Por allá en 1999 llamé a un teléfono del Congreso. Era para que me dieran un corto espacio en una sesión pública de la Comisión Primera del Senado, la constitucional, que invitaba a plantear temas de reforma política. Una señora atendió la llamada y me inscribió para que pudiera ir a participar. Llegué el día exacto y a la hora convenida al Capitolio, acompañado de dos danieles de inquietudes ideológicas: Daniel Forero y Daniel Turriago.
Fue así que llegado el momento me dieron la palabra en un salón de la gran sede de los padres de la patria y expliqué a los asistentes el proyecto de pasar del sistema electoral de representación proporcional al procedimiento de escrutinio mayoritario a fin de garantizar a todos una debida representación basada en lo territorial en todos los concejos, asambleas departamentales, consejos administrativos locales, Cámara de representantes y Senado. Allí estuvieron presentes los entonces senadores Claudia Blum, Jaime Castro, José Name Teherán y Germán Vargas Lleras, entre otros.
He aquí entonces una primera idea de reforma electoral: se debería proponer que en todos los comicios relativos a integrantes de las corporaciones públicas de elección popular, estos miembros sean elegidos por el sistema de escrutinio mayoritario. De aprobarse esta opinión, para la elección de los 18 representantes por Bacatápolis, nuestra frescolandia bogotana, se crearían 18 áreas con población equilibrada y cada circunscripción escogería su propio representante. Por ley, la diferencia demográfica entre las circunscripciones electorales no sería superior a un 20 %. Esto por criterio de equidad poblacional.
Por cierto, son 20 localidades. Como se puede ver, la cifra es similar a la de representantes, pero no podemos atenernos a estas divisiones locales puesto que tienen marcadas disparidades en cuanto a número de habitantes. La de Kennedy, por decir algo, tiene más de un millón de almas de las siete y pico que tiene la capital, mientras que la sureña Sumapaz no llega a las 7.000. También se puede sopesar el establecimiento de un sistema mixto, tal como en el pasado inmediato lo propuso el entonces senador John Sudarsky.
Una reforma que se hará tarde o temprano será la de tecnificar el proceso de votación. En Brasil los ciudadanos sufragan en pantallas táctiles. Estos monitores están asociados a un software que de paso verifica la voluntad del elector emitiendo, con una impresora sencilla, un volante en el cual cada sufragante puede constatar su apoyo a determinado partido o candidato. El papelito es introducido en una urna y luego de cerradas las votaciones se comprueba que el dato entregado por el programa informático sea idéntico con el conteo de los volantes. ¡Ah, que esto costaría bastante! Claro que sí y por eso a la fecha no se ha hecho.
De paso cabe decir que los tres procesos electorales nacionales de 2022 en nuestro país tienen un costo aproximado a $1.2 billones. Cifra astronómica. Esa millonada de millones alcanzaría para 120.000 subsidios de vivienda o de aportes a microproyectos de emprendimiento empresarial de $10 millones cada uno. La razón de tal gasto administrativo es que este el precio de la democracia y, de contera, la teta copiosa de poderosos contratistas relacionados a la Registraduría.
Sería bueno y pertinente analizar cómo podríamos bajar dicho monto y aumentar la trasparencia de estos procesos, cuestión que se podría dar si tomáramos ejemplo de las comunas suizas, donde autoridades y organizaciones electorales de base cuentan con plena autonomía para realizar los comicios. Ojalá haya PhD, magísteres o especialistas en la cuestión politológica que digan:
―Vamos a Suiza, como dice este tipo y veamos qué podemos aprender.
Por ahí más o menos cerca, en la Galia, vive Íngrid, pero ella como que ni idea de esto. Cabe agregar que el sistema electoral en Francia es el de escrutinio mayoritario con posibilidad de segunda vuelta o balotaje.
Otra propuesta sería que el tarjetón de primarias presidenciales fuera uno solo, de tal manera que en este sentido se guardara el principio constitucional de secreto del voto. Cuando fui a sufragar el pasado 13 de marzo, me encontré en el salón respectivo con una amiga y un amigo del barrio, y escucharon perfectamente que pedí el tarjetón del Pacto. Uno hasta me dijo:
―¡Vamos con todo!
Yo no tengo el menor miedo a que se sepa que apoyo el Pacto, pero pienso que pudo haber personas que sintieron que si pedían el tarjetón de su gusto y simpatía, y no el que le imponía su gamonal, entonces podía peligrar su puesto o contratico, o el de un familiar, o una media bequita.
Otra proposición es que se dé una directriz explícita para que un jurado verifique que el tarjetón esté firmado al momento de ser entregado al ciudadano y que se constate por parte de uno o dos jurados que en efecto el papel electivo que va a introducir el ciudadano tiene en efecto el autógrafo debido. Digo esto porque me entregaron el tarjetón del Pacto sin firma de jurado. Obviamente me di cuenta y le llamé la atención a los jurados. Uno lo firmó como de mala gana. De pronto de esta forma anularon un sinnúmero de votos.
Una recomendación adicional es la de instituir la filmación del proceso de conteo en mesa por parte de testigos electorales, de tal forma que exista prueba contundente si algún juraduchito, ya en el llamado preconteo, quiere marcar tarjetones dejados en blanco en favor de su candidato o quiera anular tarjetones de aspirantes o partidos que no son de su preferencia. Te cuento que hay juradicuchos que van preparados, predispuestos y aceitados para hacer tramoyas, como el nieto de Jean Claude Bessudo, el dueño de Aviatur.
De seguro hay más propuestas que a lo mejor se tengan en cuenta para los debates sobre reforma electoral en el próximo Congreso o... ¿será que se necesitará de una asamblea nacional constituyente?