Las discusiones de cafetería que se han propagado, no solo en redes sociales sino en espacios académicos y familiares, alrededor de la representación de Ángela Ponce en el concurso de belleza más importante del globo, Miss Universo, han revitalizado un debate en el país que parece haber quedado pendiente desde que el acuerdo de paz entre el gobierno Santos y la desmovilizada guerrilla de las Farc nombró el enfoque de género como uno de sus puntos de inflexión y este fue sometido a un plebiscito nacional para su aprobación.
¿Pero qué tiene que ver un tema como los acuerdos de La Habana con la participación de una mujer transexual en Miss Universo? Ángela Ponce se identifica abiertamente como una mujer transgénero y, actuando bajo las reglas actuales del certamen ha participado, ha sido elegida como la representante de España en el concurso de talla internacional. Este hecho no demoró mucho en sacudir los debates en las redes sociales y generar una lluvia de opiniones, entre apoyos y fuertes críticas, además de ser una especie de antecedente para que movimientos religiosos salieran a defender el derecho a la “familia tradicional”, que busca principalmente derogar los decretos 410 del 1 de marzo y 762 del 7 de mayo del 2018, firmados por Juan Manuel Santos.
Colombia es un país con fuertes tradiciones conservadoras, provenientes de corrientes católicas, y ahora mismo reforzadas por grandes movimientos cristianos/evangélicos. Es por esto que este tipo de temas logran mover las fibras, sobre todo morales, de una sociedad que aún cree en la familia tradicional como modelo único, en el inamovible binomio de identidad sexual o en la ideología de género como la imposición de grupos anárquicos que solo quieren ver arder el mundo.
Es por lo anterior que podríamos decir abiertamente que temas como la ideología de género han sido el caballo de batalla de muchos debates, que han escalado o que se han derivado a partir de una serie de políticas públicas, es decir decisiones que trascienden a un nivel legal. Lo que ocurre en este punto es que se rompe un límite porque ya no se puede detener la discusión con la premisa: “Que cada uno piense y actúe como quiere”, porque sencillamente la ley que se vaya a tramitar obligaría, prohibiría o permitiría una u otra cosa.
Es por esto que el debate alrededor de la actual Miss España no se debe tomar a la ligera. El movimiento del no, durante la campaña anterior al plebiscito, estuvo articulado por los movimientos evangélicos que se oponían a una supuesta ideología de género que contemplaban los acuerdos de La Habana. A pesar de que el debate principal alrededor de las conversaciones y su aprobación estaba siendo evidentemente desviado, y que esta supuesta ideología de género podía ser desmentida solo con leer los puntos que se referían a la toma especializada de medidas con respecto a las mujeres y a las personas de la comunidad LGBTI que fueron víctimas del conflicto armado, el movimiento que promovía el no salió victorioso.
Las consecuencias se siguen viendo. Y esto no fue solo una derrota política para Juan Manuel Santos, también significó un retraso de los planes de reinserción social y una prórroga para que grupos armados en todo el territorio nacional se reorganizaran. Por estas y otras razones quienes apoyamos y estamos de acuerdo con la participación Ángela Ponce debemos tomarnos el debate en serio para reproducir un mensaje de tolerancia e inclusión que no debe omitir escenarios como Miss Universo.
Pensar que este tipo de discusiones no son importantes o no tienen mucha relevancia da oxígeno suficiente a discursos como el del excandidato a la cámara de representantes Oswaldo Ortiz, quien sostiene que “la familia es como debe ser y no hay otra forma”. Aún más hoy, con el escenario que vive Latinoamérica, con el ascenso de personajes como Bolsonaro en Brasil o Trump en Estados Unidos, es un deber ciudadano no permitir que imaginarios del siglo XX tomen fuerza desde la base de discursos falsos y homofóbicos, porque este tipo de argumentaciones son los cimientos de una sociedad intolerante, anacrónica e indiferente, no muy distinta a la de ahora.