Debo iniciar diciendo que soy amante del fútbol; me gusta jugarlo, verlo y sentirlo. Me emociono cuando veo aquellos equipos que me gustan desde hace décadas o en años más recientes. Y resalto el término “gusto” porque el fútbol, como cualquier otro referente cultural de nuestros tiempos, es cuestión de gusto, como la música o la comida.
Decidí escribir esta nota porque me causan inquietud las críticas y los embates recibidos cuando digo que no me gusta la selección colombiana de fútbol. Las críticas se basan en que, como colombiano, debería apoyar de facto a la selección porque no hacerlo es no querer al país, ser antipatriota. Esa lógica es reduccionista porque asume que la selección nacional es sinónimo de patria, cuando en realidad el fútbol en general, y la selección en particular, es, como ya lo dije, una expresión cultural —muy arraigada, eso sí— de nuestros tiempos.
La identidad nacional se configura a partir de íconos o emblemas que nos hacen sentir parte de una nación y, por ello, nos representan ante los demás como miembros de una comunidad imaginada, para decirlo en términos de Benedict Anderson. En ese sentido, la identidad nacional es singular (es constitutiva de cada individuo), y en el caso colombiano puede estar constituida por íconos contemporáneos como Shakira, el aguardiente o la señorita Colombia, además de los emblemas clásicos como la bandera, el escudo o el himno nacional.
Para decirlo claramente: cada persona configura su identidad nacional de acuerdo con sus gustos y preferencias. Algunas personas se sentirán identificadas y representadas nacionalmente por Maluma, otras por Carlos Vives, otras por Kraken, otras por todos ellos, y unas más por ninguno de los anteriores. Por eso es válido que la selección nacional de fútbol también sea uno de los emblemas que constituyan la identidad nacional de muchos individuos, no hay problema. El problema es cuando se exige que uno de esos íconos contemporáneos sea un referente de identidad para todas las personas con nacionalidad colombiana.
No caigamos en confusión: una cosa es la identidad nacional y otra cosa muy distinta el nacionalismo. La problemática con íconos como la Selección Colombia es que se asume desde el nacionalismo y no como un posible componente (entre muchos otros) en la configuración de la identidad nacional. El nacionalismo es reduccionista porque quiere imponer como referentes de “lo nacional” a ciertos íconos que se asumen de manera a priori como indiscutibles. Por otra parte, la identidad nacional apela a la multiplicidad porque cada quién decide qué costumbres, objetos, sujetos, emblemas o íconos de su país lo representan como parte de una nación.
Entonces, cuando se apela (y se siente) a la selección nacional como uno de esos íconos indiscutibles se está cayendo en el nacionalismo que, como la historia lo ha mostrado una y otra vez, es algo extremadamente peligroso para cualquier país. En tiempos de Mundial de fútbol ese sentimiento nacionalista, mediado por la Selección, se suele exacerbar porque, repitámoslo, el fútbol es un referente cultural muy importante hoy. Por eso las alusiones de “antipatriotismo”, “traición” o “vende patria” cuando alguien dice no ser hincha de la Selección Colombia. Yo no podría llamar a alguien traidor a la patria por no sentir nada al ver, cada año, a la señorita Colombia en Miss Universo.
Pase lo que pase con la Selección Colombia en este mundial recordemos que es decisión de cada quien apoyarla o no, y eso no quiere decir que se sea mejor o peor colombiana o colombiano. La selección no puede ser un referente obligado de la identidad nacional y, mucho menos, cuestión de nacionalismos. Pase lo que pase con la Selección Colombia en este mundial no manchemos la bandera nacional con sangre por culpa del nacionalismo.