Suspicacia, sí, suspicacia es lo que genera el último giro dado a los diálogos de La Habana. Doce víctimas y un grupo de coroneles encabezado por un general fueron de visita, acapararon la atención de los medios, de la gente que se rasca la cabeza sin entender lo que pasa y, por supuesto del senador Uribe que, frenético -ya lo conocen- trinó sobre abusos de poder, humillaciones y una larga retahíla que ya se sabe el país del memoria.
¿Víctimas en La Habana? Hace meses el reclamo era casi un consenso. Mientras gobierno y guerrilleros hablan y pactan, los que han sufrido los horrores de la guerra hacen mutis en el foro. Por eso el clamor. Sin las voces de las víctimas, el proceso andaba cojo, se dijo, pero Santos guardaba silencio hasta que las encuestas lo dieron como perdedor en la carrera hacia la reelección.
Así como prometió el oro y el moro a todo aquel que lo rescatara del desastre, de la misma manera hizo eco de las víctimas y empeñó su palabra de que las pondría frente a sus victimarios. El resultado puede verse. Viajaron, se enfrentaron con su pasado, dijeron lo que tenían que decir y aunque la guerrilla apenas aludió en privado a “equivocaciones”, se declararon satisfechas en el vuelo de regreso.
Pero Santos tenía reservada otra sorpresa. Ante la arremetida de Uribe sobre la presunta desmoralización de las tropas, el presidente sacó un segundo as. Una comisión de militares activos, encabezada por quien les ha causado grandes derrotas a la subversión, se convirtió en asesora técnica de los representantes del gobierno y también hicieron presencia en Cuba.
Dos golpes mediáticos que alumbran el proceso en los titulares de prensa. Ya no puede decirse que se está negociando a espaldas del país entregando su soberanía, es el mensaje. Las víctimas avalan las conversaciones y los uniformados, encargados de brindar sus luces en la desmovilización, muestran que la guerrilla no va a poder meter conejo, pues son sus perseguidores los que dirán el dónde y el cómo de la desmovilización y la dejación de armas.
Pero…
Bien por la jugada política para la gradería, pero en la práctica ¿en verdad se avanzó en los diálogos? Las Farc no pidieron perdón. Escucharon, expresaron su simpatía, apoyaron la iniciativa y a escondidas, en un receso, a dos de las víctimas les dijeron que se habían equivocado con la muerte de sus familiares. Mejor dicho, sí, pero no.
Y respecto a los militares, ¿había necesidad de tanto bombo? ¿Exponerlos al desgaste político era buena idea? Por supuesto que se necesitan como asesores. Son ellos los que han llevado el peso de la guerra en representación del Estado, conocen bien al enemigo y sus conocimientos técnicos son necesarios para la eventual desmovilización.
¿Pero necesitaban viajar a La Habana? ¿No podían dar sus análisis y recomendaciones desde Colombia? ¿El general Mora, otro incansable perseguidor de las FARC cuando fue militar activo, no tiene la suficiente capacidad para ilustrar a la mesa sobre el particular? ¿No fue esa la intención cuando se le designó como plenipotenciario?
El tufillo de espectáculo en un proceso que se ha distinguido por su sobriedad (por parte del gobierno, claro) no es bueno. ¿Es tanto el miedo que se le sigue teniendo a Uribe que ahora hay que adornar las conversaciones con la parafernalia de los uniformes, y sazonarlo con un ingrediente melodramático que abusa del dolor de las víctimas, presentándolas casi como estrellas de cine, exponiéndolas de paso al odio de los amigos de la guerra?
¿Si se está en el capítulo de las víctimas no es mejor exigirle a la guerrilla a que cese en sus acciones armadas que comprometen a la población civil? ¿O que deje de derramar crudo en las fuentes de agua que aprovisionan acueductos? ¿O que cese en la extorsión contra la población en sus áreas de influencia? ¿Un compromiso de esta magnitud, en medio de la guerra, no estaría honrando su verdadero compromiso con las víctimas?
Los fuegos artificiales son llamativos, alegran, encantan, pero no consiguen alumbrar la noche sino por un instante. El amanecer llega cuando debe llegar y al nuestro, al del fin del conflicto se arriba cuando las partes se pongan de acuerdo en la mesa sobre todos los puntos, se firme y los votantes lo refrenden. Lo demás es puro humo.