El pronunciamiento de Jorge Bergoglio (papa Francisco) favorable a la unión marital de las personas homosexuales realizado en octubre, así como las respuestas dadas el 3 de noviembre a un obispo brasileño por el Dicasterio para la Fe, acerca de la no exclusión sacramental de integrantes de la comunidad LGTBIQ, deben considerarse positivos.
El cardenal argentino Víctor Manuel «Tucho» Fernández, principal del Dicasterio para la Fe, afirmó que los transexuales y homosexuales podían oficiar como padrinos de bautismo; también como padres de un hijo adoptado o engendrado en vientre de alquiler, y ser testigos de una boda bendecida por la Iglesia católica.
El sufrimiento causado por Roma a millones de seres humanos durante siglos, estigmatizados en Occidente y Oriente POR tener una opción sexual diferente de la heterosexual, con consecuencias que van desde el homicidio o ejecución hasta el menosprecio y la burla, debía esta primera reparación.
No obstante, sucede que un real cambio en la vida religiosa de los integrantes de la comunidad LGTBIQ, y por extensión en la percepción más generalizada en las sociedades latinoamericanas, si no se acompaña por una labor eclesial estructurada con metas y verificación de cumplimiento, —algo en que los jesuitas son precursores desde la Contrarreforma de fines del siglo XVI— los avances suscritos por Bergoglio pueden quedar acotados durante décadas a un saludo a la galería.
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No sería la primera vez que ocurre así. Sesenta años después de la llegada de Colón a la isla La Española, Bartolomé de las Casas denunció por escrito la violación de derechos humanos a los amerindios practicada sistemáticamente por españoles y portugueses a quienes entonces el emperador de Occidente, el español Rodrigo Borgia (papa Alejandro VI) les había entregado el Nuevo Mundo.
En 1552 se publicó la Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552) —el texto más conocido del fraile dominico— que provocó una reacción católica acerca de las condiciones de explotación de los amerindios: se apeló a la esclavitud pura y dura. Se trasplantó a millones de africanos sometiéndoles a explotación inhumana ya que —mediante oportuna concepción teológica— esclavizar a los negros permitía la «salvación» de sus almas. No mejoró demasiado la situación de los autóctonos. Cierto es que casi trescientos años después, Bartolomeo Alberto Cappellari Pagani (Gregorio XVI) publicó la Carta Apostólica In Supremo «contra la esclavitud en África y en las Indias y contra la trata de Negros», a la que designaba como «un comercio inhumano».
Son los concilios católicos, o los sínodos, los que realmente cambian el dogma en esa institución multinacional que es la Iglesia católica, con impronta absolutista donde impera el «ordeno y mando». Por ejemplo, el culto mariano recién surgió en el siglo V en el Concilio de Éfeso (431). Esta devoción tendrá importantísimas proyecciones en el catolicismo durante los siglos XIX y XX: el dogma de la Inmaculada Concepción. en 1855, y de la Asunción, en 1950; reforzados por las promocionadas apariciones marianas de Lourdes, en 1859; y de Fátima, en 1917; en función de específicos intereses romanos. En algún caso en significativa coincidencia con los movimientos emancipatorios femeninos.
Por lo tanto, el verdadero cambio de postura eclesial sobre la comunidad LGTBIQ, debería surgir del sínodo eclesial desarrollado durante octubre en el Vaticano.
De lo contrario, un obispo de un país puede mantener el discurso católico tradicional sobre la comunidad LGTBIQ, generador de prejuicios. Otro sacerdote, referirse en sus homilías dominicales a la presencia de «el maligno» en la vida de sus feligreses, y, en definitiva, diluir la importancia del pronunciamiento de Bergoglio. De hecho, ya el influyente cardenal alemán Gerhard Müller le respondió al jesuita Fernández diciendo que las nuevas posiciones vaticanas sobre integrantes de la comunidad LGTBIQ: «abren la puerta al malentendido de que hay lugar para para la coexistencia del pecado y la gracia en la Iglesia de Dios».
Naturalmente que Roma está obligada a balancear sus orientaciones y gotear fechas de vencimiento de diferentes dogmas, según el avance civilizatorio de Occidente. Pero también el sentido de oportunidad vaticano tiene en cuenta el mantenimiento de tradiciones orientales contrarias a la homosexualidad que podrían favorecer ganar feligreses en los territorios en disputa teológica. No sin pagar un precio en vidas humanas, como ha sido evidente en la matanza de cristianos ocurridas en la guerra civil de los setenta-ochenta en El Líbano, cuyos ecos llegan al presente: «Tanto el Líbano como Siria, dos países bíblicos, están vaciándose de cristianos debido a las guerras y a la crisis económica que les ha llevado a la ruina, y ha traído el hambre y la miseria a las familias», sostiene Regina Lynch, directora de proyectos de la fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre - ACN Colombia. La población cristiana ha disminuido drásticamente: han pasado de ser 1.500.000 a apenas 400.000, datos de 2022.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha sentado jurisprudencia en materia de derecho internacional de los DH con avances en la protección y reivindicación de los derechos de las personas LGTBIQ. La Opinión Consultiva OC-24/17, por ejemplo, es un parte aguas en el reconocimiento de los derechos de igualdad y no discriminación de esa comunidad: protege derechos como el cambio de nombre la rectificación de los registros públicos y documentos de identidad con el objetivo de proteger la identidad de género, así como de extensión de los mecanismo legales existentes a parejas del mismo sexo.
No significa que tales avances sean asimilados ipso facto por las sociedades latinoamericanas con fuerte impronta tradicionalmente cristiana. De ahí la importancia de que desde el Vaticano se empuje un empoderamiento de la nueva realidad social y cultural que todos debemos asumir. En particular, en sociedades de la región muy confesionales sí, pero que sin embargo ofrecen los alarmantes índices de delitos de odio contra las personas LGTBIQ y donde «se naturalizan las estadísticas sobre los crímenes de personas lesbianas, gays, bisexuales y transgénero en Colombia, Argentina, Brasil, México, El Salvador, Uruguay, Perú, Venezuela, Honduras y Puerto Rico», según revela una investigación liderada por la Unidad de Datos de El Tiempo, de Bogotá, y realizada con periodistas del Grupo de Diarios América (GDA) y colaboradores.
Insisto. No alcanza con declaraciones y cambios de dogmas o auto convencimiento de ser «experta en humanidad». La Iglesia católica debe empoderar a sus fieles en concreto de la nueva visión eclesial acerca de las personas LGTBIQ para producir un cambio en humanidad.
Hace 65 años en el documento clave del Concilio Vaticano II, —Gaudium et spes— se declaraba: «Toda forma de discriminación de los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino». [Resaltado nuestro].