Humberto Jarrín es profesor, poeta, dramaturgo, cuentista y editor. Es además licenciado en Filosofía y Letras, con especialización en Lingüística, de la Universidad Santo Tomás (1992). También máster en Literatura Colombiana y Latinoamericana de la Universidad del Valle (2000). Su obra le ha hecho conocer como un autor que destaca en el panorama de las letras en Valle del Cauca y Colombia.
Finalizando el año fue ganador del XXV Concurso Autores Vallecaucanos Premio Jorge Isaacs 2022, en la modalidad de literatura infantil, concurso al que se presentaron 12 participantes. Este no es el primer premio de Humberto recibe por su oficio de escritor. Tiene en su haber el Premio Nacional de Literatura, Colcultura, Dramaturgia para niños, Bogotá (1992); Premio Nacional de Libros Cuentos para Niños, Atlántico (1995); Premio Nacional de Poesía Ciudad de Chiquinquirá (1996); Concurso Nacional de Poesía Premios Jorge Isaacs, Cali, en dos ocasiones (1994) y (1996); y Premio Nacional de Literatura, Ministerio de Cultura (1998).
Como reconocimiento a su quehacer y para dar a conocer sobre su actividad, hablé con Humberto con el fin de conocer sobre el nuevo premio obtenido.
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Humberto: no es el primer premio literario que se gana. ¿Había ganado otros relacionados con literatura infantil?
Humberto Jarrín B.: En efecto, ya antes mi obra, en 1995, había sido galardonada en el Concurso Nacional de Libros de Cuentos para Niños, Comfamiliar de Atlántico, y luego, en 1992, en los Premios Nacionales de Literatura de Colcultura, en Dramaturgia para Niños, con una obra de teatro infantil titulada A dónde irán a dar los duendes, que actualmente hace parte del Plan lector del Fondo Editorial Educar
¿Qué es Mamá y Eusebio, obra con la que obtuvo el premio Jorge Isaacs 2022?
HJB: Es una novela para un público infantil y juvenil, y aunque a veces no estemos ya en esa etapa por razones obvias de la edad, espiritualmente solemos volver a ese reino, así que es para todos.
Mamá y Eusebio es una novela hecha de cuentos, en la que he aplicado la técnica del relato enmarcado, que consiste en introducir dentro de la narración principal, o pivote, otras historias. La narración continente se interrumpe, mediante un desembrague narracional, para dar paso, a través de una excusa significativa o razón que obedece a la historia central, a las narraciones contenidas, o narraciones intradiegéticas que suelen ser de naturaleza diferente y que incluso se pueden extraer del relato general, guardando su independencia. Ejemplos clásicos de esta estructura son El Decamerón, El conde Lucanor, etc.
¿Qué espera que suceda con su libro?
HJB: Que se lea. La respuesta parece de Perogrullo, pero si he puesto “lea” en cursiva es porque considero que además de las anécdotas con las que se hacen las historias, hay unos juegos cifrados al lector para ahondar en el sentir y el pensar de quien las sigue, más si son sujetos en formación.
¿Qué motiva a un escritor a decidirse por escribir historias infantiles?
HJB: En mi caso fue una experiencia vital: tener un hijo. Mi hijo nacía en el mismo instante en que el wjército fascista destruía el Palacio de Justicia. Yo estaba en la sala de espera del hospital pegado a un transistor con un amigo, así que dos sucesos me tenían en vilo. Cuando recibí en brazos a mi hijo, pensé “mientras unos vienen al reino de la vida, otros, en esta patria de guerras, entran al reino de la muerte”. Y no se trataba del intercambio natural de la existencia, no, sino de la estupidez humana, así que como bálsamo a estas heridas decidí escribir una serie de cuentos que festejaran y acompañaran la vida de mi primogénito, y desde entonces lo seguí haciendo, y ahora con una nueva razón: el nacimiento de mi nieta.
Muchos pensaran que es más fácil escribir para niños ¿Qué dices a quienes así piensan?
HJB: Hay un viejo aforismo medio juguetón que alguna vez acuñé sobre la escritura en general, pero que se puede amoldar a tu pregunta, pues después de todo la literatura infantil y juvenil no es ajena a las exigencias, facilidades y dificultades, de la escritura en cualquier género. “Hay quienes dicen que escribir es un placer, y hay quienes dicen que escribir es un dolor; no creáis en ninguno de los dos: de seguro el primero miente, y el segundo también”.
¿Cómo surgen o busca los temas cuando decide escribir para los pequeños?
HJB: Como surgen todos los temas de la literatura en general. Por lecturas, por la experiencia personal, y por esos milagros que la vida te da en la relación con los niños, en mi caso mi hijo, sobre sus experiencias cotidianas.
Por ejemplo, en cierta ocasión vino muy bravo diciendo que no se volvería a poner unos zapatos nuevos que le había comprado. Cuando le pregunté por qué, me dijo que esos zapatos tenían la mala costumbre de comerse las medias. Fue entonces cuando escribí El zapato tragamedias. Si como dice el dicho que todo niño nace con el pan bajo el brazo, creo por igual que todo cuento para niños trae el tono y el lenguaje bajo el brazo, pero de todos modos nos toca a nosotros con mucho tino acabar de moldearlo y hornearlo otro poco, si no, como dice el otro dicho, en la puerta del horno se quema el pan.
¿Es excluyente la literatura para niños? Es decir, ¿no debemos acercarnos a ella los adultos o tiene también interés para los mayores?
HJB: "Dejad que los adultos vengan a mí y no se lo impidáis; porque también para ellos es el reino de los cuentos", dice la literatura.
¿Cuántos libros escritos hasta hoy y cuantos con temas para los niños?
