¿Idolatramos genocidas?

¿Idolatramos genocidas? 

"Si dejamos las estatuas intactas, estamos siendo cómplices y víctimas de nuestra amnesia colectiva" escribe un Belalcázar sobre el Belalcázar de Cali

Por: Daniel Belalcázar
mayo 06, 2021
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
¿Idolatramos genocidas? 

Uno de los acontecimientos del día de ayer, dentro del contexto del paro nacional, dio pie para que tanto yo como algunos miembros de mi familia hiciéramos un poco de reflexión acerca de nuestro pasado como portadores del apellido Belalcázar.

Siendo franco, debo decir que no tengo la más mínima idea acerca de si somos o no somos descendientes del cabecilla de una horda de violadores y saqueadores que, tras el despojo y el asesinato de miles y miles de indígenas de lo que hoy en día es Ecuador, Nicaragua y Colombia, fundó varias ciudades. En lo que sí no tengo mayor duda, es que de llegar a ser descendientes, lo somos gracias a una o más violaciones que el supuesto ancestro habrá cometido.

Mi familia paterna es oriunda de Cali. Como buenos colombianos de cierta condición socioeconómica, le dan una importancia mucho mayor a los apellidos que la que estos deberían tener. Supongo que dentro de nuestra mentalidad de buenos sujetos aún-no-desconolonizados, llevar el apellido del fundador de su ciudad significa para ellos un motivo de orgullo.

Siendo así, tras lo que para mí representa un gran acto de dignidad por parte de la comunidad misak, varios miembros de mi familia se mostraron horrorizados en nuestro chat familiar tras enterarse de que la estatua de Belalcázar hubiera sido derribada.

Algunos de ellos cayeron en falacias como que “los indígenas del Cauca siempre hacen lo que se les da la gana”, mientras que otros clamaban por “más mano dura”, como si eso alguna vez hubiera servido para algo en este país. Lo que más sensación me causó fue ver cómo otros clamaban por el “respeto a la historia”, asumiendo de tal manera que la historia la representa un simple objeto inerte y de paso desechando crasamente la historia de todos aquellos que sufrieron la maldición de haberse topado con Belalcázar siglos atrás. A raíz de ello, escribí el siguiente corto texto para compartir con mi familia mi posición al respecto:

¿Por qué carajos habría de haber una estatua del líder de una banda europea de esclavizadores, violadores y saqueadores en un departamento como el Cauca, que es en su gran mayoría indígena, o en el Valle? 

Eso es casi que comparable con que en pleno Tel Aviv le hagan una estatua a Hitler. 

Y si les parece exagerada mi comparación, les recomiendo que se informen acerca de cuál era la proporción de la población del país que era indígena en 1600 a comparación de hoy. La palabra genocidio aplica perfectamente. 

Malhechores los dueños de facto de estos departamentos, que al buen estilo del Apartheid sudafricano han mantenido sus familias, descendientes de españoles y otros europeos, tan blancas hoy como lo eran siglos atrás. Así mismo han mantenido sus latifundios, construidos única y exclusivamente a través del hurto de tierras, perpetrado por los conquistadores y sus descendientes, y legitimado primero por la iglesia y la Corona, y luego de nuestra mal llamada "independencia" por el Estado, que igual o más desprecio ha sentido históricamente por los indígenas que la misma España. 

¿La historia se respeta? ¿La historia de quién? Evidentemente en este platanal la única historia que se ha respetado es la de los criollos, que como la historia lo ha demostrado a lo largo de estos dos siglos de sangriento devenir republicano, han sabido mantener vivo el proyecto colonizador de España. Prueba contundente de ello es que hoy por hoy las probabilidades de que una persona negra o indígena viva en la pobreza extrema son significativamente mayores de que una persona mestiza o blanca lo haga. No vemos rubios como trabajadores domésticos en las casas de negros o indígenas, ¿o sí? 

Hoy por hoy, al igual que hace 400 años, somos un país racista, machista y clasista en el que el color de piel y el género (concepto aberrante, insertado en este continente por los Europeos por medio de la fuerza) con el que uno nazca sigue determinando una gran parte de las posibilidades que uno pueda tener en la vida. 

