitudes, y no fueron pocas las que se encontró Ignacio en su camino como director de taller, pues tuvo que vivir esa circunstancia en la que por diferentes motivos los asistentes dejan de serlo y de repente el taller se queda con pocas personas.

En los últimos tres años, muchas cosas cambiaron para él. Se dio cuenta de que el amor de su vida era su vecina de barrio, con la que creció desde niño. Se casó con Ledys, nació Salomé y esperaba pasar el concurso de ascenso de su trabajo como maestro de escuela en el municipio de Cotorra. Seguía manteniendo guardados sus cuentos con recelo, seguía siendo incondicional si Salomé lo dejaba, era ya un adulto, tal vez. Tal vez no.

El día de su accidente, Antonio Cardona, mi amigo y anterior director del taller, estuvo a punto de fallecer por un repentino quebranto de salud. Cuando me llamaron a contarme del accidente de Ignacio, al escuchar la voz llorosa, pensé que Antonio había muerto, pero él se recuperó e Ignacio estuvo dos días en cuidados intensivos hasta que no soportó más. No termina uno de descifrar la vida, mucho menos la muerte. De todas no sé si quiera hacerlo. No lo sé. No podría saberlo. No sé si quiera hacerlo.

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* Poeta. Productora audiovisual. Directora del Taller Literario, Manuel Zapata Olivella, Relata, Unicórdoba.

 

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