Huérfano, vendedor de chance y víctima de los paracos: la trágica vida de Rigoberto Urán

Huérfano, vendedor de chance y víctima de los paracos: la trágica vida de Rigoberto Urán

Un papá asesinado por paramilitares, una mamá y una hermana a quienes tuvo que sostener y una humildad que lo caracteriza: la vida de Rigo

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julio 02, 2022
Huérfano, vendedor de chance y víctima de los paracos: la trágica vida de Rigoberto Urán
Tomada de IG @rigobertouran

Rigo tenía 14 años cuando le avisaron que su papá, un vendedor de lotería, lo habían matado los paramilitares que azotaban en el 2001 a Urrao, el pueblo de Antioquia donde nació.

Sobre el féretro del viejo, Rigo hizo tres promesas: cuidar a su mamá Aracelly y a su hermanita Martha y ser, algún día, un campeón de ciclismo. Aprendió a correr en una bicicleta que se la regalaron partida en tres partes y llegó a ser tan grande que a sus 20 años ya corría en Europa, cobijado por una familia de italianos que le quitó la amargura y que ama como si fueran sus propios padres.

Rigo no es un portento de la naturaleza como Nairo, Cochise o Santiago Botero. No, su principal cualidad es la de resistir el dolor hasta lo sobrehumano, pedalear para adelante así le sobrevenga la decimonovena pálida. Rigoberto es un hombre de fe. Cuando nadie en el país lo creía saltó junto al experimentadísimo ucraniano Alexander Vinokurov en los últimos metros de la prueba olímpica de ciclismo de ruta y ganó la plata. Ningún colombiano había subido a un escalón tan alto en una prueba de ruta olímpica. Un año después, en el 2013, siendo gregario de Sir Bradley Wiggins, se ganó una etapa y fue segundo del Giro de Italia. Hasta ese momento ningún colombiano había estado en el podio de la segunda vuelta ciclística más importante del mundo. Al otro año repitió la hazaña. Un fenómeno llamado Nairo Quintana le quitó la gloria.

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Tomada de IG @rigobertouran

Después Rigo se estancó. No volvió a volar en las contrarreloj pero ganó mayor resistencia en las subidas. Igual lo amamos con fervor. Por ahí un periodista de El Espectador lo trató mal hace unos años. Le dijo que era un segundón, un fracasado. Uno no puede meterse con esos santos de carne y hueso que son nuestros ciclistas y salir impune. Al periodista le dieron con todo. Con razón. Es un idiota. A Rigo lo amamos por salidas como las que tuvo el martes cuando le preguntaron cómo había sido la caída que provocó Peter Sagan después de su codazo a Cavendish y el respondió, con el desparpajo de cualquier paisa de a pi,e: “Y yo que voy a saber guevón” toda una declaración de principios contra las preguntas estúpidas que suelen hacer los periodistas deportivos en todo el mundo.

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Rigo usa las redes para mostrar las llagas que produce una etapa en pavé, Rigo usa su twitter para subir una foto en donde Mario Sábato, el queridísimo locutor argentino, le prepara un chocolate. Rigo y sus declaraciones nos acercan cada vez más a ese misterio insondable que es el ciclismo “uno no sabe como va a responder el cuerpo ni como van a ser las etapas, este es un deporte rarísimo”.

Rigoberto Urán, el verdadero Gran Colombiano

Su principal cualidad es la de resistir el dolor hasta lo sobrehumano, pedalear para adelante así le sobrevenga la decimonovena pálida

Rigo, que tanta felicidad produce con su cara tan parecida a la de Mick Jagger, no ha sido presidente de la República, no ha hecho pactos con paramilitares, no tiene haciendas de 3000 hectáreas en Córdoba, el departamento con más desplazados, no habla mal del proceso de paz, nunca ha tenido ni aspirado a ningún tipo de poder y, sin embargo, Rigo nos ha llenado de una gloria que ningún político nos ha proporcionado. La gloria de Rigo es la de cualquier colombiano esforzado que a punta de fe y esfuerzo puede llegar más lejos de lo que puede proporcionar su destino, su organismo, su biotipo.

Rigo se quedó sin su papá en plena adolescencia. Desde ese momento, a punta de vender chance en las destapadas calles de Urrao, mantuvo a su mamá, fundida en una depresión que amenazaba con ser eterna y a su hermanita a quien le dio estudio. Les levantó una casa, se las llevó a vivir a Italia y  les limpió la cara de la indignidad en la que viven las víctimas de la violencia en el país, se montó en una bicicleta y se convirtió en uno de los cinco pedalistas más grandes que ha dado Colombia.

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