El hecho que un pueblo históricamente subyugado como los misak — mal llamados guambianos— haya decidido derrumbar el símbolo de la opresión y del inicio de su categorización como ciudadanos de segunda, no puede ser llamado vandalismo. Para mí, se trata de dignidad. 

Y si vamos a hablar de historia, yo creo que por lo menos hace falta informarnos un poquito. Para 1940 se tenía pensado construir sobre el Morro de Tulcán una estatua del Cacique Pubén. En vez de esto, se decidió construir la estatua de Sebastián Moyano, cuyo apellido no era realmente de Belalcázar. Este hecho es verdaderamente repugnante, sobre todo si se tiene en cuenta que este morro fue un importante sitio ceremonial para las comunidades indígenas antes del asentamiento de los colonizadores. Prueba de ello es que arqueólogos han encontrado allí caminos de piedra, tapizado de piedra en la parte superior de la pirámide, escalones y tumbas. 

Teniendo en cuenta que el término 'vándalo' se define como "aquel que comete acciones propias de gente destructiva", podemos concluir que los verdaderos vándalos fueron los que llegaron tras 1492 a traer por estos lares enfermedades, el sistema de castas basado en la raza, la inquisición, el hurto sistemático de tierras, el imperialismo epistemológico y el genocidio -- tanto físico como cultural. 

Para colmo de males, mientras hoy se les llama vándalos a los misak por su valiente acto de empezar a corregir injusticias históricas, los verdaderos vándalos siguen apoyando el fracking, la minería a cielo abierto, la aspersión aérea e indiscriminada con glifosato y en términos generales al neoliberalismo en su máximo vándalo esplendor. 

De tal manera, no tengo más que decir al respecto. ¡Que viva el pueblo misak y que viva la liberación de la madre tierra! 

Las respuestas no se dieron a esperar.

Me dijeron que vandalismo era vandalismo, sin importar cuáles fueran los motivos. Decían otros que para que se tumbase la estatua debería haberse hecho primero un proyecto de ley que así lo permitiera.

Ante la primera increpación, cité una de mis citas favoritas —eminentemente sarcástica— de Voltaire:  "Esta prohibido matar; por lo tanto, todos los asesinos son castigados, a menos de que maten en grandes cantidades y al sonido de las trompetas". La cual parafraseé de la siguiente manera: "Está prohibido cometer actos vandálicos; por lo tanto, todos los vándalos son castigados, a menos que cometan actos vandálicos en grandes cantidades y al sonido de las trompetas".

Queda claro. Cuando el vandalismo es patrocinado por el Estado, le llaman desarrollo. Cuando los pueblos subyugados intentan reclamar su lugar dentro de la historia, se les tilda de vándalos.

Con respecto a la crítica leguleya, que dice que los misak deberían haber buscado que se tumbara la estatua de su opresor por medio de un proyecto de ley, hice referencia primero, a lo repugnantemente discriminatoria que ha sido la ley colombiana para con los indígenas, y segundo, a cómo funcionaba el sistema de castas durante la colonia. Veamos:

La Ley 89 de 1890, que no fue derogada sino hasta 1996, promulgaba lo siguiente:

La legislación general de la República no regirá entre los salvajes que vayan reduciéndose a la vida civilizada por medio de Misiones. En consecuencia, el gobierno, de acuerdo con la autoridad eclesiástica, determinará la manera como esas incipientes sociedades deban ser gobernadas.

Ahora veamos la monstruosidad de categorización de importancia de gentes según el ridículo sistema de castas impuesto por aquellos que compartían la cosmovisión de Belalcázar:

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El punto que pretendía dejar claro, es que cuando la ley es injusta, desobedecerla es nuestro deber ético. Bien decía Anatole France que “la ley, en su magnífica ecuanimidad, prohibe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan.”

Finalmente, pretendí dejar en claro que no solamente era necesario tumbar la estatua de Belalcázar por la forma en que subyugó a distintas comunidades, sino porque de no hacerlo, seguiremos teniendo como ícono a un verdadero asesino. Y siendo un país tan violento como lo somos, una de las primeras cosas sobre las cuáles debemos hacer una profunda introspección es sobre quiénes son nuestros héroes y cuáles son los mitos que nos contamos acerca de la construcción de la “patria.”

