Vamos a pasar en la historia de este atormentado país como la generación más perversa consigo misma. Igual, qué más da si en esa estamos desde el comienzo de los tiempos y hacer la diferencia no contaba para mucho.
Lo que se ha escrito sobre la elección más importante de nuestra maniatada democracia ya no merece tanta tinta tonta. Ahora debemos seguir en la incansable búsqueda de la convivencia si es que las élites mezquinas lo permiten.
Cada vez que anochece a muchos de los que no nos hemos recuperado de la derrota democrática, nos cuesta trabajo dormir en un país esquizofrénico. El miedo al despertar es latente porque no sabemos con qué nueva locura se levanta el manicomio-país.
Las impresiones que pasaron por la efervescencia del momento, las apiloné en medio de la impotencia y el desconsuelo, las lágrimas y el dolor de los millones de víctimas presentes y ausentes, a las cuales esta vez no quisimos escuchar en su coro realista de sufrimiento.
En últimas lo que presenciamos fue que el país urbano indolente e indiferente tomó las decisiones por un país rural sufrido y que ha puesto la mayor parte de los muertos por más de 50 años de conflicto armado.
La situación vuelve al viejo cuarto aislado y reducido de los pactos que excluyen a la mayoría y que proponen la construcción de una “nueva sociedad” y al mismo tiempo, incuban nuevos conflictos para el futuro.
Una cosa se demostró con la derrota del Sí: el No silencioso hizo su estrago y en compañía de la desinformación y la mentira, para enrostrarnos que no tenemos viabilidad como sociedad respetuosa de la vida.
De tal manera, que cuando el país se despertó al día siguiente, el dinosaurio de la guerra aún estaba ahí…
Esas son las paradojas del manicomio-país: las elecciones más tranquilas en la historia de Colombia, le dijeron No ca a la posibilidad de vivir más tranquilos hacia el futuro.
Luego, nos rasgamos las vestiduras y consternados –la mayoría de jóvenes- salimos a las calles a gritar la indignación represada por tanto tiempo: la marcha por la vida y la paz la debimos haber hecho el 2 de octubre. Ese es el manicomio-país de los indiferentes con acción retardada.
Lo que vivimos fue una tempestad política donde solo naufragó
el ciudadano indefenso que se aferró
a una pesada piedra del Sí o del No
Lo que vivimos fue una tempestad política donde solo naufragó el ciudadano indefenso que se aferró a una pesada piedra del Sí o del No. De todas maneras, la condena estaba cantada desde cualquier lado.
Nuestros abuelos nos enseñaron que la palabra empeñada era lo único válido para acordar las cosas entre gente respetuosa. Ahora, lo que está escrito y firmado es lo que vale. Pero en este manicomio-país no creemos ni en la palabra que se jura como tampoco lo que se firma delante de tantos testigos de todo el mundo.
Se suma a ello como algo muy peligroso que una democracia se construye sobre la mentira, porque no da buen ejemplo a sus ciudadanos y no habla bien de ella a la hora de la confianza que debe inspirar.
El sufrimiento de más de dos generaciones de colombianos en este manicomio-país no estremece al auditorio de la democracia. Ella, monda y lironda sigue con su ciego andar entre cáscaras de huevos y vidrios rotos. La única huella que deja es la de su propia sangre en cada paso que da por el territorio de la muerte.
¿Tendremos viabilidad como sociedad?
Sólo nosotros tenemos la respuesta a la pregunta. La tenacidad de las mayorías no cuenta. La estupidez de la guerra es recurrente en el discurso. La mezquindad de las élites es la constante. La racionalidad de unos pocos es una brizna que se la lleva el viento del odio y la intolerancia.
¿Podremos contarle algo heroico y festivo a nuestros nietos cuando nos pidan cuentas sobre el país que le dejamos?
Por respeto a los muertos que no pueden tomarse los medios como tampoco la palabra para ser escuchados, prefiero callar y largarme a otra parte.
Coda: esta vez los vientos de paz a pesar de las tormentas que la rodean, sonarán con Chuanas y gaitas en Ovejas – Sucre (donde los Montes de María saben a tabaco), una cita obligada para ir a bailar y festejar la vida en cada octubre del calendario.