En Idlib la guerra no cesa. En esta provincia del norte de Siria no solo está el último bastión de la oposición del régimen de Bashar Al-Assad, sino también se aglomeran más de tres millones de personas, en su mayoría familias que han sido forzadas a huir de esta guerra que cumple 9 años.
Con la entrada en vigor del Acuerdo de Sochi, firmado por Rusia y Turquía en 2018, parecía que la guerra en Siria tendería a menguar. En dicho acuerdo se concibió una ‘zona desmilitarizada’ y un cese al fuego en Idlib. Sin embargo, lo pactado fue violado por las incursiones militares del régimen de Al-Assad en abril y diciembre de 2019.
El reciente escalamiento del conflicto es causa de los últimos ataques del régimen sirio a Idlib, en donde han muerto 14 soldados turcos. En retaliación, la artillería turca dio de baja a 51 soldados sirios. Además, el gobierno de Erdogan decidió no solo reforzar militarmente su presencia en el país vecino, pero incrementar potencialmente su asistencia a la frágil oposición siria.
Así mismo, las relaciones entre Rusia y Turquía se han visto comprometidas, puesto que acompañan partes antagónicas de la guerra. El Kremlin ha optado por asistir abiertamente las operaciones militares de Al-Assad en Idlib con su poderosa flotilla aérea. El respaldo ruso al régimen obedece, en parte, al profundo deseo de Moscú por rentabilizar las posibles reservas de hidrocarburos del mar territorial sirio. De hecho, recientemente, Rusia inició exploraciones geológicas allí.
En términos geopolíticos, Siria es una ficha fundamental para Rusia en el tablero del Oriente Medio. Por eso, el Kremlin cuenta con dos bases militares en este país, situadas muy cerca de Idlib. La base aérea de Khmeimim, estacionada en la provincia norteña de Latakia, es desde donde Moscú ha desplegado múltiples ataques aéreos en Siria. Además, la base naval de Tartús es otra joya de su corona, pues es la única en su especie que posee Rusia fuera de su territorio.
Por su parte, Turquía tiene otros motivos para no dar su brazo a torcer en Siria. En octubre de 2019, Ankara ejecutó una operación militar en el norte del país para dispersar las tropas kurdas de las Unidades de Protección Popular (YPG/YPJ), debido a que estas, junto con su brazo político, estaban consolidando su autoridad en terreno fronterizo. Algo que Ankara no se podía permitir, ya que estos kurdos son vinculados con el Partido de Trabajadores del Kurdistán (PKK), el cual Turquía define como una organización terrorista.
Prevenir otro éxodo de refugiados sirios, también, es otro de los objetivos vitales del gobierno de Erdogan. Con aproximadamente 3.6 millones de personas, Turquía se convierte en el mayor receptor de refugiados sirios en el mundo. Por eso, Ankara procura ahora impedir el paso de más sirios a su territorio. Incluso, Turquía ha planeado repatriar un millón de refugiados sirios en una franja del norte de Siria.
El drama humano continúa, pues los civiles siguen siendo los más afectados por la guerra. El recrudecimiento del conflicto en Idlib causó, solo en la primera semana de febrero, el desplazamiento forzado de 100.000 personas, la cifra más dramática hasta ahora registrada en lo corrido de la guerra. Además, según la ONU, el 80% de las víctimas son mujeres y niños.
La guerra en Siria está lejos de zanjarse. Mientras Turquía, Siria y Rusia pongan más leña al fuego, la manzana de la discordia, Idlib, seguirá atrapada en la canasta, descomponiéndose, con el resto del país.