A continuación lo que escribí:

Mis amores defensores del supuesto ancestro, sí sabían que el genocida Belalcázar murió en Cartagena intentando apelar la condena a pena de muerte que la Corona le había impuesto? Se le impuso esta pena por haber ejecutado a varios de sus subordinados sin justa causa y por un trato extremadamente cruel hacia los indígenas. 

Vale la pena preguntarse qué tan despiadado tendrá que haber sido Belalcázar para haber recibido semejante condena no bajo una ley justa, que considerara a los indígenas como iguales, sino bajo una ley profundamente injusta que los condenaba a la inferioridad. 

Luego proseguí a ilustrar un poco la situación actual de varias comunidades indígenas, para refutar un comentario acerca del gobierno siempre arrodillándose ante sus exigencias:

Te recomiendo que le eches ojo a la situación de los wayúu, pueblo indígena más numeroso de Colombia y habitantes de una zona desértica, cuyo única fuente de agua— el río Ranchería— estuvo a punto de ser desviado por la maldita codicia del gobierno y las carboneras. O échale ojo a los Emberá a quienes el mismo ejército en complicidad con los paracos han desplazado. Hay un estudio también muy interesante de los nukak, anteriormente última tribu nómada de Colombia, que tras la expansión de la frontera agrícola motivada por la ganadería extensiva no pudieron continuar con el nomadismo. Hoy en día muchos de ellos sólo pueden ganarse la vida como raspachines. Échale ojo también a las comunidades que han visto sus acuíferos y cultivos de pancoger envenenados de manera indiscriminada con la aspersión aérea de glifosato. 

Ojalá fueran las cosas como dices y las comunidades indígenas fueran escuchadas en lo más mínimo. 

Lo que se está haciendo es una reivindicación histórica y un levantamiento en contra de los símbolos de los opresores. 

¿A ustedes no les da vergüenza que un vil reo, condenado a muerte por asesino y despiadado, sea "símbolo de la ciudad" de donde son oriundos? 

No sorprendería en lo más mínimo que en un par de décadas se le hiciera una estatua a Uribe, ¿no? 

Finalmente, tras haber concluido lo que uno de mis familiares caracterizó como una diatriba de parte mía, mi hermana nos hizo recordar que el derribamiento de la estatua de Belalcázar no es sino una consecuencia de la ola antirracista que recorre el mundo. Nos habló de la importancia del hecho que mientras las estatuas erigidas para homenajear a nuestros opresores sigan de pie nos seguirán mirando desde arriba.

Hizo también que el argumento que dice que “quitar estatuas implica borrar parte de nuestra memoria histórica” se resquebrajara por su propio peso. Indicó que la memoria histórica puede y debe ser conservada a través de libros, aulas y museos para presentar la información en un contexto amplio, que no presente a la historia únicamente desde el punto de vista de los vencedores— como casi siempre se hace.

Concluyó con una gran reflexión acerca del statu quo: si dejamos las estatuas intactas, estamos siendo cómplices y víctimas de nuestra amnesia colectiva. De tal manera, la ausencia de estatuas de colonizadores, creada con nuestras propias manos a manera de ausencia positiva, puede marcar un primer paso para empezar a conocer y aceptar nuestra historia. Agrego yo que con certeza puede ser un peldaño importante para comenzar a cambiarla.

Reflexión posterior al escrito:

No fue sino hasta después de charlar con mi compañera acerca del debate con mi familia que caí en cuenta, gracias a ella, de una realidad un poco desalentadora, pero no por ello menos real. A lo largo de este escrito hice uso de dos citas; ambas de dos hombres franceses— blancos— para complementar mi retórica.

¿Por qué mi pensamiento no se orientó hacia pensadores o pensadoras provenientes de estas latitudes?

Seguramente por falta de conocimiento acerca de sus obras. Esto es un problema que sin lugar a dudas viene desde que en primaria nos enseñan que Colón “descubrió” estas tierras.

El hecho es que el pensamiento colonial tiene tal arraigo sobre tantos aspectos de nuestras vidas, que inclusive nuestros pensamientos decoloniales pueden llegar a verse atrapados dentro de esta lógica. Es verdaderamente insidioso y penetrante como, queriéndolo o no, seguimos rigiéndonos muchas veces bajo la lógica colonial.

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