HJB: Creo haber llegado a publicar 35 libros en los diferentes géneros, y de ellos una cuarta parte para niños.
¿Qué tanto interés hay en quienes escriben por hacer literatura para niños, o la menosprecian?
HJB: Pueden ser dos las respuestas provisionales: si el interés es puramente literario, hay muchos, y cada vez son más, afortunadamente. Si el interés es comercial, son muchos, muchos más, pero muchos sobran, desafortunadamente. El niño como objeto del mercado. Y esa puede ser una buena e inquietante pregunta para algún coloquio sobre el tema.
¿Cómo está el ambiente literario en la ciudad? ¿Qué se está produciendo en Cali o en el Valle, pues fuera de la Feria del Libro que se realiza anualmente hay poco espacio para los que se expresan mediante la palabra?
HJB: Las ferias del libro son más un estante para el comercio, de modo que es poco lo que ahí podemos evidenciar del estado actual de la literatura que en todo caso no se agota con la oferta editorial de moda o del momento o del escritor que tiene una empresa de marketing detrás.
La literatura regional no goza de ello, pero quienes estamos en el meollo de la cuestión podemos constatar que goza de buena salud, por ejemplo, con la búsqueda de nuevos temas de los escritores ya consagrados; doy un par de pruebas, uno, Juan Fernando Merino, Harold Kremer y otros han volcado su interés por la literatura infantil, con gran éxito. Dos, José Zuleta en la novela, y su ópera prima novelística acaba de obtener el premio Nacional de Literatura.
En cuanto a los jóvenes, muchos están abriendo su camino, y en pocos años serán mucho más visibles, pero uno ya los puede rastrear en la web y en publicaciones alternativas, no esperes verlos todavía como invitados en las ferias de libro porque en su momento tampoco nosotros fuimos invitados, y, de hecho, aun hoy todavía en esos parajes nos desconocen.
Hay algunos talleres a los que muchos nos acercamos con el deseo de aprender el oficio. ¿Sirven esos espacios para, al menos, aprender a escribir decentemente o definitivamente el ser escritor es un don que regala la vida?
HJB: Sigue siendo difícil dar con una respuesta a esa pregunta que siempre aparece en el panorama. Lo que sí creo está claro para todos, y la experiencia y la historia reciente nos lo ha demostrado, es que los talleres literarios son un espacio estupendo para tramitar nuestras búsquedas, acercarnos a los arcanos de la escritura con otros cómplices, sea que queramos ser escritores o que simplemente nos acerquemos a la escritura creativa por el placer o los retos que ella nos brinda.
En cualquier caso, por el laberinto de este minotauro podemos ir acompañados llevados por el hilo de Ariana, algunos no siguen, otros todavía seguimos en la búsqueda. Sirven también los talleres para hacer cofradía, hacer intercambios de lecturas –quizá lo más importante– y creo que es un buen recurso para adquirir la “membresía en el gremio”, sé que no es obligatoria, pero sí nos deja ver el panorama al que hemos decido pertenecer, querámoslo o no.
Ahora, hay otro fenómeno que hace parte de las características de nuestros tiempos, y que son un salto o efecto de los talleres literarios: en Colombia hay una amplia oferta académica de espacios para potenciar la escritura, el recurso del método que en todo caso implica la escritura, me refiero a las maestrías o diplomados o especializaciones en escrituras creativas que ofrecen las universidades (las hay online por doquier en Hispanoamérica). En Cali hay varias, una de ellas la ofrece la Universidad Autónoma de Occidente donde laboro, por dar un ejemplo concreto.
¿Qué está haciendo literariamente y qué prepara para el 2023?
HJB: Las cifras de cada año pareciera que pone cortes tajantes en la actividad humana, finales y comienzos concretos, cuando en verdad todo es un continuum, pero para obedecer a la tradición, diremos que hay borradores por ahí que están pidiendo su tiempo, cosechas pasadas que reposan en cuadernos o, se da también el caso, de ideas nuevas que comienzan a rondar la cabeza, el corazón y los músculos. Esperemos entonces que la vendimia, la siega del 2023 sea propicia y poder compartirla.
Compartimos con los lectores un fragmento del inicio de Mamá y Eusebio.
Mamá y Eusebio (fragmento)
Se llamaba Eusebio. De lo primero que me habló fue de su nombre.
—La etimología, o mejor, la onomástica –palabras que yo, a mis diez años, en esencia desconocía– dice que el nombre Eusebio, viene del griego eu, que significa bueno, y del latín pius, que significa piadoso, en una palabra, de buenos sentimientos.
Y sí, así era Eusebio, un hombre de buenos sentimientos.
Tenía Eusebio la piel oscura, las manos huesudas, lisas y con pecas como si estuvieran untadas siempre de aceite de coco, como la cáscara brillosa de un chontaduro; la cabeza llena de una pelusa plateada, enchurruscada, a la vista suave y esponjosa, que me recordaba las esponjillas de brillo con que mamá combatía el óxido y el tiempo de las ollas en la cocina.
—¿Y la etimología o la onomástica de mi nombre? –pregunté de inmediato, no quería desaprovechar aquellas nuevas ciencias que este señor conocía, etimología y onomástica, y que descubrían para uno lo oculto de los nombres.
—¿Cómo te llamas?
—Manuel.
—Bueno, el nombre Manuel tiene otro origen.
—¿Cómo otro? ¿Eso es malo?
—Je, je, je… No, muchacho, no… –y tendió su mano sobre mi cabeza como si así quisiera sacar de mi cerebro aquellas ideas dislocadas–. Los nombres proceden según las lenguas, unas más antiguas que otras, y el tuyo, tu nombre, no proviene ni del griego ni del latín, sino del hebreo, y significa nada menos que Dios está con nosotros.
Yo quedé maravillado.