Este viernes 4 de Julio de 2014, será un gran día para Colombia, un día cívico que nos puede elevar a una categoría nunca antes pensada, la de ser parte del privilegiado cuarteto de finalistas del Mundial de Fútbol.
No tengo bolita mágica para saber qué pasará esta tarde cuando nuestro equipo se enfrente a un gigante, al equipe mais grande do mundo como dirían los brasileros que por vivir en un país del tamaño de un continente todo lo ven monumental. Por supuesto frente a los once jugadores de ellos, nosotros seremos un “David” diminuto pero muy decidido a vencer al Goliat verde-amarelo.
Aunque no tenga forma de anticiparme a los resultados lo que sí puedo prever son las reacciones de mis compatriotas frente a cualquier resultado. Si ganamos, que es mi deseo y el de millones más, habremos alcanzado la gloria, habrá rumba generalizada en cada pueblo, en cada esquina, en cada centímetro de nuestro territorio. La dicha será tal que nada nos parecerá imposible.
Ya venimos de triunfos tan notables como el del Giro de Italia con Nairo y Rigoberto, pero para los estándares deportivos el Mundial de Fútbol es un evento de mucha más relevancia. Además la lucha es contra uno de los mejores, Brasil, lo que haría nuestro triunfo aún más heroico.
Con esta victoria el país entrará en un estado de euforia en el que las cosas más difíciles parecerán tonterías y será el momento oportuno para que el proceso de paz, por ejemplo, meta muchos goles y avance ojalá a la última y definitiva etapa de concreción. La odiosa política que se viene, con la toma de posesión del nuevo Congreso y la repartija burocrática que trae cada nueva administración, así sea la misma de Santos, se verá con ojos menos críticos. Estaremos adormecidos de dicha o parodiando a Marx “el fútbol será nuestro opio del pueblo”.
Claro los efectos de esta traba no durarán mucho y la realidad tozuda aparecerá muy pronto a despertarnos. Pero mientras tanto la pasaremos lo más de bien amodorrados de felicidad.
Ahora, si este día se cierra con la derrota de nuestros muchachos, las cosas serán a otro precio. Y precisamente, porque nos han generado tantas expectativas y tanta ilusión, la caída será más dura. Habremos subido como palma y bajaremos como coco. ¡Qué porrazo!
Ya no habrá celebración en cada centímetro de Colombia, sino llanto y crujir de dientes. Los vándalos tendrán un motivo más para destruir buses, matarse en riñas de intolerancia y caer en un caos de desánimo y desespero.
Entonces la realidad, esa que para Colombia es tan dura, aparecerá de inmediato como un fantasma a asustarnos de nuevo con sus hechos brutales. Pasaremos en pocas horas de la gloria al olvido y los ojos del mundo voltearán a mirar para otro lado, dejándonos otra vez solos con nuestros problemas.
Todo esto es especulación, por supuesto. Pero el día de hoy no terminará como empezó, porque lo único que si puedo saber con plena certeza, es que en esta peligrosa etapa a la que hemos llegado con el maravilloso equipo de Pékerman, no hay empate: se pierde o se gana y a eso es que nos vamos a enfrentar. Que el Dios de Colombia ilumine a James o de lo contrario que nos de sensatez a sus compatriotas.
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