Muy a pesar de los retazos de proyectos políticos que han logrado consolidarse por algún tiempo en nuestro país, lo que vivimos ahora es una profunda y aterradora crisis, no solo de representación política, sino de la política misma; una crisis en la que todos los actores tienen responsabilidad por su insuficiente papel.
Una clase política hereditaria que patalea para sobrevivir, una clase política mafiosa y emergente con cabeza pero sin brazos que solo aboga por sus microintereses ilegales, unos sectores alternativos y democráticos con grandes egos y pocas intenciones de ser poder, y una ciudadanía escéptica y ajena a la política, incapaz de ir más allá del abstencionismo y del voto en blanco y asumir su papel como poder constituyente.
Ante tal escenario no hay más opción que hacer camino para superar una crisis que nos impide tomar buenas decisiones, definir y comprender quiénes somos como sociedad, entender nuestro pasado y proyectar nuestro horizonte de futuro.
Superar la crisis política exige que los actores sean conscientes de su papel para definir el curso de su historia. François-Xavier Guerra planteaba una paradoja para nuestros pueblos poscoloniales, basada en la coexistencia de una modernidad política inserta por factores exógenos junto con la persistencia de un espíritu e imaginario tradicional de la política; este aspecto retardatario ha marcado el difícil desarrollo de la educación, la economía y la cultura en nuestro país desde entonces.
Por tanto, mientras no seamos capaces de redirigir el rumbo de Colombia no podremos superar una crisis política que nos consume desde hace al menos 210 años y nos mantiene en el lodazal del conservatismo mental y de la incapacidad colectiva para actuar. Hoy es el momento, el momento de proyectar los sueños como sociedad, superando la fragmentación y el odio; el momento de apostar por construir un proyecto nacional común y apostar por el desarrollo humano, social, rural, económico y político, algo que sociedades como la norteamericana y la francesa lograron hace cerca de dos siglos.
Redirigir nuestro rumbo histórico implica sentar las bases sociales y políticas que hagan posible su ocurrencia, en ese sentido estoy de acuerdo con Humberto de la Calle al comprender que las próximas elecciones de congreso y presidencia no significarán simplemente un reacomodamiento partidista rutinario, significarán la definición del futuro de Colombia para los próximos diez, quince o hasta veinte años de nuestra historia.
Sin embargo, lamento su ambiguo lenguaje, llamando a una “coalición enorme de fuerzas políticas (…) movimientos sociales, [y] ciudadanos independientes”, mientras da un portazo a líderes sociales, sectores políticos y ciudadanos que hoy con propuestas claras y responsables con el momento del país, han planteado la posibilidad de emprender el camino de la gran coalición.
Su paradoja política, bañada de lenguaje moderno y prácticas tradicionales, rememora la señalada por Xavier Guerra. Es momento de no repetir la historia, esa historia de los próceres de 1810, que durante casi una década priorizaron sus intereses personales, burocráticos y políticos antes que la unidad, decisiones nefastas que postergaron con un alto costo de sangre, la independencia política y económica de Colombia.
Es momento histórico de tomar decisiones, de demostrarle a la ciudadanía que la política sí importa, que juntos podemos construir un país con un futuro diferente, es momento de dejar los vetos en el pasado, la política de hoy convoca a participar y a sumar, no a apartar y a dividir; la política de este siglo es con todos, es con la ciudadanía, es con participación.
Humberto de la Calle, su papel en los últimos años ha sido ejemplar en la demarcación de un camino hacia un futuro próspero y moderno, no repita la historia jugando a otra Patria Boba en la que las fuerzas sociales progresistas pudieron cambiar el curso de la historia y no decidieron hacerlo, no permita que las fuerzas retardatarias y los hoy numerosos y endógenos lleguen a pacificar lo que pudo ser el inicio certero de un proyecto de nación democrático y progresista.