Definitivamente los diálogos y acuerdos de La Habana, y por qué no decirlo, la perspectiva de un acuerdo final, están destapando, sin quererlo, las ollas podridas que han medrado impunemente al calor de esta guerra de 60 años.
Estoy pasmado por el asombro que me produjo el debate sobre la famosa cartilla o manual de convivencia denominada “Ambientes escolares libres de discriminación”. Es inconcebible que a estas alturas del paseo, la clase dirigente de este país haya mostrado el cobre de una manera tan ramplona. Fanatismo, homofobia, desinformación, manipulación política, para no abundar en más calificativos, fue lo que mostró la manifestación masiva en las principales ciudades de Colombia por la “integridad moral de la familia”, y por la defensa vociferante y agresiva de los “valores cristianos”, enfiladas contra las minorías homosexuales del País.
Todo porque la Corte Constitucional ordenó al Ministerio de Educación revisar los manuales de convivencia de los colegios para asegurar el respeto a la diferencia de los muchachos con orientaciones sexuales diferentes, a raíz del suicidio del joven estudiante Sergio Urrego, matoneado por su condición de orientación sexual.
No voy a meterme en el análisis científico-biológico de la homosexualidad. Quiero sentar mi protesta, airada y vertical, contra esta manifestación rabiosa de Homofobia, porque sencillamente detrás de esta revelación de sectarismo y atraso cultural y político, están nada más y nada menos que las orejas de los lobos disfrazados con piel de oveja.
El problema de este país es de fondo. Si bien es cierto que el modelo económico no incide directamente en el comportamiento de la gente, tampoco podemos negar que tiene reflejos culturales ancestrales desde el despojo violento de los aborígenes por los conquistadores españoles. Desde entonces el capital que apenas estaba naciendo, fue marcando el desarrollo de las sociedades no solo a punta de avances tecnológicos, sino también chorreando sangre a diestra y siniestra, como bien lo describió el filósofo Carlos Marx en su monumental tratado de economía política.
Pero volvamos al redil de la polémica actual. La manipulación política con los sentimientos de la gente ignorante es proverbial. Los prestidigitadores de la moral de los terratenientes y de las grandes multinacionales, no tienen empacho para utilizar su ideología egoísta, como si fuera la tabla de salvación de toda la sociedad. Farsantes de siete suelas. Sepulcros putrefactos blanqueados con la hipocresía de la castidad.
Muchos “cagatintas” del establecimiento mediático, callan o simplemente adhieren con su silencio mudo a la avalancha reaccionaria y retardataria que se avecina. Las manifestaciones del miércoles pasado son una señal inconfundible de lo que nos espera si este pueblo intonso, como decía León Degreiff, no despierta de su sueño de pesadillas.
Estamos “ad portas” de un gran alumbramiento. De una gran alborada. Como en todos los partos habrá sangre, dolor y lágrimas, pero la naturaleza no se detiene, se cualifica y avanza incontenible con los desgarramientos inevitables. Estamos como el pollito en el huevo tratando de romper el cascarón. Es la hora de que este pueblo rompa las amarras y aprenda a caminar solo. Por eso, creo yo, los diálogos de La Habana van a marcar, y de hecho ya lo están marcando, para bien o para mal, el comienzo de una nueva época en nuestro país, a ver si por fin rompemos el cascarón, salimos de la edad media y nos instalamos en la modernidad.
