En un país donde el argumento estructurado y documentado ha ido siendo lenta y metódicamente desplazado por el meme, no es de extrañar que la sistemática y simplista (ni siquiera simplificada) descalificación del argumento del otro se haya ido convirtiendo en una triste pero poderosa herramienta.
Al parecer, ya no se trata de argumentar desde una postura basada en principios ideológicos planteados sobre bases fundamentadas y sólidas que puedan en su momento ser contrastadas y/o debatidas desde argumentos igualmente fundamentados y sólidos. Al parecer ahora basta solo una frase que resulte más o menos atractiva y no menos emocional ¡Qué poder y qué peligro el que encierra el meme!
En el debate político nacional, sin duda más que polarizado, no solo el meme se convirtió en la mejor fuente para argumentar, sino que la ideología fue gradualmente siendo reemplazada por la idolatría, por una suerte de culto a la personalidad que ha ido arrojando consecuencias en mayor o menor medida desastrosas. Y la polarización política se encuentra hoy bien definida en un escenario bipolar: se es uribista o se es petrista. Los fundamentos ideológicos parecen ser lo de menos pues todo ha sido reducido a un simple pero riesgoso ejercicio de simpatías que los políticos, sea cual sea su corriente y/o tendencia ideológica, siempre han sabido aprovechar a su favor y amén de un hábil discurso populista, ya sea este de derecha, centro, izquierda o cualquiera de sus aparentes variables.
Mientras el país sigue descomponiéndose política, social y económicamente, los simpatizantes de uno u otro ídolo continúan en una suerte de lucha abierta en la que salir triunfantes mediante la descalificación del argumento del otro parece ser el único propósito. Si se es uribista, entonces para quienes se encuentran en la otra dimensión ideológica (¿idólatra?), realmente de lo que se trata es de un “uribestia”. Y si se es petrista, ese “uribestia” tendrá a bien cerrar triunfante su “debate” acuñándole a su interlocutor el término “petroñero”. Y así, mientras “uribestias” y “petroñeros” se enfrentan, la mayoría de veces a punta de memes, el país sigue descomponiéndose… política, social y económicamente.
Sin embargo, es posible que exista un escenario de debate incluso mucho peor. Un escenario que podría ser reconocido como el de la “descalificación ortográfica”. Sí. Al parecer ya no importa qué tan válido y fundamentado sea un argumento, pues Dios salve el alma de aquel que omite una tilde, de aquel que cometió el repudiable crimen de usar una “v” allí donde la cosa iba con “b”. Así de simple; así de simplista se convirtió el debate. Entonces, respecto a este último aspecto, cabe preguntarse si hacer gala de una buena ortografía define la inteligencia de una persona y, por el contrario, si tener una mala ortografía resulta siendo el reflejo de una suerte de discapacidad cognitiva.
Y, mientras tanto, entre memes, idolatría uribista y petrista y descalificación ortográfica, el país sigue acusando males de los que perfectamente podría hacer gala cualquier otro Estado, pero con la lamentable suerte de tenerlos todos al mismo tiempo.