Es una realidad innegable. La ciudad se está embotellando cada día más, atentando contra la calidad y nivel de vida no solo de quienes se transportan en su vehículo particular o su moto, sino de todos aquellos que utilizan el transporte público (llámese buseta, taxi o uber, porque ya hay aquí).
Un primer gran problema es que los llamados agentes azules de tránsito no se ven, es la posible flojera de su actuar en las horas pico lo que más complica la situación. Si se contrataron se supone que no era para terminar el convenio con la Policía sino para reforzar su labor, como sucede en Bogotá, Medellín, Cali y demás, donde son un complemento del accionar policial. No era para que actuaran en turnitos de 8 a 12 y 2 a 6, ¡en qué cabeza de chorlito cupo eso! Deben tener un régimen especial de trabajo y horarios: que sus funciones, labores y turnos de servicio sean por necesidad del servicio y cuando la ciudad lo requiera. De por Dios.
A ver, en Ibagué algunos sitios presentan atascos, trancones, embotellamientos o escojan el nombre que quieran todos los días. A saber: Carrera Quinta desde las Exalumnas de la Presentación al edificio del antiguo Seguro Social; la Avenida Quinta entre la calle 40 y la 36; la avenida Quinta entre la calle 25 y la 19; esa misma avenida desde la calle 16 hasta la calle 10; la carrera Primera entre calles 17 y 13; la carrera Tercera de la calle 60 entre la avenida Ambalá y la glorieta de Varsovia; la Avenida Ambalá entre la calle 69 y la 60; la calle 44 entre el puente del Sena y el Centro Médico Javerianos; la calle 42 desde la Universidad del Tolima hasta la carrera 6; la avenida Mirolindo bajando y subiendo desde antes de la glorieta hasta el semáforo de iglesia San Judas Tadeo en la carrera Cuarta y la avenida Pedro Tafur desde la glorieta Mirolindo hasta el puente del Éxito de la 80. Solo por mencionar algunos.
No se necesita un posdoctorado vial para saber eso, solo basta caminar por la ciudad. Lo sencillo, puro ejercicio de observación.
Esto no se trata de darle duro al alcalde Jaramillo por tanta improvisación vial que afecta al ibaguereño. No. La situación no es tan chiquita como eso, porque sería reducir el problema a su más mínima expresión. Se trata de que ese tipo de medidas se deben tomar, claro, pero antes se deben socializar con los afectados, involucrarlos, darles la oportunidad que opinen y aporten soluciones creativas sobre esa medida, buscando un punto medio entre la aplicación y la afectación o al menos que esta última sea lo menor posible. Ejemplo claro: los comerciantes y residentes del centro con el bicicarril. ¿Se les consultó?, ¿se les informó?, ¿se les dijo desde cuándo?, ¿participaron?, ¿tuvieron la posibilidad de negociar ciertos espacios u horas de descargue según la dinámica del lugar? La respuesta: No. Apuesto mil a uno.
Pero a la guachapanda, a la fuerza, al aquí mando yo, soy el capataz de la hacienda y me importa una m… lo que usted sufra o la incomodidad que le cause, ese el verdadero problema; lo que causa la radicalización o que el tema se vuelva de carácter politiquero —no político—, como debería ser.
Miren, tampoco nos llamemos a engaños, los bicicarriles y biciusuarios merecen su espacio en la vía, lo mismo que los peatones, eso es cierto y así funciona en todo el mundo. Su vida merece ser protegida y respetada. Pero con uno o dos circuitos para bicicletas, por donde se mida el impacto y beneficios es suficiente por ahora. Lo que sucede es que no se puede de la noche a la mañana, sin más calles construidas y funcionando, sin terminar vías inconclusas, conectar zonas de la ciudad con puentes, deprimidos, más glorietas, modernizar el sistema semafórico, tener la circunvalar en tránsito y demás, instalar e instalar bicicarriles por todas partes para sentirnos una ciudad verde y amable y ganarnos premios de hábitat. Hay que diferenciar el ego público de las soluciones reales a la movilidad.