Con trabajo voluntario los jóvenes del movimiento Okupa han logrado salvar siete espejos de agua y árboles nativos donde llegan aves canadienses que escapan del frio del invierno en medio del concreto de Bogotá. Allí en plenas densas urbanizaciones de Ciudad Bolívar y Tunjuelito y solo a dos cuadras del Portal el Tunal, hay un remanso verde. El río Tunjuelo, que nace en el Sumapaz y desemboca en el río Bogotá, serpentea alrededor de los siete espejos de agua que lo conforman. El más grande se llama La Libélula. “Un colchón de agua” le aclara Sandra Rodríguez, la joven alcaldesa de Tunjuelito, a un grupo de mujeres y hombres de todas las edades que vinieron de ambas localidades a celebrar la semana de los humedales. En el 2014 se declaró el Complejo de Humedales El Tunjo
“¿Se comprometen ustedes conmigo a ser guardianes del agua?” pregunta la alcaldesa y levantando las mangas verde fosforescente, contestan “sí” los jóvenes y niños de la policía cívica, los indígenas que los acompañan y los visitantes de las localidades vecinas.
Hace 14 años, cuando Sandra era una primípara de ciencia política en la Universidad Javeriana, organizó una escuela de formación política en la biblioteca del Tunal. Se inscribieron cien jóvenes de Ciudad Bolívar, Bosa, Tunjuelito y Usme. Un grupo de treinta nunca dejó de reunirse: se encontraban en parques o bares a conversar sobre las problemáticas ambientales de la ciudad, hasta que un día, los que iban de camino a Kennedy encontraron una casa abandonada a orillas del río Tunjuelo, pegada a lo que entonces era un potrero inseguro, pero que hoy es el humedal La Libélula.
Decidieron entrar y convertirse en la primera expresión de Okupa en Bogotá, un movimiento mundial que transforma en centros culturales edificios abandonados. A punta de trabajo voluntario, festivales, conciertos, y clases de agricultura urbana y manualidades conquistaron a la comunidad que al principio, los señalaba como “matagatos marihuaneros” y los acusaban de ritos satánicos en el que parecía en ese entonces un potrero abandonado.
En el sendero del humedal La Libélula hay árboles nativos recién sembrados con pequeños letreros: yarumo, sauce o chicalá. Huertas sembradas con papa, ahuyama, amaranto, quinua, lechuga y un pepino silvestre. Con los productos cosechados preparan ollas comunitarias calentadas con un antiguo sistema indígena de aserrín y hacen trueques los fines de semana. Así los vecinos se han encariñado con los humedales, porque además han entendido que ellos son el colchón de agua que previene que el río se desborde hacia las calles y las casas, como lo ha hecho en algunos años anteriores en la localidad de Tunjuelito.
.Los jóvenes de Okupa defienden por encima de todo su espacio. Los han intentado sacar a punta de incendios provocados y amenazas de los “tierreros”, gente que aspira a poder rellenar el humedal, parcelarlo y convertirlo en una urbanización ilegal. Otra vez llegaron con furgón con vacas para invadirlo.
Para la alcaldesa Sandra Rodríguez, la tarea ahora es que la secretaría de ambiente involucre a la comunidad en la gestión del humedal, porque esta es la que lo ha cuidado y protegido hasta ahora.
La investigación y la delimitación de los humedales – lagunas, ciénagas, morichales y otros cuerpos de agua- es una tarea que Bogotá y Colombia se tomaron en serio luego de las inundaciones del Fenómeno de la Niña, que en Colombia dejaron más de 3 millones de personas damnificadas, mil desaparecidas y 3.5 millones de hectáreas inundadas, lo que le costó al país 11,2 billones de pesos. El Fondo de adaptación financió a varios centros de investigación para esta tarea.
Ahora, lo que hay que construir es una cultura anfibia versión siglo XXI, resalta el conocedor de estos asuntos, Gustavo Wilches Chaux. Aprender a convivir con los humedales y dejarlos que nos protejan de las inundaciones y que fertilicen nuestras tierras. Los saberes de los antiguos, potenciados con la tecnología moderna, pueden darnos la clave para no ser tan vulnerables frente al cambio climático.
Y en todo el país ya hay expresiones de culturas anfibias que se despiertan y se recrean. Incluso, en una zona tan urbana como la que rodea el Humedal La Libélula. Los jóvenes están recobrando prácticas antiguas del cuidado de sus humedales, porque, según dicen ellos mismos, “son los pulmones que le vamos a heredar a nuestros hijos” y más si está situado en la densa y polucionada Bogotá.
El humedal La Libélula es hogar de aves como la Garza real, el sisirí, y el Cernicalo. Imágenes de aves tomadas de http://humedalesbogota.com/