Había que verte correr los cien metros lisos. Corrías como si quisieras dejar atrás todo lo que duele del pasado. Los años de la pobreza y las tristezas, los días de ausencias y escasez. Corrías con tanto empeño en ello que fuiste récord nacional, el más veloz del país. Corrías con el talento propio de aquellos que quieren aprender a volar para perder contacto con su propia sombra. Pero la sombra, al final, siempre te alcanza.
Corriste a irte pronto.
Tal vez era más fácil decirte Don Luis que decir papá –o Pá- la razón estuvo en algún nervio del afecto que tuvimos atrofiado por ahí. Seguro que en los abrazos que fácilmente doy a otros está un poco el deseo de que los abrazos con vos no hubieran sido tan difíciles. No diré que estaban prohibidos, solo que pudieron ser más.
También es cierto que pude ir a despedirme de vos y no lo hice.
No creí que ese viernes de mayo que empezó en la universidad donde nos enseñaste la dignidad, el orgullo y el valor de ser el profesor que fuiste siguiera luego en una clínica y terminara el sábado temprano en funeraria. Fue muy rápido. Como todo lo que sucede sin anuncio. La vida es temporal, la partida es fugaz y la muerte, permanente.
Hoy vengo a decirte lo que nunca te dije.
Si leí todos los libros que pude prestar en la biblioteca en primaria fue para tener excusas para hablar con vos. Casi siempre funcionó. Y me quedó el hábito de leer que agradezco como un legado. Siempre me gustó verte devorar diccionarios con el interés de quien lee una novela de misterio. No heredé tu ingeniería pero sí, en algo, el ingenio. Creo que cualquiera de tus hijos mira fútbol en la tv y escucha de vez en cuando el eco de tu voz en el próximo grito de gol. Hay quien te llora bailando escuchando canciones de salsa y mi mamá dice tu nombre en voz alta a diario, por el motivo que sea, como pidiendo ayuda. Una ayuda que no llega.
Me habría gustado conocer el Chocó con vos. He ido algunas veces después de tu muerte a esa tierra de ríos, selva y lluvia a la que no regresaste —salvo para enterrar a tu madre— y vi con mis ojos todo lo que no querías mirar para no convertirte en estatua de sal. Allí supe de un montón de gentes que conocieron al niño que fuiste y que hablan de vos, el adulto que nunca vieron y que fue el que me tocó a mí, diciendo que vos, Luisito, lograste hacer realidad lo que para muchos se queda en intento. El sueño americano de cualquiera que nazca en La Vuelta, en el municipio de Lloró, sigue siendo llegar a Medellín y hacerse profesional para ser otro distinto al que señalaba el primer pronóstico del destino.
Vos lo hiciste.
Y allá todavía te aplauden por eso.
La memoria es selectiva y caprichosa, trabaja en random. Con el tiempo uno no se acuerda de lo que quiere sino de lo que puede. En la misma esquina en que están los recuerdos de infancia en fin de semana yendo con mis hermanos al estadio de fútbol con vos, corriendo atrás tuyo como paticos en fila porque caminabas muy rápido, están las imágenes de la calle vacía en la madrugada que se mira desde una ventana en la que el niño que fui todavía pregunta a ese mismo vacío que si ya viene el taxi, que si ya vas a llegar, que dónde queda la palabra Bar.
Era fácil estar contento si estabas.
También era fácil estar triste si estabas ahí.
Nunca entenderé por qué corrías tanto, esa pregunta me faltó ¿de qué huías? A veces creo que incluso de nosotros, de tu familia, deseabas escapar. Me gustaría que estuvieras aquí para decirme “¡no, cómo se te ocurre!” y que luego me dieras un abrazo, nada más. Y que luego te volvieras a morir en paz. Pero siempre llevabas prisa, aunque nunca corriste al sentir un temblor de tierra. Con razón la muerte te sorprendió caminando.
Te digo que algunos espejos que nos reflejan solo sirven para romperlos. Es por eso que todavía hoy no tomo licor, porque no quiero ver en mí lo que vimos en vos. Te digo que en algunas fotos mías no veo mi cara sino la tuya, por eso mismo no esperes que venga pronto el olvido. Te digo que todos somos, también, nuestras ausencias.
Vengo de un país con muchas despedidas pendientes. Donde tanta gente se va de súbito, arrebatada, donde quedan muchas cosas por decir. Lo tuyo aunque natural fue intempestivo y por eso a ese punto final le quedaron además dos puntos suspensivos. Tal vez si hubiera ido aquel viernes de mayo al hospital habría podido decirte algo y tal vez no me hubieras escuchado o tal vez sí o tal vez la anestesia o tal vez el dolor de cinco aneurismas a la vez o tal vez son demasiados tal vez juntos como para sumar una certeza que nunca voy a tener.
Nunca te dije, despacio y al oído, que te odio.
Nunca te dije, despacio y al oído, que te quiero.
Nunca te dije, papá, que hay días en que te extraño tanto.
@lluevelove
Publicada originalmente: 30 de marzo de 2015